Por: Rosario Manzanos
Muchos bailarines dotados y pocos coreógrafos capaces de sostener grupos con un lenguaje propio. Decenas de jóvenes egresados de escuelas profesionales saltan de grupo en grupo o de proyecto en proyecto tratando de encontrar un rumbo que los defina en el campo artístico y que éste les permita sobrevivir económicamente.
Las estructuras de mando se trasmutaron: Cuauhtémoc Nájera salió de la dirección de Danza de la UNAM para convertirse en coordinador nacional de danza del INBA. La regiomontana Angélica Kleen llegó a la dirección de danza de la UNAM, y Laura Morelos llegó a la dirección de la Compañía Nacional de Danza.
Nuevos aires, mucho empuje de todos, pero la imposibilidad de financiar adecuadamente múltiples proyectos ha dado como resultado un momento de silencio dancístico en el que vale la pena reflexionar.
En este momento los grupos independientes que obtuvieron el apoyo del Fonca México en Escena son los únicos que han logrado tener elencos estables. Pero, ¿qué pueden hacer estas compañías si no logran tener acceso a los circuitos correctos para difundir su trabajo? La respuesta es muy sencilla: consiguen funciones en cualquier espacio posible en el afán de justificar fondos que les han sido otorgados para presentarse.
Paradójicamente, sin fondos para pagar funciones, los diversos teatros institucionales del país se han ido transformando en espacios que se subarriendan a los grupos o proyectos con la condición de no cobrar y pagarse ellos mismos la publicidad.
Al mismo tiempo, el fallido proyecto del Centro Producción de Danza Contemporánea (Ceprodac), bajo la dirección de Raúl Parrao, no ha logrado posicionarse. Si bien algunos coreógrafos como Óscar Ruvalcaba y Jaime Camarena han hecho piezas en una suerte de colaboración, es claro que sin un proyecto artístico definido y acertado el centro da únicamente palos de ciego.
No pretendo dar sólo una visión pesimista, pero sí realista, porque si comparamos la danza que se hace en México con lo que se hace en este momento en Europa o en países como Estados Unidos, Cuba y Brasil, no queda más que reconocer que la brecha se extiende cada vez más y la danza nacional, sea del tipo que sea, es una forma cultural periférica que no recibe la atención que se merece.
Lo cierto es que los directivos de las principales escuelas de danza invierten mucho tiempo y esfuerzo en su trabajo. A no ser unos cuantos que son prácticamente héroes, el nivel técnico de los bailarines mexicano deja mucho que desear.
A esto hay que agregarle que el nivel de vida de los artistas de la danza en México es muy bajo en comparación del que se vive en otras latitudes. Decenas de jóvenes intentan bailar, moverse o parecerse a los profesionales que ven en videos en YouTube y, a pesar de que lo logran en algunos casos, ven sus esperanzas muertas, porque no tienen dónde bailar o trabajar.
Es claro que la forma dancística que recibe mayor apoyo es la danza contemporánea, el ballet sobrevive gracias a las múltiples escuelas que hay en el país, pero por desgracia la posibilidad de entrar a alguna compañía profesional, y en especial a la Compañía Nacional de Danza del INBA, es algo muy remoto. Y sin embargo es en el ballet donde se pueden encontrar algunos de los mejores bailarines del país.
De la danza folkórica y tradicional en el interior del país no se sabe prácticamente nada. Mientras, las arcas del Ballet Folkórico de México de Amalia Hernández se siguen llenando de oro con la presentación de espectáculos ñoños para turistas de medio pelo. Hace años que esa compañía lucra bajo condiciones inexplicables.
Si bien han aparecido múltiples festivales y el INBA se esfuerza en la descentralización, no se ha logrado salir del ámbito del mero difusionismo. El éxito se mide en el número de asistentes, los cuales en la mayoría de los casos entran con cortesías.
Evento tras evento nadie pone atención ni en la calidad de los espectáculos ni en su pertinencia. Desnudos totales, violencia explícita, sexo explícito, improperios. Nadie se espanta, pero no todos los montajes son para espectadores que nunca han visto danza. Familias completas abandonan los teatros. Bastaría con señalar qué tipo de pieza se exhibe, cuáles son sus características y advertir a la gente de lo que va a ver.
Sin embargo, los musicales como Wicked tienen funciones todo el año. Sus bailarines en su mayoría se formaron en el jazz y algunos son egresados de la escuela de Danza Contemporánea de Mazatlán que dirigen los integrantes del grupo Delfos. Los productores del próximo montaje El rey león han recorrido todo el país buscando bailarines de alto nivel, con una estructura muy sólida que involucre técnicas como Graham o Horton, hasta el momento siguen buscando infructuosamente.
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