La creación artística no se cruzó de brazos ante la violencia y esos cuerpos torturados, colgados, y desmembrados en el México del siglo XXI. No. La fotografía, el cine y el videoarte apostaron por explorar esa violencia, representarla y no figurar como un espejo de la realidad, sino construir una narrativa propia que se distanció y se opuso a toda narrativa oficial, dice Iván Ruiz, autor del libro Docufricción. Prácticas artísticas en un México convulso.
Para demostrarlo, el investigador por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM exploró la obra visual de artistas como Guillermo Arias, Fernando Brito, Maya Goded, Adela Goldbarg, Mauricio Palos, Pedro Pardo, Daniela Rossell, Alejandra Sánchez e Yvonne Venegas, quienes encontraron en la foto, el video y el performance la vía para describir y explicar la violencia, tal como lo hizo Enrique Metinides en los años 70, cuya obra hoy se encuentra en el Museo de Arte Moderno (MoMa) de Nueva York.
“Aquí hablamos de la relación entre el arte y la realidad y cómo alimenta uno al otro”, apunta Ruiz, quien trazó en este libro una cartografía de algunas producciones artísticas de este siglo, tomando como epicentro de la violencia en Tijuana, Acapulco, Culiacán, Ciudad Juárez y Ciudad de México en el marco de la guerra contra el narcotráfico.
Luego de tres años de labor, esta investigación mostró que la máxima expresión de la violencia no puede exterminar la imaginación. “La investigación nos dice que la facultad para imaginar no puede ser terminada por la violencia expresiva ocurrida en México, así que sí es posible reactivar la imaginación en ese contexto de violencia”.
“Aunque también me interesó mucho el hecho de que esas imágenes corrían a contrapelo del discurso oficial, del discurso de Estado, lo que me ha llevado a buscar esa misma posibilidad en la producción de nota roja, que es una nota desmedida, la cual ha sido bastante trabajada por el arte contemporáneo”.
¿La realidad rebasó a la ficción?, se le cuestionó. “Yo no pensaría eso. Más bien creo que la realidad está imbricada a la ficción. Pero lo interesante, para mí, en la elección de estos trabajos y artistas es que continúan repensando las formas de representación de la violencia desde parámetros que no habían sido explotados en otro momento.”
Un ejemplo de estas nuevas exploraciones lo muestra Adela Goldbarg, quien recurre a la investigación hemerográfica y elabora réplicas a escala real, que hace con artesanos de Tultepec, para luego realizar acciones públicas que remiten a las quemas de judas.
“Considero que hay artistas, como Adela, que están repensando cómo representar o cómo acudir a la violencia desde un lugar inédito. No voy a decir original, porque en el arte no hay nada absolutamente original, pero sí desde un lugar inédito que te conduce a la sorpresa y a la valoración en otro sentido distinto al que te conduce ver un cuerpo colgado en un puente metropolitano”, añade.
FRONTERAS LÍQUIDAS
Sobre el significado de la palabra Docufricción se cuestiona a Iván Ruiz, quien reconoce que proviene del término docuficción. “A partir de ese antecedente, lo que propongo es este neologismo donde trato de subrayar, con la incorporación de la R, la contrariedad justamente cuando se entrecruzan documental y ficción”.
Y añade: “Docufricción vendría a ser un conjunto de prácticas que emanan de territorios en disputa, de zonas de guerra y donde justamente las fronteras entre realidad, irrealidad o ficción y documental están diluidas. Así que es una propuesta para pensar solamente cierto tipo de prácticas que emanan de estos territorios en disputa”.
¿Cuál es la propuesta central del libro? “La propuesta es por qué están unidas estas prácticas o estos discursos a través de las imágenes, que representan una contracorriente frente a la narrativa oficial del Estado con una narrativa que apoyó el plan bélico que se conoció como ‘guerra contra el narcotráfico’, entre 2006 y 2012, bajo el sexenio de Felipe Calderón”.
¿No es la producción artística un reflejo de la realidad? “Todo lo contrario, como lo mostró esa abundante producción de imágenes, muchas de ellas bajo la categoría de nota roja, pero lo que hacen estas otras imágenes es justamente cuestionar esa narrativa oficial y presentarse como una anomalía frente a ellas”.
Y añade: “Eso me interesa mucho, porque no son semejantes (las imágenes hiperrealistas que se difunden en los medios audiovisuales) con esas imágenes que confrontan la belleza con la abyección y el horror”, con lo cual se transforman en una especie de anomalía que cuestiona esa iconografía de Estado.
Es interesante ver cómo (las visiones artísticas) contrapuntean la narrativa del Estado o esas iconografías que quieren ser efectivamente aterradoras. Y ahí es claro que existe la posibilidad de volver a activar la imaginación y la creación frente a un entorno absolutamente violento”.
¿Cuál fue el criterio para la selección de los artistas?, se le cuestiona al autor. “Fue a partir de un mapeo. El libro recorre diferentes escenarios que, en su momento, fueron reconocidos como epicentros de violencia, básicamente por el despliegue del plan bélico entre 2006 y 2012, en ciudades como Tijuana, Acapulco, Culiacán, Juárez y la Ciudad de México, con lo cual resultó este mapeo o cartografía”.
Docufricción. Prácticas artísticas en un México convulso contiene tres ensayos Cuerpos posados, Fotoperiodismo iconoclasta y Cenizas. El primero aborda la puesta en escena de los sicarios y de las poses que construyen, frente las que son representadas en documentales, con proyectos decisivos para pensar la violencia en términos simbólicos y literales. El segundo explora las condiciones en que se produce la imagen decisiva del cadáver, donde advierte los problemas y virtudes del fotoperiodismo que se aleja del interés de “la verdad” para trabajar en la zona ambigua de la docufriccion. Cierra con un texto sobre el lenguaje literal y simbólico.
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