miércoles, 13 de enero de 2016

Tengo "rating alto"


 
Por: Francisco Morales V.
 
El escenógrafo Alejandro Luna lo cuenta riéndose, paladeando los detalles. Con su narración, la escena parece más propia de Odisea 2001, de Stanley Kubrick, que de un comercial de televisión.
 
 
 
Una mazorca artificial, aclara explota en mil pedazos, y las partes que salen disparadas se transforman a medio vuelo en hojuelas perfectas, para después aterrizar, gráciles, en una caja de cereal.
 
 
"Babosadas así, pero muy divertidas, recuerda.
 
 
Antes de ser el escenógrafo cuya trayectoria hoy se reconoce con la Medalla Bellas Artes trabajó en comerciales, decenas de ellos, como aquel clásico de Kellogg"s.
 
 
 
"Los comerciales, a diferencia de todos mis compañeros, que decían que eran algo así como lo más nefasto que había, a mí me encantaban, asegura.
 
 
Ha realizado escenografías de más de 250 obras de teatro, muchas de ellas para grandes maestros, como Héctor Mendoza, Ignacio Retes, Víctor Hugo Rascón Banda, Vicente Leñero y Ludwik Margules, pero aún recuerda esas grabaciones formativas con gusto.
 
 
 
Aquélla fue una etapa de tránsito. Al salir de la UNAM, donde estudió Arquitectura y tomó clases de Literatura y Arte Dramático, Luna se debatió entre ambas ocupaciones.
 
 
Durante 10 años trabajó en despachos de arquitectos, hasta que eligió dedicarse al teatro de lleno. El diseño de escenografías de comerciales, fashion shows y hasta de bodas ayudarían a financiar, durante mucho tiempo, su vocación escénica.
 
 
"Yo tengo la impresión de que nunca he podido subsistir del puro teatro, acota.
 
 
 
No obstante, de alguna forma, el buen humor y la buena memoria de Luna dan a esos primeros tiempos tintes de abundancia.
 
 
 
"Trabajaba con buenos fotógrafos, mucho material, con dinero para hacer la escenografía..., rememora. Y luego irrumpe un mejor recuerdo: "Todo el tiempo están pasando coctelitos y pastelitos, además las modelos estaban guapísimas... Me la pasaba muy bien.
 
 
Hable de teatro, ópera o comerciales, el escenógrafo jamás se recuerda solo.
 
 
 
"Siento que la obra de teatro no es divisible. ¿Dónde empieza la escenografía y dónde empieza la actuación?, se pregunta. "Es un trabajo colectivo, contagioso, en el que todo mundo tiene que estar participando.
 
 
 
Esta noche, a las 19:00 horas, cuando Alejandro Luna suba al escenario de la Sala Manuel M. Ponce, en el Palacio de Bellas Artes, para recibir su medalla, tras de él irá un ejército de carpinteros, pintores, herreros, utileros, sonidistas e iluminadores.
 
 
 
"Siento que, si recibo un premio, les corresponde también a ellos, juzga sobre quienes han trabajado en sus escenografías.
 
 
 
Ante todo, incluso antes de que los espacios y las luces hagan su aparición en la mente, Luna es un gran lector de teatro. Su método ideal para realizar una escenografía comienza con una lectura solitaria, controlada y sin opiniones externas, de los guiones nuevos que le proponen.
 
 
"En la medida en la que yo sienta algo directamente con un texto, sin influencia de alguien, yo puedo devolver algo auténtico, propio, relata.
 
 
Ahora cuida no enfadar a los directores que, de inmediato, quieren darle sus impresiones. "No, mano, déjame leerla, déjame estudiarla. Nos vemos en un mes, solía decirles antiguamente.
 
 
Con algunos, como Ignacio Retes, la colaboración era sencilla. "Usted hágala, arquitecto, yo dirijo allí, le decía, aunque a veces le llegaran sugerencias del tipo de "Yo haría la ventanita un poco más grande.
 
 
 
Las mayores fricciones, reconoce, ocurrieron con Ludwig Margules, su colaborador por décadas. Aquéllas, dice, eran peleas creativas, pero peleas de verdad. "Con él trabajé 20 años, así que se perfeccionaron las agresiones, recuerda con risas.
 
 
Es famosa la reticencia de Luna por elegir una obra de la que se sienta especialmente orgulloso. Los que considera errores, sin embargo, los dice rápidamente.
 
 
Su primera ópera, Fausto, fue un fracaso, a decir suyo. Por inexperiencia, creó la escenografía basándose demasiado en el libreto y no tanto en la música.
 
 
 
Como resultado, en el escenario se vio a un batallón recién vuelto de la guerra, con picas y corazas, torpemente bailando un vals con hermosas doncellas, como la música y el director de la obra ordenaron.
 
 
 
"Uno no debería aprender en Bellas Artes, debería aprender donde no lo vean tanto, ríe. "Me pudo tanto fracasar que hice Fausto más veces.
 
 
 
Urgido a hablar de sus éxitos, ofrece una metáfora de sus tiempos como jugador de billar: "Ningún billarista dice: "Mi mejor partida fue tal". Lo que sí estiman mucho es su promedio.
 
 
 
Después de una pausa, se aventura con una sonrisa: "Yo creo que tengo un rating alto, francamente.
 
 
 
Esta noche, en Bellas Artes, los invitados a la entrega de su medalla seguro concuerdan

No hay comentarios: