Por: Verónica Díaz
Era una oficina ubicada en la porfiriana colonia Juárez. En la pared colgaba el retrato de su padre, Martín Luis Guzmán Rendón, coronel porfirista. Desde allí despachaba Martín Luis Guzmán, un revolucionario villista y, paradójicamente, antiporfirista.
Era la década de los setenta, la época que sus biógrafos más benévolos llaman “de decadencia”; otros (como el crítico literario Carlos González de la Mora) la llaman “años de justificación retórica, glorificación oficial y mutismo”. Los menos decían que el escritor era “mala compañía, figura apestada”, rememora Fernando Curiel en La querella de Martín Luis Guzmán, quizá la revisión más exhaustiva de la vida y obra del escritor, periodista y novelista mexicano.
Pero el ruido de semejantes adjetivos no llegaba hasta el escritorio desde donde el integrante del Ateneo de la Juventud editaba su revista Tiempo. En cambio, menos estridentes pero igual de contundentes eran las dedicatorias que le escribían por igual los literatos consagrados (de Jaime Torres Bodet a Xavier Villaurrutia) y jóvenes escritores prometedores (de Carlos Monsiváis a Octavio Paz).
Estos autores le enviaban a Guzmán sus libros con la idea o esperanza de que los comentara. Todos ellos escribían de puño y letra una dedicatoria precedida de adjetivos totalmente opuestos a los que escribían sus críticos: “Al excelentísimo periodista”, “Al excelso escritor”, “Al íntegro político”, “Al amigo de siempre” son algunos de los mensajes que se leen en las portadillas de los libros.
Esas dedicatorias permanecieron guardadas y olvidadas desde la muerte del autor de La sombra del caudillo, ocurrida el 22 de diciembre de 1976.
Los investigadores Pedro Castro y Erika López han reabierto aquellos libros, reunidos en la biblioteca de Martín Luis Guzmán, que está bajo resguardo de la Universidad Autónoma Metropolitana campus Azcapotzalco(UAM-A). La idea es publicar un catálogo y también un libro con las dedicatorias.
“A Martín Luis Guzmán con la mejor estimación”, escribió Xavier Villaurrutia al obsequiarle un volumen de Invitación a la muerte.
“Cariño”, le manda Diego Rivera en una página de la edición en inglés de Portrait of Diego Rivera.
“Hay vida entre las páginas de cada uno de los libros —dice Érika López—. A la hora de ir leyendo las dedicatorias se establece un diálogo con Guzmán”.
¿Y de qué dialoga? Por ejemplo, la afectuosa dedicatoria de Alfonso Reyes habla de que ambos estaban unidos no solo por su pasado común en el Ateneo de la Juventud, sino también por un exilio común en Madrid: vivieron en el mismo edificio en la calle de Torrijos 42, donde emulaban cuadros plásticos del Museo del Prado.
Y de allí al regaño que Reyes le endilgó por pedirle una opinión publicitaría para su revista Tiempo: “Me visitó un réporter pidiéndome una opinión. No creo sinceramente que a usted se le haya ocurrido encargar esas peticiones. Ni me parecen eficaces siquiera para propaganda de su revista”, le escribe Reyes en una carta.
“Cada volumen cuenta un momento histórico, atrapa la forma de pensamiento de una época”, dice López. Así que cuando Torres Bodet le escribe “con profundo aprecio de su amigo de siempre” en su libro Poesía, lo hace en memoria de la batalla que libraron juntos al fundar la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos en 1959. Fue una época dura, según las memorias de Torres Bodet: “(Los) opositores sistemáticos del gobierno fingían ver en Martín a Lutero mismo y parecían juzgarlo más peligroso que su germánico homónimo”.
Castro, quien dirige el fondo reservado de la UAM-A, nota en las dedicatorias otra virtud: “Martín Luis Guzmán, pese a su posición política, era un gran conciliador, un gran político que no tenía problemas con nadie. En cambio, por la posición que tenía, había que quedar bien con él”.
Quizá por eso el ex presidente Abelardo L. Rodríguez, en su Ideario, le escribe: “Al eminente periodista y amigo”. El político fue uno de los más cercanos colaboradores y amigos de Plutarco Elías Calles, quien a su vez fue el enemigo más exacerbado de Guzmán.
“Siendo personajes de distintas ideologías y políticamente diversos, todos coinciden en referirse en un tono de respeto y reconocimiento”, explica la López.
Pero el prestigio del ex villista no solo borra fronteras ideológicas sino también temporales: “A juzgar por las dedicatorias, fue un personaje de, al menos, tres generaciones: tenemos a los muy antiguos, que convivieron con él en el Ateneo de la Juventud; luego tenemos a la generación de los años cuarenta, agrupados no tanto por una edad común sino por ideas literarias, y finalmente a una tercera oleada de escritores que empezaban a despuntar, como Carlos Monsiváis, Gustavo Sáinz y José Agustín”, dice Castro.
“Es algo sorprendente su poder moral, intelectual y cultural, era una referente indispensable”, afirma López.
El legado libresco
Son 10 mil 386 libros.
Hay publicaciones en francés, portugués e inglés.
Cuenta con recetarios de cocina y revistas de vida y estilo.
Dos años llevó ordenar, clasificar y curar el acervo.
Resultaron de ese trabajo un par de libros.
Un catálogo.
Un libro con dedicatorias.
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