sábado, 2 de abril de 2022

Los libros son herramientas, serán mejores o peores según los usemos: Irene Vallejo



Por: Jesús Alejo Santiago

Desde la aparición de El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo (Siruela, 2019), se han publicado alrededor de 40 ediciones y se ha traducido a unos 30 idiomas, sin embargo, Irene Vallejo aún se percibe como esa escritora y académica que metía sus libros en el maletero de un auto para ir de feria en feria en busca de lectores.

Ya había publicado las novelas La luz sepultada y El silbido del arquero, o la antología Alguien habló de nosotros, pero en la actualidad, recorre el mundo: de Zaragoza a Madrid y de ahí a diferentes partes: hace unas semanas en Colombia, ahora en México, próximamente en Francia, sobre todo para tratar de recuperar el tiempo de encuentro con los lectores, acotado por la pandemia, y que a la académica le resulta fundamental. 

¿Cómo era la vida de Irene Vallejo antes de la aparición de El infinito en un junco? 

Escribía y formaba parte de unos circuitos muy independientes. Viajaba de feria en feria, de instituto en instituto, a lugares pequeños, a centros culturales en los pueblos y apenas era conocida en Madrid: todos esos años han nutrido al libro, porque he estado en contacto con esas personas que llamo los salvadores del libro: profesores de literatura, bibliotecarios y bibliotecarias, personas que promueven encuentros culturales.




“Así he sido consciente de esa red que existe, pero pasa inadvertida porque no es noticia; hay muchas personas que están protegiendo a la cultura y eso me emocionó, como ahora me emociona ver que, entre los jóvenes, sobre quienes nos dicen que ya no leen, hay muchos que escriben poesía, narrativa… buscan su identidad y su expresión a través de la palabra”.

El reconocimiento logrado casi la lleva a ser considerada una rockstar del libro, ¿qué piensa al respecto?

Reconozco que ese término me produce pudor, porque me cuesta identificarme: todavía pienso en mí misma como la escritora que iba de feria en feria. Mi madre me decía que era como los cómicos de la legua de otros tiempos: metía mis libros en el maletero e iba a centros muy pequeños, donde se producen la cultura más pegada al suelo y a las iniciativas de las comunidades. 

“Me cuesta acostumbrarme a lo que ha sucedido con El infinito en un junco. Por otro lado, me siento muy agradecida por tomar la palabra y que me escuchen en la defensa de todas estas ideas que parecían abandonadas y en declive, quizá trayendo esperanza a la gente que sigue creyendo en ella: esa comunidad antigua que cree en el valor de la palabra, de la belleza y de la creación. Voy a intentar estar a la altura de todas las posibilidades que se me ofrecen, aprender de los lugares que visito y hacer que todo eso me ayude a crecer como escritora y como pensadora”.

El éxito del libro no dejó de ser sorpresivo ni para usted, como autora… ¿qué pensaba al momento de proyectar este ensayo? 

El infinito en un junco comenzó como una investigación académica pero después me di cuenta que un libro podría alcanzar un número restringido de lectores especializados y yo quería transmitir esta historia a un público más amplio, transformándola en una obra literaria; así fue como concebí este reto experimental de escribir un ensayo de aventuras, que se pudiera leer con el placer de una novela, ofreciendo conocimiento, una zambullida en la historia, una exploración para todos los enamorados de los libros y de la lectura, desde ese pasado en común que tenemos y de todas esas peripecias que nos han llevado a ser como somos. 

Se trata de una aventura que, de distintas maneras, estaba a contracorriente de las ideas de nuestro tiempo…

Sí, porque todo el mundo decía que se acababa era una era, que los libros estaban casi desahuciados, una constante histórica es ver como se desahucian los libros siglo tras siglo y, sin embargo, siguen vivos. 

“Creo que la barrera establecida entre las ciencias y las humanidades es muy artificiosa, porque realmente los humanistas necesitamos una base de lógica y de pensamiento que tiene que ver con las ciencias; y las ciencias también necesitan estar en contacto con la dimensión histórica de sus propias disciplinas y con muchos debates éticos: el futuro será de colaboración, mientras se contemplen las visiones de humanistas y científicos, que nos permita hibridar nuestra formación. El conocimiento de la historia, de la filosofía y de la lengua es muy importante para los científicos, porque el pensamiento siempre se expresa a través de la palabra”. 




En diferentes momentos ha reflexionado sobre la importancia del libro en la construcción de las democracias…

Sí, porque los tiranos suelen temerla a la palabra en general, a la palabra que disiente y discrepa del discurso, del razonamiento. Las dictaduras enseguida empiezan a decidir qué libros se pueden publicar y qué libros no, expurgan en las bibliotecas e intentan negar o prohibir el acceso a algunos discursos. 

“Esta también es una cuestión en las democracias, porque de manera continua exploramos los límites de la libertad de expresión, intentando fundamentar una discusión limpia entre todos, un debate y un diálogo que no trate de imponerse y esa es una tarea muy difícil, es mucho más sencillo fundar el poder en el ejercicio de la fuerza que en el diálogo entre las distintas sensibilidades y posturas de una sociedad. Y eso lo estamos ejerciendo en democracias que son relativamente jóvenes”.

Si al principio de la charla se refirió a los salvadores del libro, ¿quién podría ser un enemigo del libro? 

Enemigos ha habido a lo largo de toda la historia, desde que se testimonian las hogueras, las persecuciones del libro, la oposición a determinadas manifestaciones o discurso. Desde la antigüedad vemos cómo los poderosos persiguen a historiadores o determinados ritos: se acusa a los libros de inmoralidad, de estar en la base de muchos de los problemas a los que se enfrenta la sociedad y se intenta crear un mundo prohibiendo determinados discursos y obras literarias.

“También es cierto que hay libros peligrosos, dañinos, que han transmitido discursos de odio y, por tanto, no se puede sacralizar al libro. Es cierto que la libertad de expresión y de pensamiento necesita el acceso, sin restricciones, a los libros”.

Es cierto que a lo largo del libro habla de la lucha contra algunos lugares comunes, como ver al libro como un objeto sagrado, ¿por qué no debiéramos sacralizarlo?

Porque son instrumentos, herramientas y las herramientas serán mejores o peores en la forma en que las utilicemos. El mero hecho de leer no significa que alguien sea mejor persona: se trata de saber utilizar las posibilidades y los conocimientos que nos abren los libros. En El infinito en un junco cuento cómo grandes dictadores han sido muy lectores: Mao tuvo una librería; Hitler, al pagar impuestos, se definía como escritor. 

“No somos mejores quienes leemos que quienes no leemos, y no todos los libros han hecho una aportación benéfica a la sociedad, pero sí es muy importante ver cómo los libros han salvado del olvido y de la destrucción a las mejores y a las mejores ideas, ya luego nosotros tenemos la libertad de asumirlas o no, pero tenemos un decurso de pensamiento y de diálogo con las mejores mentes de la historia. Me asusta que se sacralicen los libros al punto de que quien lee se pueda sentir superior a quien no lee, porque también a través de la oralidad se ha transmitido mucha sabiduría a lo largo del tiempo”. 




La cultura popular resulta muy importante dentro del libro, a pesar de que el eje son los clásicos…

Creo que la cultura popular constantemente absorbe la presencia de los clásicos y está entre sus referentes; he rastreado la presencia del mundo clásico en todos los géneros culturales, incluso en los más recientes, como el hip hop, las músicas urbanas o en los videojuegos, hasta donde pensamos que no lo vamos a encontrar, ahí está el mundo clásico. 

“Pero también creo que hay una gran deuda de la gran cultura y de la gran literatura con las aportaciones de la cultura popular y tradicional a lo largo de los siglos. Para mí es importante que se fundan y promover este diálogo que también me ayuda a darle valor a todo lo que han aportado todas las tradiciones a lo largo de la historia". 

¿Qué escritor mexicano es el que más le gusta?

Decir un solo nombre resultaría muy difícil, pero para mí es muy especial Juan Rulfo –de hecho, mi hijo se llama Pedro en parte por Pedro Páramo--: es un libro que me influyó muchísimo. También Octavio Paz, con El arco y la lira, un libro que resuena en El infinito en un junco. Carlos Fuentes, Juan Villoro, Valeria Luiselli, Guadalupe Nettel, Rosa Beltrán, Socorro Venegas. La verdad es que tienen una literatura tan poderosa que me resulta muy difícil escoger: en todos los sentidos hacen una aportación muy grande.

Manifiesto por la lectura

La filóloga española cedió de forma gratuita a MILENIO los derechos de publicación en México del volumen Manifiesto por la lectura, preparado para el Gremio de Editores de España -una reflexión sobre la razón por la cual la lectura es benéfica no solo para el individuo, sino para la sociedad en general--, bajo la condición de que 300 ejemplares del ensayo se entregaran de forma gratuita a la Biblioteca Central de la UNAM y un número similar a la Universidad Autónoma de Nuevo León. 

“De manera que sea un libro que termine por afianzar los esfuerzos de fomento a la lectura en todas las sociedades. La intención es que llegue a los lectores y pueda hacerles reflexionar; además, los ingresos del libro pueden parar en proyectos de promoción de la lectura, con lo que de alguna manera está afianzando esos programas en todas las sociedades”, destacó Irene Vallejo.

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