Por: Luis Carlos Sánchez
“Yo creo que sí, nos hemos olvidado de ellos; hoy en día son muy necesarios, pero desgraciadamente estamos en un país donde no hay memoria histórica. Me acuerdo de Luis Cardoza y Aragón, Fernando Benítez, el mismo Gutierre Tibón, son gente que están en el olvido completamente”, afirma el investigador Miguel Ángel Muñoz (Cuernavaca, Morelos, 1972).
El también poeta, ensayista y crítico de arte acaba de compilar en un libro el trabajo que durante más de cuatro décadas realizó el italo-mexicano Gutierre Tibón para las páginas de Excélsior. Se llamaba Gog y Magog y aparecía todos los jueves en la página editorial de El Periódico de la Vida Nacional. “Era una de las columnas más leídas y esperadas; ahí trató temas que fueron pioneros de alguna manera sobre lingüística, filología, historia de México, de sus viajes por el mundo”, dice.
La aparición del volumen constituye en especie de homenaje para el escritor mexicano por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Este año se cumplen 110 años del natalicio del pensador (16 de julio) y el año pasado se cumplieron 15 años de su muerte. Para recordarlo, la institución universitaria ha publicado Gog y Magog. Aventuras lingüísticas y Pinotepa Nacional. Mixtecos, negros y triques, publicado por primera vez hace más de medio siglo.
En el libro han sido recopiladas más de cien columnas —“publicar todas requeriría varios volúmenes”—, además de otros textos como aquel donde se rescata la historia de los tibónidas, ancestros de Gutierre Tibón o una serie de pequeñas viñetas sobre las aportaciones de México al mundo, escritas por el intelectual a los 94 años. De tal suerte que el libro resulta un dibujo de lo que fue Tibón, desde sus primeros textos hasta los años de longevidad.
Prolífico, ávido de conocer cada vez más sobre México y sus orígenes, Tibón, dice Muñoz, fue un sabio que abarcó infinitos panoramas. “Tibón fue un hombre muy inquieto, un hombre que siempre se dejó asombrar, que aun con esa irradiación y de ser un hombre del Renacimiento, como lo dijo Hugo Gutiérrez Vega, nunca dejó de asombrarse de las cosas; siempre fue un apasionado de México. Es de esas personalidades que viene de fuera y se enamoran de nuestro país. Siempre le interesó la raíz indígena de México y su difusión, de investigar, de ir. Fue un hombre que siempre se dejó maravillar por el pasado y por el presente de México”.
Nacido en Milán en 1905, Tibón llegó a México en 1940 luego de que Isidro Fabela le recomendó visitar el país. “Desde muy joven se fue a vivir a Basilea, Suiza, ahí de alguna manera inventa la máquina de escribir portátil (la Hermes Baby). Ya desde joven tuvo esa primera inquietud. En un Inventario (columna) que hace José Emilio Pacheco dice que Gutierre Tibón inventó en 1930 la laptop de hoy día, que fue una revolución total en Europa”.
Tibón había sido contratado como traductor en la Liga de las Naciones (organismo anterior de la ONU); ahí conoció a Isidro Fabela, que era el representante de México, país que jamás abandonaría. “No me atrevería a decir que es un autor que ya no se lee; Tibón tiene dos o tres libros que se siguen leyendo, uno es la Historia del nombre y la fundación de México, que fue un parteaguas desde el punto filológico y antropológico de lo que significa la palabra México, que quiere decir ‘en el ombligo de la luna’ y su libro, precisamente El ombligo como centro erótico, sus diccionarios sobre nombres y apellidos”.
En Gog y Magog Tibón exploró de manera miscelánea los temas que le interesaban, a decir, no había algún aspecto de la vida humana que despreciara. “Habla de filología, de lingüística, sobre algunos de sus contemporáneos, sobre el México que descubrió, su amistad con Frida Kahlo, la descripción del Escudo Nacional, la historia de la china poblana. Su columna fue muy leída, deslumbrante en su momento; es muy importante recuperar para México voces como la de él”, dice Muñoz.
La primera ciudad de México. Auge y catástrofe
La primera fundación de México y su apocalíptica destrucción nos ayudan a descubrir las raíces ocultas de su segunda fundación y de su doble nombre: México Tenochtitlan. La primera capital azteca fue edificada, muchos decenios antes de la llegada de peregrinos al Valle de México, en la cumbre del Cerro de la Culebra o Coatepec, cerca de Tula. Este era el lugar de nacimiento de Huitzilopochtli; y el propio dios, por voz de sus sacerdotes, mandó construir una ciudad empezando por el ritual juego de la pelota. Allí, por arte de magia, se formó un pozo de agua que se derramó “y se tendió por todo aquel llano, haciéndose una gran laguna, la cual cercaron de sauces, sabinos y álamos… empezóse a henchir de pescado de todo género… empezaron a venir aves marinas, como son patos, ánsares, garzas, galleretas, de que se cubrió toda aquella laguna… los carrizales se hincharon de diferentes géneros de tordos, urracas, unos colorados, otros amarillos, que con su canto y chirriado hacían gran armonía y alegraron tanto aquel lugar”.
EL SEMIDESIERTO a los pies del Cerro de la Culebra se transformó por voluntad de dios, en “la semejanza de la tierra y sitio que les había prometido”; y dijo Huitzilopochtli a los aztecas: “Aquí es adonde habíamos de venir a hacer asiento… habéis plantado y edificado vuestra propia cabeza… en este lugar de Coatepec ha de ser de México”.
Los aztecas no entendieron los designios de su dios. Coatepec sólo “era muestra y dechado de los que iban a buscar”; no habían descubierto todavía el fatídico lugar del tunal con encima “el águila con las alas extendidas hacia los rayos del sol”.
Publicado el 19 de agosto de 1965 en Excélsior
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