Marzia Anwari fue amenazada por los talibanes por pertenecer a la primera orquesta femenina de Afganistán, pero la adolescente sigue luchando por hacer lo que ama en un país conservador y devastado por la guerra, donde ser mujer y músico implica amenazas de muerte.
Ella es parte de la orquesta femenina Zohra, convertida en un símbolo de libertad e inspiración para las niñas que desean seguir su carrera artística en un país cuyo legado en la música profesional fue enterrado por cuatro décadas de conflicto.
Los insurgentes han amenazado constantemente a sus padres para que se retire de la orquesta porque, según ellos, “la música es haram (prohibida) en el Islam”, relata la joven de 16 años. “Mi familia me está presionando para que abandone Zohra y regrese. En los últimos cuatro años no he visitado mi casa”, dice afligida la niña.
Anwari proviene de un pueblo bajo influencia talibán en Takhar. Ganó prominencia después de tocar frente a dos mil líderes políticos y empresariales en el Foro Económico Mundial 2017. Pero su nueva fama la ha convertido en el objetivo del grupo militante, que la considera no islámica.
La música ha formado parte de la riqueza cultural afgana por siglos y en los años 80 muchas orquestas poblaban el país, pero con la guerra civil, y la llegada de los talibanes al poder en 1996, fue proscrita.
Los extremistas fueron particularmente duros durante su gobierno de cinco años, castigando a quienes escucharan música e incluso rompiendo las manos de los músicos cuando eran sorprendidos tocando.
A Zohra, formada en 2015 por Ahmad Sarmast, director el Instituto Nacional de Música de Afganistán, se le atribuye un rol esencial en el cambio de mentalidad de la sociedad hacia la música, que alentó a muchos padres a enviar a sus hijas a los conservatorios. “Gracias a la reputación que ganó la orquesta en Afganistán y en el mundo, hay más chicas inspiradas para dedicarse a la música”, afirma Sarmast.
Zohra es, dice, “un símbolo de libertad para las afganas y una fuerza de cambio en un país donde la presencia de mujeres en la música aún se considera tabú y una vergüenza”.
Sarmast fue uno de los fundadores de la academia en 2010, nueve años después de que los talibanes fueran expulsados por las fuerzas de EU. El objetivo, explica, era rehabilitar y preservar la música afgana mediante la formación de músicos con la ayuda de profesionales extranjeros.
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