Ramón Vargas, tenor mexicano. / Octavio Hoyos
Por: Leticia Sánchez Medel
Son cuatro décadas de consolidar una carrera operística, de cultivar desde niño, en el Coro de la Basílica de Guadalupe, una voz que lo ha llevado a posicionarse en los mejores escenarios y casas de ópera del mundo; de estudiar y cantar en festivales con los más reconocidos directores de orquesta, y de interpretar unos 70 roles protagónicos. Y también de haber pasado por momentos nada gratos, que con el paso del tiempo han formado parte del bagaje del tenor mexicano Ramón Vargas .
Como en aquellos años en que los agentes y casas de ópera le pedían que cantara gratis en sus fiestas con la promesa de que podría ser visto y contratado.
“Era gente que me prometía una posible contratación, y me tenían con la ilusión y hasta apartaba esas fechas, sobre todo cuando era muy joven. Ahora me doy cuenta de que hay que tener confianza en uno mismo, y no creer que en los agentes o en los teatros; ellos no nos hacen el favor, debe haber reciprocidad. El consejo que les doy a los cantantes es que nunca, pero nunca, canten gratis”.
MILENIO platicó en exclusiva con Ramón Vargas, el gran cantante lírico que se encuentra en México para ofrecer una gala concierto operístico el 4 julio, como parte de la celebración de los 90 años del Palacio de Bellas Artes. Lo acompañará desde el otro lado del escenario su familia: su esposa Amalia y sus hijos Rodrigo y Fernando.
¿No ha pensado en escribir sus memorias, con todo lo que ha pasado?
Fíjate que ando en eso, ya tengo tiempo escribiendo algunas cosas, más que nada para dejarlo para mis hijos, para los jóvenes cantantes y para la gente curiosa. Así como García Márquez escribió Vivir para contarla, su novela autobiográfica, yo podría publicar Vivir para cantarla; estaría bonito, ¿no?
También ha tenido momentos muy satisfactorios, ¿sería la contraparte?
Sí, tengo historias muy bonitas con gente que me he encontrado. En el Metropolitan Opera House, reemplazando a Luciano Pavarotti porque lo habían operado de las rodillas y no podía cantar El elixir de amor, que era una de las óperas que mejor interpretaba, me preguntaron si le entraba a cantar, y por supuesto que accedí.
Había una acomodadora en el Met de Nueva York, que le encantaba la ópera, era originaria de República Dominicana y muy querida por todos. Pues ella, una vez se me acercó y me dijo que me contaría una anécdota: resulta que antes que de yo saliera a escena, cuando sustituí a Luciano, una pareja le preguntó si era verdad que esa noche no cantaría Pavarotti, y se levantaron para salir, pero ella los detuvo diciéndoles que estaba por comenzar la función, que por favor se quedaran, asegurándoles que se iban a divertir. Se acabó la ópera y tuve un gran éxito, de esas noches mágicas que me pasan la vida, y ya que estaba casi la sala vacía, las personas regresaron para decirle:
“Muchas gracias por el consejo, la verdad que valió más que la pena haberme quedado”. Es muy bonita anécdota.
¿Es cierto que Luciano Pavarotti era una persona que miraba a la gente por encima del hombro?
No, Luciano era un hombre enfermo, que padecía de obesidad, tenía dolores en las piernas y en las rodillas, le dolía la espalda por el peso, por eso al final de sus funciones se retiraba de inmediato; a diferencia de Plácido Domingo que se queda a saludar y a firmar autógrafos.
Lo digo porque yo tengo dos hernias en la espalda que me provoqué cargando la carriola con mi hijo Rodrigo para subir las escaleras y abordar un tren en Italia. Creo que hasta la plancha le puso mi esposa Amalia, porque sentí un tirón de repente. Al otro día tenía que cantar en el Festival de Puccini en Torre de Lago, un escenario abierto donde había que caminar un montón; cuando entraba al escenario lo hacía como Rodolfo y cuando salía, estaba ya como Rigoletto.
No me opero porque me dicen los doctores que no vale la pena; pero cuando me empieza a doler me cambia el carácter: quiero sentarme y salir de donde esté, lo más pronto posible. Me cuido, hago ejercicio para fortalecer la espalda, pero no hay mucho qué hacer.
Entonces, creo que por eso Luciano que tenía constantemente ese tipo de dolores, no era afable, pero tampoco era majadero; hay que decirlo, para él estar en el escenario era un esfuerzo gigantesco.
Ha dicho que en México hay grandes voces pero que no se producen cantantes, ¿qué pasó cuando estuvo al frente de la ópera en el país?
Logré ofrecer 40 funciones de ópera fuera de Ciudad de México, ya que el objetivo era que hubiera ópera en todo el país, pese a que no teníamos gran apoyo de la Secretaría de Educación; fue muy difícil contar con las voluntades de los políticos. En los estados existe un complejo por el centralismo que se practica en el país, cuando les presenté el proyecto, algunos promotores se sumaron al proyecto, como los de León, Guanajuato; no sucedió lo mismo con Guadalajara, donde solo querían a su gente. Todo eso fue lo que complicó la iniciativa.
En su momento, el presidente Andrés Manuel López Obrador prometió acabar con el centralismo, no lo logró; ni siquiera lo intentó. Los estados se sienten ofendidos de que las decisiones se tomen desde Ciudad de México.
Espero que este sexenio que viene, que Morena va a tener el control prácticamente de todo, apoyen más la cultura y el arte con un mayor presupuesto. La cultura siempre es el último vagón del tren, al que se les olvida conectar, espero que ahora sí lo sumen, para que camine con todo el tren. Que tengamos una política cultural real, que hoy no vislumbro; sé que la doctora Lucina Jiménez, directora del Inbal, tiene buenas intenciones, pero de que pueda hacerlo, quién sabe.
Yo también tuve buenas intenciones cuando estuve en Ópera de Bellas Artes
¿Por qué cree que Elisa Carrillo, sin estar en México, pueda dirigir la Compañía Nacional de Danza, y a usted no lo apoyaron como titular de la Ópera de Bellas Artes?
A lo mejor tiene grupos menos grillosos, porque no veo cómo; los bailarines tal vez lo ven de otra manera. Es más complicado dirigir una ópera que un ballet, porque la ópera tiene el coro, la orquesta y grandes escenografías; el ballet sólo con su cuerpo de baile puede ofrecer funciones con pistas musicales grabadas; nosotros no podemos hacer eso.
Hacer crítica está bien, lo que no se vale es que sea destructiva, a eso nos exponemos. Yo espero que ahora con María Katzarava, que es una persona que sabe con una amplia experiencia, tenga el apoyo total para abrir espacios.
Cuando fui director de Ópera de Bellas Artes (2013 a 2015) buscaba tener una programación de altura. Cuando invité al gran tenor Javier Camarena, le pregunté en qué fechas podía venir a México y qué le gustaría cantar; Los puritanos fue su respuesta y me dio fechas posibles, así fue como se programó su presentación.
Hay que tener visión y capacidad de adaptación, hay que ser humildes, porque la humildad te hace crecer, y no significa ser pendejo, es tener la capacidad de reconocer, aceptar, compartir y meditar.
¿Cómo lo recibe México?
Cuando vengo debo tener mucho cuidado porque como me encanta la comida mexicana, el picante me hace estragos en el estómago, me provoca acidez, así que tengo que controlarme, pero soy masoquista.
Tengo problemas de alergias en Ciudad de México, siempre los he tenido por el ambiente; me decía la foniatra que está en chino saber a qué soy alérgico. Las consecuencias son que la voz se me baja, pierdo flexibilidad y se me seca la garganta; si tomo un antiestamínico, malo, y si no lo tomo, también. Igual me encanta estar en México, venir a cantar y compartir con el público.
Leticia Sánchez Medel.Reportera cultural, cursó la maestría en Periodismo Político, es autora de tres libros sobre la historia inédita del Cervantino.
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