Por: Juan Carlos Talavera.
Entre la oscuridad y la memoria transcurren las páginas de Perseguir la noche, la más reciente novela de Rafael Pérez Gay (México, 1957), un relato autobiográfico, pero que también mezcla las andanzas de intelectuales como Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Gutiérrez Nájera y Francisco Zarco, con los recuerdos de un hombre que convalece después de una intervención quirúrgica, para demostrar que el Centro Histórico tiene memoria propia y que buena parte de sus huellas se han borrado por mera ignorancia.
Entre la oscuridad y la memoria transcurren las páginas de Perseguir la noche, la más reciente novela de Rafael Pérez Gay (México, 1957), un relato autobiográfico, pero que también mezcla las andanzas de intelectuales como Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Gutiérrez Nájera y Francisco Zarco, con los recuerdos de un hombre que convalece después de una intervención quirúrgica, para demostrar que el Centro Histórico tiene memoria propia y que buena parte de sus huellas se han borrado por mera ignorancia.
Muchas veces la incuria, la ignorancia y la codicia urbana han destruido parte de la historia que yace en las calles de la Ciudad de México. La corrupción misma, durante décadas ha borrado momentos históricos, aunque una de las obligaciones de los gobernantes es conservar una parte fundamental de esa memoria”, dijo el autor en entrevista.
Esa memoria aparece en este libro y es uno de los mejores bálsamos contra el tedio, explicó el autor, porque más allá de la historia que puede tener un edificio, “está la carga de emociones y las personas que los habitaron en el pasado, con esas personas que caminaron por esos lugares y que al caminarlas y habitarlas… transformaron la historia de la ciudad”.
Pero para entender este libro hay que saber que contiene tres niveles narrativos. Uno ocurre en el terreno del presente y de la enfermedad del narrador, quien es atendido por Arnoldo Kraus, también escritor y médico, quien le detecta un tumor canceroso en la vejiga.
El segundo es un plan de evasión en torno a la enfermedad y a la noche de la ciudad, a partir de la convalecencia del narrador, quien pasa las horas en una cama que lo mantiene en zozobra, al punto de contarse a sí mismo historias como Las ilusiones perdidas de Balzac, La cartuja de Parma de Stendhal y Madame Bovary de Flaubert.
Y el tercer nivel es el pasado, esa noche de la infancia y la familia del autor, un pasado en constante transformación, a causa de la codicia de los urbanistas, por lo cual este libro es una especie de lucha para retener esa memoria que podría sucumbir ante el olvido.
CRUCES CÉNTRICOS
El libro es un juego de capas que se descubren casi siempre a oscuras, porque derivan del dolor y de la enfermedad, que es capaz de convertirnos en fantasmas; y de un grupo de escritores pertenecientes al modernismo mexicano, que también fueron oscuros y de alma negra, como Amado Nervo, José Juan Tablada, Bernardo Couto, Alberto Leduc, Julio Ruelas, entre otros”.
En Perseguir la noche aparecen dos puntos de la Ciudad de México: el cruce de Isabel la Católica y Francisco I. Madero, y Tacuba y Eje Central, donde el autor es un fantasma que recrea el paso de sus habitantes y sus encuentros.
Mientras que, desde Tacuba y Madero, Ignacio Manuel Altamirano perseguía la noche en la calle de las Gallas (hoy Mesones) a prostitutas y a grandes cantantes italianas como Adelaida Ristori.En Madero —entonces calle de Plateros— estuvo el Salón Bach, donde se reunían estos escritores, quienes después perseguían el riesgo de la noche en algún burdel o en el bar La América, un centro nocturno de la sociedad porfiriana, ubicado entre José María Marroquí y Juárez, que fuera la primera cantina con luz eléctrica que abría toda la noche”.
Todas estas recuperaciones fueron vitales para el narrador, reconoció Pérez Gay, “porque, cuando la muerte te mira de cerca, te vuelve una sombra, un fantasma y todos esos escritores y esas almas negras lo ayudaron a regresar cuando ya se había encaminado hacia la muerte”, confesó.
En esencia, Perseguir la noche es un himno a la memoria que puede salvarnos salva de los momentos más oscuros, apuntó Pérez Gay, “porque atarnos a la memoria es atarnos a una parte de la vida que ya ocurrió, pero que sigue ocurriendo; la memoria es un presente perpetuo en nuestra cabeza que sucede todos los días y a todas horas”.
Así que cuando el narrador atravesó un par de noches en el hospital, “empezó a rehacer toda suerte de tramas… porque la memoria es un asidero que nos permite mantenernos con vida y sin ésta la vida desaparece”.
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