domingo, 23 de junio de 2024

Porfirio Díaz: brújula de la reconciliación; José Luis Trueba presenta nuevo libro





Por: Juan Carlos Talavera

"Pareciera que intentar devolver los restos de Porfirio Díaz a México, como lo imaginó alguna vez su viuda, Carmen Romero Rubio, es una suerte de sacrilegio”, dice a Excélsior el escritor José Luis Trueba Lara (CDMX, 1960) quien publica Díaz. La otra historia, una novela que parte de los últimos momentos que vive el personaje en su exilio, en Francia.

"Pero hagámonos una pregunta en serio: ¿De verdad no valdría la pena traerlos? Pero no para rendirles homenaje ni para crear una avenida con su nombre junto a Revolución o Insurgentes, sino para reconciliarnos con nuestro pasado, pensando que ya han pasado más de 100 años de la Revolución Mexicana y que, en 2025, se cumplirán 110 años de su muerte”, plantea el también editor y autor de Moctezuma y Juárez. La otra historia.

En ese sentido, asegura el autor, don Porfirio podría convertirse, dos veces, en una buena brújula. “La primera, cuando su gobierno logró la gran reconciliación que terminó con las matanzas del siglo XIX, para lo cual se reconcilia con los juaristas, con la iglesia, los radicales y los masones, es decir, él logró por primera vez una suerte de gran reconciliación, aunque ésta no fue absoluta. Y hoy me pregunto: ¿qué tanta falta nos hace una buena reconciliación para sentarnos a la mesa, discutir y pensar en el país donde caben todos?”, sostiene.

Pero más allá de esta reconciliación está el personaje que aún no se ha agotado. “Piensa como cualquier persona y si yo le dijera que imaginara a Porfirio Díaz dando clases de latín, no me creería; si le pidiera que pensara como profesor de Derecho y bibliotecario de una institución de educación superior, no lo aceptaría; y tampoco lo concebiría en el seminario.






"Ese es el Porfirio que me parece fascinante, el joven que acaba metido en la guerra, porque en realidad es el eterno desconocido por todos, ya que siempre lo vemos viejo, como un káiser con sus grandes bigotes y sus medallas. A mí el Díaz joven, que puebla buena parte de la novela, es el que me tiene francamente patidifuso y apantallado”, asegura.

Además, destaca cómo pese a su falta de habilidad discursiva, logró imponerse. “Nunca fue un gran orador, en una época en la que todo mundo era pico de oro y se paraban en la tribuna como unos Demóstenes, mientras que don Porfirio no era un hombre de discursos y sin embargo logra imponerse. A mí, esa parte de Díaz me encanta, es mi parte consentida”.

¿Por qué decidió que su novela iniciara con los últimos meses del personaje?, se le pregunta al autor. “Pensemos que cuando Porfirio Díaz parte al exilio, mucha gente lo despide en Veracruz. Para que te des una idea: al puerto llegan embajadores y mucha gente –llamémosle como en aquella época– decente, e incluso había marchas militares y hasta fila para despedirse de él”.

Don Porfirio se va casi como un héroe, asegura Trueba Lara. Sin embargo, debe llevar a cuestas dos problemas. “El primero es cómo una nación que él había creado y que parecía tan fuerte, poderosa y bien plantada se derrumbaba en un tiempo tan veloz, dado que la revolución maderista apenas duró unos meses. Y lo segundo es que don Porfirio guarda silencio durante todo su exilio, prácticamente no vuelve a tocar el tema de México o, por lo menos, hasta donde esto puede saberse”.

Imagínate que tú eres ese hombre, que fue casi todopoderoso, que fue el creador de una nación y que ahora está en el exilio, lo mejor que puede pasarte… es olvidar y volverte una suerte de amnésico.

Sin embargo, Díaz debe recordar y, a partir de ese recuerdo voy creando la novela, la cual trata de llenar ese silencio de cinco años, de ver cómo dejó de ser el que era, como también el cuerpo lo va traicionando, porque los años no le pasaron en balde, sabiendo que la muerte está a la salida de cualquiera de las habitaciones donde vive en París”, explica.

En esencia, se trata de un personaje ambivalente que, por un lado, mantiene una memoria privilegiada, pero al mismo tiempo es un hombre derrotado. “Estamos ante un don Porfirio que puede acordarse del olor del Templo de la Soledad y de la gente que camina con él en las procesiones. Pero, a ratos la cabeza también lo traiciona y puede llevarlo a ver algunas imágenes desconcertantes, como esos fantasmas que todo el tiempo están apareciendo en la novela”, concluye.

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