Por: Virginia Bautista
La poesía le ha permitido sacar lo más íntimo, confiesa la escritora Angelina Muñiz-Huberman, por eso abarca casi la mitad de su obra; y la otra mitad se divide en novela y ensayo. “En los otros géneros estás objetivo, viendo desde afuera las cosas; pero en la poesía haces como una observación general del género humano, de los sentimientos y las palabras, de tu situación personal”.
Para la recién galardonada con el Premio Nacional de Artes y Literatura 2018, en el campo de Lingüística y Literatura, “el lenguaje poético permite buscar símbolos, símiles, dejar fluir libremente el caudal de palabras que todos llevamos dentro, que están como encerradas”.
La doctora en Literatura por la UNAM, nacida en Hyères (Francia) el 29 de diciembre de 1936, pero naturalizada mexicana desde 1954, narra a Excélsiorcómo es su proceso creativo. “Los versos brotan en mí de manera espontánea. Es una situación que no dominas, más bien la palabra te domina a ti. Es una especie de confesión o de autoanálisis. Y, cuando me pasa eso, debo escribir de inmediato el poema, porque si no ya no me acuerdo del orden de las palabras. A veces sueño las palabras y me despierto en la madrugada para anotarlas”, afirma.
Quien estudió Lenguas Romances en la Universidad de la Ciudad de Nueva York admite que todo el tiempo transgrede los géneros literarios. “A veces en mis novelas pueden aparecer poemas o en mis poemas surgen especie de ensayos o una narración. El género me lo da el largo del tema”.
A Angelina le gustan los personajes marginados: piratas, gitanos, alquimistas, migrantes, cabalistas, judíos, mujeres transgresoras. “Quienes siempre están luchando por sus ideas”, explica. Hija del periodista republicano Alfredo Muñiz y de Carmen Sacristán, españoles que primero se exiliaron en Francia, y después en Cuba y México, país al que llegaron en 1942, la investigadora que descubrió su ascendencia judía a los seis años de edad ha construido su identidad a partir de la mezcla de culturas y de la errancia.
En su casa de la colonia Insurgentes Mixcoac, Muñiz-Huberman destaca que siempre ha vivido “entre dos aguas” y que por eso comprende los motivos y la necesidad del desplazamiento humano. “Creo que este siglo está marcado por las migraciones y los países que dan refugio enfrentarán más problemas. Es un momento muy complicado para México, porque ha acogido a españoles, argentinos, chilenos, brasileños; pero la llegada masiva de centroamericanos es otra cosa”, dice.
Los movimientos migratorios tienen su razón de ser, las personas que dejan sus países se sienten perseguidas política o económicamente, o por su religión. Y abandonan su casa, su cultura y su patria, se arriesgan aunque les duela. Es una situación mundial generalizada. Debemos prepararnos ante esto, para saber qué hacer”, agrega.
La autora de Morada interior (1972), su primer libro publicado, y Los esperandos. Piratas judeoportugueses… y yo (2017) añade que también le interesan como temas de investigación la lengua sefaradí, la Cábala hispano-hebrea, el peregrinaje, el desencanto, la zozobra y la desmitificación del exilio.
EL MAR Y LOS VOLCANES
Nacida al sur de Francia, frente al Mediterráneo, donde pasó sus primeros tres años, y después tres años en Cuba, Muñiz-Huberman siente nostalgia por el mar y el viento circulando con libertad. “Me costó trabajo acostumbrarme a la Ciudad de México. Hasta que un día me incorporé al paisaje, sobre todo a los volcanes, y ahí empezó la reconciliación. Ahora tengo los volcanes dentro de mí”.
La ganadora del Premio Xavier Villaurrutia en 1985, por el cuento Huerto cerrado, huerto sellado, recuerda que en Cuba, a donde llegaron en 1939, vivieron en el campo, donde fue muy feliz.
Mis padres estaban desilusionados porque mi hermano murió en un accidente automovilístico en Francia y ya no quisieron las grandes ciudades, así que nos fuimos al campo. Vivíamos como guajiros, como se dice en Cuba, y para mí fue una etapa paradisiaca. No iba a la escuela y todo el día convivía con animales: gatos, perros, caballos, pollitos, todo lo que se te ocurra. Desde entonces los adoro”.
A México llegó a los seis años de edad, indica la autora de unos 50 libros. “Era la época de los cafés literarios. Ahí veíamos a todos los exiliados españoles, periodistas y escritores que acababan de llegar. Mis padres me llevaban a los cafés, me la pasaba escuchando a los adultos, pero me divertía mucho. Casi no estaba con niños”.
Quien en 1993 obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por la novela Dulcinea encantada comparte otro recuerdo entrañable, cuando descubrió que era judía. “Un día, yo tenía seis años, mi mamá me llevó al balcón de la casa y me dijo que debía contarme un secreto: ‘Somos de origen judío, pero nos ocultábamos’, comentó. Y es que así se lo contó su madre. La familia se quedó en España tras la expulsión de los judíos en 1492, y se convirtieron al catolicismo, pero practicaban su religión con las ventanas cerradas”.
De hecho, narra, su madre le contó muchas historias. “Me decía que yo escribiría sobre todo eso un día, pero yo me negaba. Y, mira, sí lo hice muchos años después; se me quedó la semilla”.
Por esto, la poeta se convirtió en pionera en México en estudiar temas relacionados con la mística, las letras y el lenguaje de los judíos sefardíes. Y adelanta que prepara su participación en dos congresos (sobre el cripto-judaísmo y los gitanos) para el próximo año. Y además publicará diversos textos en la antología Inédito diamante, que elabora Kyra Galván, en la que reunirá las voces de cinco poetas.
Rodeada de pinturas que evocan el mar, caracolas y flores, la escritora se niega a perder contacto con la naturaleza, por lo que a diario esparce alpiste en su balcón para atraer a las aves que vuelan cerca del Torreón de Mixcoac, como ha bautizado a su casa. “Llevo registro de todas las especies que me visitan”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario