martes, 2 de agosto de 2016

Despliega Marie Chouinard una elegía poética al Universo






Por: Armando G. Tejeda



La muerte y su opuesto, la vida en ebullición, en plena armonía de la naturaleza; el silencio y su contraste más antagónico, el grito histérico emitido por un cuerpo sometido a la violencia más extrema y cruel; el sueño de la vigilia y el canto de sirenas frente a la canción siniestra de las cabezas decapitadas, los cuerpos engullidos a mordidas por los de su propia especie o las niñas inocentes agonizantes con un inmenso palo en forma de corneta introducido en el recto con severidad.



La coreógrafa y bailarina canadiense Marie Chouinard (1955) estrenó en Madrid su peculiar interpretación de uno de los cuadros más misteriosos de la historia del arte, el tríptico El jardín de las delicias, en la que, al igual que en la obra de El Bosco, hay lujuria, brutalidad, arrebato carnal, violencia, sangre, miedo y finalmente una inmisericorde elegía poética al Universo.



En el teatro Fernando Arrabal de Las Naves del Español, del centro cultural madrileño El Matadero, en el festival Los Veranos de la Villa, la artista canadiense efectuó las primeras funciones de una propuesta pensada para rememorar los 500 años de la muerte del misterioso Jheronumus Bosch, El Bosco.



Zozobra y llanto

Marie Chouinard asumió el reto de llevar al escenario, a través del arte de la danza, una pieza artística todavía plagada de enigmas y misterios, que representa un universo rico en figuras y contrastes, aunque también plagado de cuestionamientos metafísicos y afirmaciones filosóficas sobre el devenir del hombre que transmiten zozobra y llanto.



La coreografía creada por Chouinard, una de las autoras más transgresoras y admiradas en el mundo de la danza contemporánea, consta de tres actos; en cada uno se inspira en una de las tres partes del célebre tríptico de El Bosco.



Aunque la pieza artística consta en realidad de cuatro imágenes, una vez que la obra se empieza a ver cerrada, en lo que es una caja en cuya parte frontal tiene un inmenso globo terráqueo asfixiado por una especie de burbuja inmensa y en la que no hay colores, sólo tonos grises y ocres, y dentro del planeta sólo quedan vivos algunos animales y vegetales. No hay signos de vida humana.



Los bailarines de la compañía de Chouinard se mimetizan con un escenario en gris, con los cuerpos desnudos, con lo que van dando vida a todo el universo expuesto en El jardín de las delicias; desde los grifones, los unicornios, los ciervos, los asnos, los leopardos y las panteras hasta los cuervos, los demonios y el cerdo con velo de monja que martiriza a las sílfides y a los niños.



Crueldad y desesperanza



En el primer acto, Chouinard nos conduce a la parte central del cuadro, en el que se evoca precisamente El jardín de las delicias y en el que se muestra la faceta más carnal y desenfrenada del ser humano. Los movimientos de los bailarines son sensuales y animales, pero con una cadencia y ritmo que evocan a las aves o petirrojos que en el cuadro simbolizan el erotismo, la pasión y la entrega amatoria en todas sus vertientes y versiones.


En el segundo acto, quizá en el que se muestra sin tapujos la brutalidad de la obra, Chouinard va de manera paulatina, y con música hipnótica y atemorizante, metiéndose en el oscuro pasaje del Infierno, en el que hay cabida para la decapitación, para la muerte, para la crueldad más abyecta, para el miedo más atroz, para la desesperanza.



La destrucción es total y después de la voracidad de las bestias y las figuras mitológicas devorando a bocados y sometiendo a hombres y mujeres con instrumentos musicales reconvertidos en instrumentos de tortura, vejación y muerte. El final de la obra evoca precisamente a la parte izquierda del cuadro, en el que se representa la figura de Dios y Adán y Eva, en un paraíso lleno de paz y armonía. En una especie de elegía poética sobre el Universo, sobre la visión enigmática y singular de un artista, El Bosco, que a la fecha sigue siendo un gran desconocido.




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