Por: Ricardo Quiroga
Existen genios por descubrir. De la misma manera que hay genios por redescubrir, los menos quizás, por la especificidad o rareza de las circunstancias por las que fueron olvidados. Ése fue el caso de Stanisław Szukalski, un prodigioso escultor, pintor, dibujante y megalómano polaco nacido en 1893 que una vez fue referido por la crítica de su país como el mejor artista vivo.
La historia del asombro y de los sinsabores del hallazgo de este artista se cuenta en el documental Struggle: La vida y el arte de Szukalski, distribuido por Netflix y producido por Leonardo DiCaprio, quien convivió los años de su infancia con este hombre exuberante que alguna vez fue célebre y después relegado prácticamente al olvido en Estados Unidos, hasta su muerte a los 93 años, en 1987.
El material narra cómo durante su juventud, guiado por la curiosidad, el coleccionista de arte pop y underground estadounidense Glenn Bray dio con un extraño libro de 200 páginas editado en 1923 con dibujos y esculturas de un artista polaco de apellido Szukalski, cuya firma, prácticamente llena de jeroglíficos, jamás pudo olvidar.
Suerte la suya que tiempo después se topó con otra obra, Portrait (Symbolic) of Copernicus, con la misma rúbrica enigmática, a partir de la cual pudo dar con el domicilio de este excéntrico, verborreico y presuntuoso personaje con un pasado tan formidable como errático, cuya historia se va revelando, poco a poco, en el material fílmico de 105 minutos de duración.
Genio incómodo
“Nunca me llamaron de otra manera que no fuera genio”. “Si quieres crear cosas nuevas en este mundo nunca escuches a nadie. Tienes que mamar tu sabiduría, todo el conocimiento de tu pulgar”. “El arte no es perfecto. El arte debe ser exagerado. Debe doblarse hasta que se quiebre”. Son algunas de las consignas que Szukalski enunció y que se recuperan en este documental.
Era un niño prodigio. Durante su educación básica fue recriminado por inventar su propio alfabeto, mismo con el que se empeñó a escribir el resto de su vida. A los 14 años, después de volver de Estados Unidos, adonde su familia emigró huyendo de la Europa al borde del colapso, se probó en la Academia de Bellas Artes de Cracovia, compitió con 141 postulantes y fue aceptado casi de inmediato. Pero la estancia en esa institución fue fugaz, pues se negó a trabajar con modelos y decidió renunciar a sus estudios. Tenía la firme convicción de que “trabajar con modelos destruye el talento”.
Desde entonces ya era un joven soberbio y muchas veces se le pensaba insolente. Así lo relata el documental. Se hizo fama como uno de los niños malos del arte. “Pongo a Rodin en un bolsillo y a Miguel Ángel en el otro y camino hacia el sol”, solía decir. Aseguraba que podía trabajar más rápido que todos los escultores porque jamás dudaba, nunca volvía para corregir. Una vez, en su taller, un crítico de arte dio ligeros golpes a una de sus esculturas con el bastón y fue arrojado por las escaleras.
Lo imaginaba todo, no usaba modelos para ninguna de sus obras. Si de disponía a hacer dibujos, imaginaba el objeto a pintar en 360 grados y decidía el ángulo perfecto para plasmarlo. Entonces afilaba un lápiz lo más que se podía y daba vida al objeto de arte con miles de pequeños puntos sobre el papel para encumbrar una figura indiscutible.
Quienes lo conocieron han coincidido en que no había arte que realmente le gustara, únicamente el suyo. También de ellos vino decir que era el más grande enemigo de sí mismo.
El lado oscuro del hombre
Durante la década de los años 20, de vuelta en Estados Unidos y convertido en un gran artista pero de reputación radical en la escena artística, un antisistema o punk de la plástica, Szukalski fue invitado a volver a Polonia, donde era respetado como un fecundo nacionalista, para realizar una serie de monumentos para ensalzar la identidad polaca y, así, mostrar mensajes agresivos ante una Alemania y una Italia que se sumergían en el absolutismo y el militarismo.
Motivado por la oferta, se mudó a su país de origen con toda su obra a cuestas. Le fue dado un gran taller y una vida holgada, de celebridad. Se le encargaron decenas de obras que decorarían principalmente la ciudad de Cracovia. Comenzó con el trabajo de dos piezas apoteósicas: Boleslaw el bravo, una imponente escultura del heroico primer rey de Polonia; y Monumento a un minero, una escultura de tres pisos esculpida en relieve.
A finales de la década de los 30, en medio de la bonanza, fue contactado por el canciller alemán Joschka Fischer del gobierno alemán para invitarlo a hacer obras dedicadas a Adolf Hitler y Hermann Göring, cuando estos personajes todavía no eran mal vistos en Europa. Se sabe que trabajó en algunos bocetos con este cometido, mientras que pudo concretar una escultura dedicada a Benito Mussolini llamada Remussolini, que mostraba al dictador estilizado como un mítico lobo romano con una de las manos extendidas a manera del saludo fascista.
En esta época también publicó su única obra literaria, un poema épico llamado Krak en el que incluyó algunos pronunciamientos antisemitas que quizás no eran tan mal vistos en una época en la que comenzaron a proliferar las posturas más intolerantes de extrema derecha, permitidas por un gobierno autoritario polaco.
En 1939, un bombardeo alemán sobre Cracovia destruyó una quinta parte de la ciudad y, con ella, casi toda la obra de Stanisław Szukalski, quien se encontraba en su taller en el momento del ataque pero nada pudo hacer por proteger su trabajo. Boleslaw el bravo le cayó encima y permaneció dos días debajo de la escultura hasta que pudo liberarse por sí mismo de esa posible tumba. Perdió toda la obra de su vida. Volvió a Estados Unidos junto con su esposa con nada más que tres maletas. Los años siguientes, a pesar de la pérdida, fueron igual de brillantes que lo relatado en este texto.
El resto de la historia de este hombre que permaneció lúcido y creativo hasta el último día, que buscó obsesivamente la redención, que siguió creando a pesar de perderlo todo y que la historia decidió volver juzgar para su revaloración, está ahora disponible en Netflix para América Latina.
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