Por: Rosario
Manzanos/Especial
En esta primera entrega de dos partes se realiza una revisión anual de los sucesos más relevantes en danza.
Año terrible de crisis económicas, políticas y sociales. De
recortes en lo prioritario y despilfarros en la banalidad. Año que termina con
una pomposa Secretaría de Cultura que se perfila como tal vez la única medida
para tratar de poner orden al desastre en el que se han transformado el Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y el Instituto Nacional de
Bellas Artes (INBA).
Sin presupuesto para pagar funciones o generar proyectos, la
coordinación nacional de danza del INBA, que preside Cuauhtémoc Nájera, creó
los Encuentros Nacionales de Danza, que han significado la oportunidad de que
diversas comunidades se encuentren —o desencuentren— en otras latitudes más
allá de la Ciudad de México. Descentralizar es la premisa.
Dentro de los encuentros se ha establecido que se realice el
legendario Premio Nacional de Danza INBA-UAM, suceso que aglutina a múltiples
coreógrafos de la danza contemporánea independiente. En este 2015, el Premio se
realizó en Torreón, en medio de un escándalo mayúsculo al declarar el jurado
desierto el concurso.
Tomar una medida drástica como ésta no es raro. Lo que
resultó inaceptable es que por cumplir con un formato preestablecido hubiese
una semifinal. Cuando en un concurso las obras no funcionan, desde el primer
momento se sabe, no hay dudas y ahí mismo se declara terminado el proceso y se
asumen las consecuencias.
El problema es que los propios jurados no se pusieron de
acuerdo entre ellos en cuanto a qué es “danza contemporánea” y establecieron
una discusión seudofilosófica de lo que debe ser la “vanguardia” contemporánea
y la “pertinencia” del premio.
La polémica circunstancia es fundamental para entender qué
sucede en la danza contemporánea nacional.
Al momento, existe en ciertos grupos una tendencia a pensar
que cualquier hijo de vecino es un artista por sólo subirse al escenario y no
hacer nada, absolutamente nada. No hay hechos dramáticos.
Para otros, cualquier referencia técnica es considerada como
algo “viejo y rebasado”. Esto ha ahuyentado al público masivamente. Según estos
“nuevos intelectuales” de la danza, la audiencia está obligada a preguntarse
por qué es tan tonta que no entiende la genialidad de ellos, “los artistas”.
Es más que obvio que el estudio y la investigación de la
expresividad y comunicación del cuerpo no pueden ser sustituidos por discursos
ñoños repletos de citas de Foucault, Bourdieu o Deleuze. También hay otros —los
menos— que se sostienen en la búsqueda de un vocabulario y el desarrollo de un
lenguaje.
Por lo mismo, la balanza se empieza a inclinar hacia el
ballet, al cual la gente puede acceder, sin ser menospreciada y sin aburrirse.
Y aunque la Compañía Nacional de Danza del INBA (CND), a cargo de Laura
Morelos, tiene aún mucho campo que recorrer, tiene también agotadas todas sus funciones
del año.
Porque la gente no es tonta y siente más fructífero pagar
por ver una función de El Cascanueces, que enfrentarse a un grupo que no baila
y hace mezcolanzas de teatro-danza francamente aburridísimas. No todos pueden
ser Pina Bausch. Es más, nadie puede ser Pina Bausch.
A la CND le siguen otros grupos en sus primeros pasos como
la compañía de Diego Vázquez, la del cubano Jasmany Hernández y otras más que
se irán abriendo camino.
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