Por Ricardo Quiroga
El fin, la muerte, el término de un orden para la imposición de otro, no necesariamente mejor; el parricidio de un sistema a manos del que le sucederá, su hijo, una versión destilada de sí mismo o la antítesis. De esto se ha alimentado el arte desde hace siglos, de ese coqueteo con lo mortuorio, con lo transicional, el fin de eso cuyo vacío habrá de ser ocupado por algo más.
Cuentan las versiones que hace poco más de 180 años, en 1840 para ser preciso, el artista francés Paul Delaroche al ver una fotografía por primera vez decretó: “desde ahora, la pintura ha muerto”. Ni hablar de todas las ocasiones en las que se promulgó el desplazamiento de la fotografía a causa del nuevo consentido del siglo XX: el cine. En el ensayo La cámara lúcida, en 1980, Roland Barthes decía: “todos esos jóvenes fotógrafos que están trabajando en el mundo, decididos a la captura de la realidad, son agentes de la muerte”.
Pero los decretos funestos no son cosa enteramente del pasado. ¿Cuántos no se han aventurado a anticipar la muerte de la experiencia cinematográfica colectiva, presencial, en una sala frente a la gran pantalla, a manos de los formatos digitales, las plataformas streaming y la inmediatez y practicidad de una pantalla inteligente?
¿Y qué hay del arte contemporáneo? Toda vez que no es una corriente per se, ¿tiene la misma condena?, ¿hay algo más que ocupará su lugar?
Estas son las provocaciones que motiva la XV edición del Simposio Internacional de Teoría sobre Arte Contemporáneo (SITAC), organizado por el Patronato de Arte Contemporáneo (PAC), que del 17 al 19 de marzo tomará lugar en el Museo Nacional de Antropología, con una selección internacional y sui generis de teóricos, historiadores del arte, cineastas, filósofos y artistas que disertarán en torno al tema central de la edición: The End / El Fin.
De vampiros y zombis
Para este encuentro, el PAC eligió a dos artistas de gran reconocimiento como directores invitados: el cineasta y curador angelino Jesse Lerner y el artista plástico y fotógrafo mexicano, pero también residido en Los Ángeles, Rubén Ortiz Torres. El Economista se reunió con ellos en vísperas del arranque del SITAC.
“Se ha hablado de la muerte de la pintura desde hace más de 100 años. Y desde luego sigue ahí, nunca dejó de existir. Y si estuviera muerta, permanece elegante y nos sigue hablando desde hace cinco mil años. Entonces diría que habría muerto como un vampiro. En el caso de la fotografía, ahora que se distribuye de manera viral y se multiplica fuera de control, de manera grotesca y sin mucho contenido, diría que ha muerto como un zombi que sigue multiplicándose, comiéndole el cerebro a la gente. Pero todo esto es una alegoría”, declara Ortiz Torres. “El simposio en realidad no va a hablar de vampiros y de zombis”.
El cine sigue vivo, aduce por su parte Lerner. “Permanecimos encerrados en casa dos años, mirando películas en laptop, pero el momento de regresar y ver la pantalla grande, percibir el sonido, convivir con otras personas, nos retornó a esa experiencia totalmente única. Obviamente nos gusta la posibilidad de encontrar cualquier película en cualquier momento, pero ir a la sala es una situación completamente distinta. Sobre la imagen, los artistas siguen descubriendo cosas nuevas que hacer con la pintura y la foto, no se trata de una nostalgia ni una situación reaccionaria”
El arte que dejamos atrás
En su ensayo La transfiguración del lugar común (1981), el filósofo estadounidense Arthur Danto proclamaba la muerte del arte, pero no una muerte trágica. Para Ortiz Torres, “Danto decía que el arte, al menos como se ha entendido en occidente, esta idea de línea progresiva de vanguardias parricidas donde una mata a la otra, ya no existe más. Se acabó el arte como antes se concebía. Ahora no solo coexiste la pintura con la fotografía sino la figuración con la abstracción, el conceptualismo con el expresionismo. Es decir, ya no juzgamos las cosas pretendiendo que habrá una nueva vanguardia. En términos de contenido y forma, nunca habíamos visto un panorama tan ecléctico y con tantas opciones”.
De ahí que el Museo Nacional de Antropología sea una sede ideal para el SITAC, señala Jesse Lerner, un recinto de arte prehispánico que no encallaba en las vanguardias, sino que hacía del arte un ente funcional, pedagógico y religioso que sigue moviendo propuestas contemporáneas.
¿El arte puede evadir el tema de la violencia?
“Desde luego esta siempre ha sido una parte importante del arte. La ves en Goya y en Picasso. No voy generalizar y decir que ese (el arte que aborda la violencia) es el mejor arte que existe, pero sí es el que más me gusta. Me México tenemos a Enrique Metinides, Teresa Margolles, Orozco, por ejemplo. Y no sé si las grandes obras de la violencia en México se han hecho todavía”, concluye Ortiz Torres.
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