Por: Luis Carlos Sánchez
Alzó el brazo, su cuerpo tenso, como paralizado. Jaló el gatillo de la pistola que tenía en la mano…El sonido del disparo resonó, rebotó en la barranca… el rostro ensangrentado. Un montón de piedras detuvo el cuerpo que rodaba, giraba, violento, sin vida.” Así termina Esos años dorados. El relato habría sido escrito entre enero de 1979 y abril de 1980, entre la prisión de Santa Martha Acatitla y Orizaba, Veracruz.
Parménides García Saldaña estaba prácticamente en el ocaso de una vida que había llevado al límite, siempre peleando contra sí mismo. Boicoteándose. Sumido en el alcoholismo, el veracruzano habría entregado el cuento a Valentín Galas (el mismo que había captado para Excélsior la famosa fotografía en la que apedrean a Luis Echeverría), quien por esos años “era el único que lo aguantaba” y quien le servía de contacto para seguir publicando algunos artículos aquí y allá.
Esos años dorados y otros relatos conformaban un libro que se publicó en 1993, once años después de que El Par (apodo de Parménides) había fallecido en la soledad, el 19 de septiembre de 1982. “Galas los publicó como revista, él hacia revistas de moda, Parménides le dio el libro para publicarlo y nunca lo sacó”, recuerda Edmundo García Saldaña, albacea de Parménides que asumió como responsabilidad seguir divulgando a su hermano mayor.
Cuando murió Parménides, recuerda, “Galas me daba vueltas, un día lleve a mi padre, que ya estaba bastante grande y medio enfermo, se tienta el corazón y decide sacarlo, lo saca como una revista, con una modelo en la portada haciendo aerobics y en cuanto a los textos todos desorganizados, como un monstruo desperdiciado”.
Esa edición, extremadamente limitada, llevaba el arbitrario nombre de En algún lugar del rock. El callejón del blues. Parménides, dice Edmundo, sólo lo había llamado El callejón del blues, pero el editor cambió el nombre porque contaba que el autor siempre le comentó su deseo de tener un libro en cuyo título apareciera la palabra rock.
Veintidós años después, esos textos han vuelto a ver la luz. Ahora se les ha agregado un nuevo subtítulo y, junto con una nueva edición de Pasto verde, inauguran el sello independiente Editores y Viceversa y su colección Alarido. El callejón del blues Revisited incluye 15 relatos y un guión para radio inédito, Comunión, y ha sido revisado, reorganizado y corregido por la editora Valentina Tolentino Sanjuan y el propio Edmundo.
El tono de Parménides es reconocible en algunos de los relatos, ahí está la idolatría por la música, en especial el blues y el rocanrol, el uso heterodoxo del lenguaje siempre mezclando idiomas y onomatopeyas, también su acostumbrada crítica a la intelectualidad y su desordenada manera de aproximarse a las relaciones sentimentales. Pero también, dice Edmundo, “hay otra manera de enfrentarse a algunos temas, como si la literatura de la onda hubiera quedado atrás”.
Quizá esa sea la razón por la que algunos han dudado que se trate de escritos hechos por El Par. Edmundo, por supuesto, defiende su autenticidad. Muchas de las escenas relatadas ahí, dice, fueron auténticas y sus líneas resultan extremadamente biográficas. “En un Diorama de la Cultura (de Excélsior) de 1982, a la semana de que murió Parménides, en un escrito titulado El gato de mediodía se describen los libros que escribió y de este lo da por perdido, es la primera vez que alguien lo menciona; ya lo sabía José Agustín y dos o tres más”.
Edmundo habla entre el recuerdo y la emoción. Los años han acabado por teñir con cierto matiz mitológico todas las memorias que conserva sobre su hermano. Lo mismo que sucedió con el escritor y sus libros, siempre oscilando entre el culto under y la mitificación de quienes conocieron a Parménides, un hombre desatado que desde pequeño era admirado en su familia, de talento nato y que representó a la clase media pujante, inconforme, que estuvo dispuesto a pelearse con su familia con tal de convertirse en escritor.
Era un orgullo desde niño, yo descubrí como a los seis, cuando él tenía ya 15 años, que tenía un hermano simpatiquísimo, inteligente y que escribe y que toda la familia estaba orgullosa porque escribía en periódicos y revistas; de repente ya está escribiendo en Siempre! y ya estaba relacionado con Poniatowska, con Carballo, con muchos escritores. Era muy simpático, muy jocoso, dice René Avilés que era muy guapo, era de ojos verdes, de barba roja, simpatiquísimo, chaparrito”.
¿Cuándo decide volverse escritor? “De la noche a la mañana. Él estudiaba economía, pero leía mucho. Luego vino un momento importantísimo cuando se da el rompimiento con la familia, una familia clasemediera en la que lo único que quería mi padre, ingeniero agrónomo que había apoyado a Lázaro Cárdenas, era que su hijo fuera gente bien y mi madre más, Parménides decide ser escritor y le da el ataque a mi papá”.
Parménides se había contaminado ya con las letras, era un voraz lector de los clásicos y amaba a los escritores estadunidenses como Faulkner o Steinbeck. Su familia vivía en la calle de Tajín, en la colonia Narvarte; eran parte de ese México pujante, sin muchos problemas económicos. Cuando el joven Parménides decide dedicarse a las letras también pide salir a estudiar a EU letras inglesas. Sus padres lo apoyan, pero él nunca volverá al terruño familiar.
“Se va muy joven, a los 17, 18, ya no se pone en contacto y se pone a escribir Pasto verde. Es un delirio que le venía de adentro”. En ese lapso también conoce a los beatniks y se engancha con el alcohol. “El alcohol lo detonaba, la mota lo atarugaba; lo metieron a clínicas varias veces porque después cuando escribe Pasto verde andaba en la calle muy locote, con el cabello largo y viviendo en “el pesebre”. Mis padres lo detienen y lo meten a curar, no hubo diagnóstico”.
¿Qué paso después? “Todo se agudizó y eso acabó reventándolo; fui por él a una clínica en Tlalpan, en los 80 y un día que lo recogí me dice: ‘me acaban de meter gases’, lo medicaron muy cabrón y se volvió un desmadre, ya no podía estar sin sus medicinas, con alcohol, y ahí termina todo. Mis padres nunca lo abandonaron, le daban de comer, le daban ropa y él seguía escribiendo, en un cuarto de azotea que le compraron en Polanco, en la calle de Schiller. Mis papás habían ido a Orizaba a una boda y en dos tres días se murió”.
Parménides, dice su hermano, murió de pulmonía. Tenía 38 años, en 1968 publicó con Editorial Diógenes Pasto verde; en el mismo sello, En la ruta de la onda, en 1972; el poemario Mediodía en 1975 con Joaquín Mortiz, así como decenas de artículos en Excélsior, El Sol de México, El Heraldo, El Día, Novedades, Piedra Rodante y POP. ¿De dónde venía su desesperanza? “No hallo respuesta. René Avilés dice que lo mató la sociedad; quería cambiar el mundo, a la clase media con sus aspiraciones, falsas tan nefastas, ridículas, la relación de hombres y mujeres dentro de esa clase”, concluye.
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