Por: Ismael Cabral
El mexicano Arturo Fuentes es uno de los compositores con mayor proyección de su generación. Su música, inestable, compleja y permeable a múltiples influencias posee una subyugante capacidad de comunicar con el oyente de oídos inquietos
«Comúnmente pienso en la
forma de mis obras como si estuviese recorriendo un laberinto: pierdo la línea
del discurso musical para encontrarla después de varias vueltas» dice el
compositor mexicano Arturo Fuentes (1975). Como él en la composición, nosotros en
la escucha nos sentimos desorientados y, en algún momento, recuperados. Por
poco tiempo. Su música, inestable y especular, tiene una extraña capacidad
comunicativa. El prestigioso Cuarteto Diotima ha registrado en disco su
colección de cuartetos de cuerdas para el sello Kairos.
–Las cuatro obras del
disco funcionan en la escucha como un ciclo que va a parar a Glass distortion,
la más extensa y ambiciosa. ¿Se plantea quizá que la audición, siempre que sea
posible, sea en su globalidad?
–Pienso en lo que dijo
Borges, que cada libro es una parte de un libro inmenso. Otro escritor, José
Lezama Lima, hablaba de un libro como un árbol que se encuentra en un bosque y
que sólo podemos apreciarlo plenamente cuando tenemos una visión panorámica de
todo el bosque. Es decir, apreciamos la singularidad dentro de una
multiplicidad. Mi ciclo de cuartetos, efectivamente, son un conjunto que puede
ser escuchado cronológicamente aunque cada uno guarda su propia personalidad.
Cada vez que componía un nuevo cuarteto tenía presente el anterior y de alguna
manera lo proyectaba hacia un nuevo estado sonoro, como si se tratase de una
materia física. De ahí también se deriva que todos los títulos de los cuartetos
tengan algo en común (Broken mirrors. Liquid crystals. Ice reflection. Glass
distortion), la materia que se transforma de un estado a otro.
–¿Cuáles han sido sus
referentes a la hora de abordar el ciclo?
–A medida que iba
avanzando en la composición me acercaba más a la literatura de esta formación,
y desde los Cuartetos de Beethoven hasta nuestros días descubría obras
increíbles. Sinceramente, no tenía un solo referente, mi escucha era muy
focalizada en encontrar pequeños aspectos sonoros, dentro de esas grandes
obras, que me permitían postular mis propias ideas dentro de este género. En
resumen, se me hacía muy importante generar una voz propia, que este ciclo
tuviera una personalidad, una singularidad dentro de todos los demás ciclos ya
existentes.
–La competencia en el
ámbito del cuarteto de cuerdas contemporáneo es alta. Pienso ahora mismo en los
Arditti, claro, también en el Diotima, o más recientemente, el Jack Quartet y
el Quatour Tana, entre otros. ¿Cómo fue su contacto con el Diotima?
–Creo que antes de
plantearnos el trabajar juntos ya había nacido una gran amistad. Ellos son muy
curiosos y también muy críticos, siempre van al encuentro de nuevos
compositores, no paran, son muy activos. Lo que más les atrae es la
personalidad en la música de un compositor. Que exista una voz propia que tenga
algo que decir. Mi ciclo está dedicado a ellos. Esto no quiere decir que estas
obras no tengan vida propia y puedan ser interpretadas por otros ensambles; es
más, deseo que sea así. Por el contrario, creo que la música contiene en sí
misma ese grado de incertidumbre que la hace un arte vivo, cada interpretación
es diferente, el intérprete se apropia de la voz del compositor y la proyecta a
su manera.
–A pesar de que en Glass
distortion se llega a una bellísima y burbujeante transubstantación de los
timbres la escritura no parece ir contra los propios instrumentos. Se diría que
la fuerte presencia de las prácticas de un Lachenmann en su música o, al menos
en estas obras, no ha tenido calado...
–Creo que la música de
Lachenmann tampoco va en contra de los instrumentos. Sobre todo ahora, vista en
perspectiva, la obra de Lachenmann parece haber estado esperando una escucha
más refinada, ya hemos llegado a ella y los paradigmas de composición para un
instrumento cambian a la par. Ahora vemos su música, desde mi punto de vista,
perfectamente adecuada a los instrumentos, Lachenmann pensaba idiomáticamente
pero nuestra escucha estaba fuera de tiempo. Este paradigma teórico perceptivo
se ha roto. Yo no me planteo ir en contra o a favor de los instrumentos, tengo
a la mano un vocabulario sonoro que me permite expresar una idea musical, no
tengo ningún fetichismo ni en la escritura ni en el sonido.
–Desde un punto de vista
global, ¿cuál es su visión estética del ciclo?
–Cristales, espejos,
hielos, vidrios. Mi visión es muy abstracta, solo así, en un universo no
conceptual puedo establecer los vínculos sonoros me llevan hacia una
dramaturgia musical.
–Toda su música parece
atravesada por una sonoridad que tiende a lo leve, como si no quisiera
expresarse con rotundidad. ¿Es una marca de estilo o solo una impresión
personal?
–Ítalo Calvino en sus
Seis propuestas para el próximo milenio planteaba conceptos abstractos que, sin
embargo, permitían la posibilidad de operar estrategias para la creación en el
arte: Levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad, consistencia. Mi
música, efectivamente, está atravesada por la levedad, pero una levedad
controlada, citando a Paul Valery diría: «Ser ligero como el ave y no como la
pluma».
–¿Es el mestizaje, la
fusión, un peligro para la creación contemporánea o una herramienta
habitualmente mal usada?
–No, no es un peligro,
hay grandes obras que utilizan la fusión de estilos: Sciarrino, Lachenmann,
Haas y muchos más compositores de mi generación que manejan lenguajes híbridos
resultando en obras estupendas.
–¿Qué importancia tiene
en su catálogo su origen geográfico?
–No tiene ninguna
importancia, mi único origen geográfico es la partitura.
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