lunes, 1 de febrero de 2021

Pioneras del horror: más allá de Mary Shelley



Por: Jesús Palacios

En efecto, tal y como apunta el autor de la selección y prologuista de Reinas del abismo. Cuentos fantasmales de las maestras de lo inquietante (Impedimenta), el británico Mike Ashley, reconocido antólogo y crítico experto, viejo conocido para quienes somos amantes de la literatura fantástica, de misterio y ciencia ficción, la mujer ocupa un lugar especialmente destacado en el género desde sus inicios. Si a Horace Walpole, Matthew G. Lewis y Charles Robert Maturin les cabe el honor de haber llevado la novela gótica del siglo XVIII y comienzos del XIX a su máxima expresión, de inmediato aparecieron también sus réplicas femeninas, no menos exitosas y fundamentales para el establecimiento del género en el gusto popular, así como para su futura evolución. Clara Reeve y Ann Radcliffe introdujeron en un panorama plagados de espectros y venganzas sobrenaturales ciertas dosis de sentido común y racionalismo que, a la larga, darían lugar a la aparición de la novela de misterio y suspense criminal, mientras que la más ambiciosa Mary Shelley creaba con su Frankenstein (1818) la primera novela de ciencia ficción moderna.

Dejando de lado la arqueología del género, el número de escritoras que se inscriben con letra de oro en todas sus variantes es casi infinito. Especialmente en el ámbito anglosajón, más progresista siempre en este aspecto, escribir historias de fantasmas, ocultismo, crímenes y fantasía parece haber sido una gozosa y afortunada pasión femenina a lo largo de la historia. Cualquier buen aficionado está sobradamente familiarizado con nombres como los de Margaret Oliphant, autora de clásicos espectrales como La puerta abierta (Valdemar) o Una ciudad asediada (Fábulas de Albión), Amelia Edwards con El carruaje fantasma (La Biblioteca de Carfax), Charlotte Riddell y La casa deshabitada (Valdemar), Edith Wharton y sus Relatos de fantasmas (Alianza), la exquisita Vernon Lee con El príncipe Alberico y la dama Serpiente (Valdemar) o muchas otras, que alternaron a veces entre la novela costumbrista y el cuento fantástico, produciendo auténticas joyas del segundo que -confirmando la notable resiliencia y superioridad del género- gozan hoy de mucho más reconocimiento que sus a veces no del todo injustamente olvidadas obras realistas. Sea como fuere, esta larga tradición no se ha interrumpido nunca y goza de excelente salud en nuestros días. Pero el gran acierto del nuevo libro publicado por Impedimenta es que Ashley ha dado preferencia en sus páginas a escritoras, por un lado, representativas del fascinante cambio de siglo entre el XIX y el XX y, por otro, menos habituales en antologías anteriores dedicadas al mismo tema. Es decir: más raras, más peculiares, sea por verse asociadas a otros géneros literarios o por haber sido relegadas al ámbito de los estudios especializados. 

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