viernes, 27 de febrero de 2015

Tryno Maldonado, el escritor que se mudó a Ayotzinapa

 
Por: Eugenia Coppel
 
Tryno Maldonado llegó por primera vez a la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos en octubre pasado. Estaba en la comitiva que fue a entregar cerca de cuatro mil libros, donados por la gente, para los estudiantes y las familias de los 43 desaparecidos. Alrededor de 400 personas permanecen ahí congregados a cinco meses de la noche triste de Iguala. 
 
El escritor zacatecano también está instalado en Ayotzinapa desde diciembre. Su primer contacto con las víctimas de la masacre del 26 de septiembre le provocó el deseo de actuar “más allá de las marchas, del Twitter y del Facebook”. Hace poco terminó el primer módulo de un taller gratuito de narrativa en el que se inscribieron 20 normalistas, periodistas y activistas.
 
“Quería darles algunas herramientas básicas para que ellos mismos puedan contar su versión de la historia desde el núcleo donde sucedió todo”, explica Maldonado vía telefónica desde Tixtla, Guerrero, a donde se desplaza cuando necesita conectarse a Internet o hacer llamadas.
 
 
Para el autor de libros como Metales pesados (2014) y Teoría de las catástrofes (2012) -ambos publicados por Alfaguara- no sólo son necesarias la verdad y la justicia en un caso que, en su opinión, se volverá paradigmático. “Lo que me toca a mí, como ciudadano y como escritor es ayudar a que los sobrevivientes generen memoria desde dentro”.
 


Mientras arranca el segundo módulo del taller de narrativa, el escritor lava ollas y platos, barre la cancha, juega con los niños y entrevista a los amigos y familiares de los 43 desaparecidos para publicar crónicas en la revista digital Emeequis. Como el perfil de Don Mario, el “tlaxcalteca bravo” que es padre de César Manuel González Hernández.
 
Aún no se reanudan las clases en la Normal, pero los alumnos se reúnen en grupos de estudio, trabajan en el campo, hacen brigadas y mítines, dan charlas en otras ciudades, atienden a la prensa y acompañan a los padres de los 43 a las marchas. Esta madrugada salieron los autobuses rumbo a la Ciudad de México a las cuatro de la mañana.
 
 
Los ánimos de lucha suben y bajan entre la pequeña comunidad que se ha creado en Ayotzinapa. “Hace poco sí había un desánimo general, pero se renovaron las esperanzas cuando los padres se reunieron con los forenses argentinos y conocieron el reporte que derrumba la versión oficial de la PGR”, cuenta Maldonado.


Lo que es innegable, añade el escritor, es el agotamiento físico entre los familiares de los desaparecidos: “Muchos de los padres son personas grandes, tienen diabetes o hipertensión, no comen bien, no descansan, van a marchas prácticamente cada dos días… pero creo que no van a parar hasta que no tengan justicia. O por lo menos la verdad de lo que pasó con sus hijos”.
 
Un día en Ayotzinapa
 
Antes eran las aulas de los normalistas; ahora son dormitorios improvisados para albergar a la gente que llega de fuera. Como Tryno Maldonado, que se levanta con las charlas de pasillo que se oyen desde temprano, intercaladas con los sonidos de los gallos y los perros. Quienes no van a trabajar en el campo se reúnen en la cancha principal, en torno a los fogones donde cocinan los padres gracias a las donaciones de víveres.  
 
En el comedor de los alumnos, el menú cuesta 35 pesos por día. El de ayer, cuenta Maldonado, consistió en una porción pequeña de frijoles, una albóndiga con salsa, cinco tortillas, una mandarina y agua de horchata.
 
 
Por la Normal circulan niños de todas las edades, entre ellos los hijos de Adán Abraján de la Cruz, Allison y José Ángel, de ocho y tres años. En las tardes se organizan partidos de futbol, y hace unos días se unieron a la barricada unos músicos de Chiapas que animaron las cosas con unos sones jarochos. “Los que están aquí son anarquistas, gente que ha estado en la lucha, miembros de colectivos que vienen a acompañar”, explica Tryno.
 
 

Mientras tanto, en la cancha permanecen las 43 butacas vacías. En cada lugar hay flores, velas, cartas y los regalos que hicieron a los estudiantes desaparecidos por Navidad y Reyes. A falta de cuerpos, y por tanto de  tumbas, esas sillas se han convertido en un espacio simbólico.

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