Por: Ricardo Quiroga
Leonora Carrington era ambidiestra, podía dibujar con ambas manos al mismo tiempo y escribir los nombres de derecha a izquierda y viceversa. Los movimientos de sus extremidades parecían pases de magia. Era extraordinaria en la cocina. Era amante ferviente de la naturaleza. Caminaba mirando hacia el piso, cuidando de no pisar las hormigas. Se decantaba por la austeridad, pero al mismo tiempo era una generosa conversadora. Carrington era una artista total que no trataba de ser surrealista sino que era surrealista, al mismo tiempo que perfeccionista.
Con estos destellos de una vida fulgurante este miércoles inició el homenaje dedicado a una de las figuras más reconocidas del arte mexicano o, mejor dicho, del arte universal emanado en México, organizado por el Museo de la Mujer en nuestro país y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en el marco del aniversario 104 de su natalicio y en vísperas de la conmemoración por los 10 años de su fallecimiento.
De esta evocación tomaron parte Pablo Weisz Carrington, hijo de la artista; Guillermo Salceda, promotor cultural y amigo de la familia Carrington, y de la artista plástica Glenda Hecksher.
Leonora era una feminista de verdad, declaró Salceda, toda su vida estuvo empoderada como mujer y deseó empoderar a las mujeres. “Un día estaba comiendo el maestro Pedro Friedeberg en casa de Leonora y de repente, Pedro, que es muy especial, hizo un comentario machista; entonces Leonora se levantó y le dijo: ‘Pedro, ¿serías tan amable de acompañarme?’. Dijo: ‘sí, maestra, ¿cómo no? Con mucho gusto. ¿Adónde?’. Ella le respondió: ‘A la puerta’. Abrió la puerta y lo sacó de su casa”, relató.
“Ella decía: ‘Gracias a que nací loca es que he podido hacer todo lo que he hecho. Si hubiera nacido cuerda seguramente no hubiera podido’. Cada obra suya es como era Leonora. Eso es lo más bonito e interesante de su trabajo”, complementó.
Ser hijo de Leonora Carrington
“Donde tocó el arte lo convirtió en magia”, reafirmó Pablo Weisz Carrington. “Fue una gran fortuna para mí tenerla como mamá. Nos comunicábamos de una manera muy especial, nos entendimos extraordinariamente bien, así como ella entendió mi lenguaje, yo comprendí el de ella cuando me explicaba la matemática de la perspectiva, cómo hacer los sombreados. Si sé pintar fue porque ella tuvo la enorme generosidad de explicar las cosas sin necesidad de hacerlas más complicadas de lo que son”.
Leonora Carrington fue sumamente prolífica, trabajó toda su vida, cercanos los 90 años todavía se subía a las escaleras o se tiraba al suelo para dar retoques a sus esculturas, por más monumentales que estas fueras; se encargaba de los ajustes de cada molde antes de pasar al bronce, pero hubiera producido el doble de lo que hizo si no hubiera padecido tanto, señaló Weisz Carrington, gestor de los museos en honor a la artista en San Luis Potosí y la colonia Roma, este último inaugurado este mismo martes por la Universidad Autónoma Metropolitana. Compartió que nunca dejó el cigarrillo, y aguardó por su muerte mientras fumaba.
“Haz de cuenta que tenía 15 años, se levantaba, corría y se echaba una cajetilla diaria de cigarrillos. No veía bien al final y yo le ayudaba un poco para refinar algunos de los rasgos de las esculturas, pero ella las hacía. Si acaso ayudé para hacer algunos rasgos”, dijo.
Compartió que su madre gustaba de la música de gaitas mientras pintaba, así como los valses de Chopin y las composiciones de Verdi. Solía relatarle a sus hijos extraordinarios cuentos de horror que arrebataban el sueño a sus hijos.
“Mi madre fue extraordinaria, pero la mayor herencia que me dio fue su humildad, el saber cómo ser humilde. Siendo la giganta que era tenía una humildad increíble”, concluyó.
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