domingo, 15 de febrero de 2015

Retrato hablado: Sergio Pitol, "Un clásico secreto".

 
Ilustración: David Peón
 
Por: Juan Carlos Talavera
 
Sergio Pitol Demeneghi (Puebla, 1933) es un mago que ha utilizado la literatura para revelar los secretos del lenguaje. Tiene 81 años y padece una afasia que no ha mermado su inteligencia. Dicen sus amigos que hace mucho tiempo que hizo del café, el vino y la comida italiana algunos de sus placeres impostergables.
 
 
Por años fue “un clásico secreto de la literatura mexicana” y fue hasta hace 14 días cuando acaparó la atención de seguidores y curiosos, tras ser hospitalizado de emergencia por un sangrado en el estómago. Ahora está en reposo en su casa de Xalapa, con su exquisito sentido del humor, en espera de recuperar fuerza para volver a las notas de Mozart y Massenet.
 
 
Es narrador, ensayista y traductor de “autores imposibles” como Witold Gombrowicz, Henry James y Jane Austen. Cuentan que en su juventud comía con avidez todo tipo de botanitas y siempre se apuntaba a visitar las galerías de arte, sin dejar de lado su gusto por aconsejar a jóvenes escritores.
 
 
Enemigo de vanidades, grupos literarios, tendencias, resentimientos y envidias, Pitol ha optado por una vida aislada, pero no monástica, aunque se sabe que por años vivió en barcos cargueros para lograr algunas de sus mejores traducciones.
 
 
Juan Villoro lo describe como una de las personas más simpáticas y ditirámbicas que existen en el mundo, un hombre interesado en el zoológico humano y en las distintas expresiones de la cultura, un intelectual para quien la escritura trasciende los muchos libros y ha optado por llevar una vida plena sin descuidar la curiosidad por cosas muy diversas, lo cual se refleja en su literatura, como en su Trilogía del carnaval.
 
 
Amigo de conocidos escritores como Darío Jaramillo Agudelo, Juan Villoro, Margo Glantz, Mario Bellatin, Antonio Tabucchi, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Enrique Vila Matas, a quien conoció en Varsovia en 1973, y quien lo ha definido como “un sobreviviente de libros asesinos, un escritor con quien la realidad se difumina y el entorno se convierte en una atmósfera literaria”.
 
 
Maestro y hermano mayor
 
 
Para comprender el sentido del humor de Pitol habría que viajar en una cápsula del tiempo y remontarse al año de 1978, cuando Julieta Campos dirigía el PEN Club de México, quien organizó el ciclo de conferencias Encuentro de generaciones, donde reunió a dos escritores, un joven y otro consagrado.
 
 
Juan Villoro lo recuerda con su memoria transoceánica: “El encuentro inició con David Huerta y Octavio Paz; a mí me tocó leer con Sergio Pitol y para entonces apenas había publicado una plaquette en La máquina de escribir, de Federico Campbell”.
 
 
Aquel año Sergio Pitol tenía 45 años. Por eso imaginó que él sería el autor joven y que su pareja sería Luis Villoro —padre de Juan, fallecido en 2014—. “Entonces llegó su sorpresa: él era el consagrado y sintió que había dado el viejazo así, de pronto, y justo lo conocí en ese trance”.
 
 
A partir de ese momento floreció una relación estrecha, y mientras Pitol vivía en Moscú, le envió algunas cartas a Juan. “En éstas me recomendaba libros y cuando se hizo cargo de la subdirección de Asuntos Culturales en la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) me invitó a trabajar en la embajada de México en Alemania Oriental”.
 
 
Para convencerlo, le dijo a Juan que, aunque había estudiado en el Colegio Alemán, no había traducido libros, y lo llevó a trabajar en aquella embajada.  De inmediato le dio un consejo que parecía poco cultural: “Haz mucha vida de bares, platica con desconocidos y no tengas miedo de ser inoportuno… conoce mucha gente diferente a ti y, si no tienes nada qué decir… háblales de Toña la Negra y verás cómo se interesan”.
 
 
En ese momento su amistad se convirtió en un magisterio. “Él me tomó bajo su tutela y me recomendó muchas cosas en la vida: cómo conducirme en la embajada, qué hacer para traducir mejor, y me contactó con el editor Jorge Herralde para publicar mis traducciones”, relata.
 
 
“Con los años, Sergio ha sido un gran maestro, pero también un amigo generoso y sumamente apoyador. Digamos que hay amistades asimétricas, donde una persona representa para ti una especie de tutor, maestro, hermano mayor y ése ha sido para mí Sergio Pitol.”
 
 
De la literatura de Pitol, Villoro se inclina por el género híbrido. “Él había escrito cuentos y novelas, pero en plena madurez empezó a mezclar todos los géneros que había cultivado. Y es El arte de la fuga el libro que se benefició del memorialista, cuentista, novelista y ensayista”.
 
 
Así fue como Pitol fundió todos los géneros en uno, “un poco al estilo de autores como Claudio Magris, quien en su novela El Danubio también hace una reflexión sobre literatura. Pienso que en El arte de la fuga Pitol alcanzó su punto culminante, de ahí que sea uno de sus libros más personales, donde al mismo tiempo nos muestra sus grandes constantes: el viaje, la enfermedad, el lenguaje y los libros”, reconoce.
 
 
Sin embargo, a diferencia de José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis —sus grandes amigos desde la juventud—, Sergio Pitol se mantuvo lejos de los reflectores, considera Villoro, por una extraña convicción que lo llevó a ser casi desconocido en México por décadas.
 
 
“Durante mucho tiempo estuvo radicalmente aislado y prácticamente no se conocía su obra. Pero cuando empecé a leer con ganas para formarme como escritor, descubrí un librito suyo: Del encuentro nupcial, en cuya contraportada se decía que Sergio Pitol había vivido en China, Varsovia y había vivido en barcos cargueros para volver de tanto en tanto a Barcelona con alguna traducción que hacía en altamar.
 
 
“A mí me parecía un aventurero excéntrico, alguien digno de una novela inglesa, aunque en México él circulaba muy poco, no estaba presente porque no daba conferencias, pero cuando se presentaban sus libros, éstos tenían una recepción muy entusiasta por un pequeño grupo de lectores”, explica.
 
 
Pero más allá de cualquier descripción queda la obra completa de Sergio Pitol, “pues no hay una sola página inerte en su obra; todas tienen una gran voluntad de estilo, desde sus primeros relatos como Victorio Ferri cuenta un cuento hasta sus textos más recientes como El tercer personaje.
 
 
Nueva sesión de ópera
 
Para Rodolfo Mendoza, escritor, editor y amigo del escritor poblano, muchas palabras podrían describir a Pitol. Una ellas es la generosidad.
 
 
“Pero no sólo en su trato con las personas cercanas a él, sino con quienes han querido acercarse a su obra, pues siempre ha sido un hombre de una gran generosidad intelectual, atento a lo que leen y escuchan los demás; esa es una manera muy diplomática y elegante para él de acercarse a las personas y aconsejar”.
 
 
Además de la obra conocida de Pitol, Mendoza destaca dos aspectos fundamentales: su acierto como creador de la colección Heterodoxos, en el sello Tusquets, que se ha convertido en una serie editorial imprescindible; y su magisterio no únicamente en el aula, sino con los escritores de generaciones más jóvenes que él”.
 
 
Una de las preocupaciones más recientes de Sergio Pitol ha sido la situación que vive Rusia y la caída en el precio del petróleo, aunque por ahora no le acercan los periódicos. Justo la tarde del viernes pasado, Mendoza visitó a Pitol en su casa, acompañado de su hija Miranda, de 17 meses.
 
 
“Fui a visitarlo con Miranda, porque a Sergio le encantan los niños, se pone muy feliz; estuvo de estupendo ánimo, pero con la cabeza puesta ya en sus intereses, pues está pensando en qué ópera va a poner el día de hoy para quien asista a la sesión de música en su casa de Xalapa.”

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