sábado, 24 de noviembre de 2018

Pondera INAH vocación de los museos de México


Por Juan Carlos Castellanos C.

El director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Diego Prieto, ponderó la vocación de los museos en México, y ejemplificó con el Museo del Templo Mayor, donde esta misma tarde inauguró la muestra "Piedras de fuego y agua. Turquesas y jades entre los nahuas".

El funcionario apuntó que los museos no son solo depósito de objetos valiosos, también, dijo, son escuelas de las nuevas generaciones de especialistas en las diversas áreas de la antropología, son centros de investigación, preservación y difusión de la historia del país en las diversas etapas de su interesante devenir social, cultural, educativo y religioso.

"El trabajo del INAH no termina en la conclusión de las excavaciones. Se ocupa de una ardua labor de investigación e interpretación de los muchos vestigios dejados por viejas civilizaciones. Y luego, difunde entre la sociedad esos conocimientos que ayudan a los mexicanos a comprender mejor su historia y a amar más al país", dijo a Notimex Diego Prieto.

Minutos antes de la apertura al público de esa exposición en el Museo del Templo Mayor, el antropólogo Eduardo Matos Moctezuma presentó el catálogo correspondiente, a la vez que señaló que cada exposición que ahí se ha presentado ha estado acompañada de un catálogo, "porque las exposiciones son efímeras, pero el catálogo se queda para siempre".

Explicó que el Museo del Templo Mayor presenta "Piedras de fuego y agua. Turquesas y jades entre los nahuas", y anotó que opuestos complementarios, las turquesas y jades descubiertos en el Recinto Sagrado de Tenochtitlan y en particular en el Templo Mayor, hacían referencia a la dualidad entre las deidades ígneas y las de la lluvia y la fertilidad.

En el auditorio del recinto, puso en relieve que ambas eran consideradas entre los grupos nahuas del centro de México como grandes "Piedras de fuego y agua", de ahí el título de la exposición que abrió sus puertas este viernes 23 de noviembre para estar largo tiempo.

Son 137 magníficas piezas, casi un centenar descubiertas en depósitos rituales del centro ceremonial de los mexicas, y otras 40 procedentes de sitios huastecos, chalchihuitas, mixtecos y tarascos: collares de cuentas, bezotes, orejeras, narigueras, esculturas, discos de mosaico, pectorales, cuchillos y cetros Xiuhcóatl ataviados con estas piedras, entre otras obras.

La selección se distribuye en las alas sur y norte de la Sala de Exposiciones Temporales, aludiendo al principio del Huey Teocalli, pirámide doble cuyo adoratorio sur estaba destinado a Huitzilopochtli, Dios solar y de la guerra; mientras en el norte residía el Dios pluvial y de la agricultura, Tláloc, luego de que el proyecto de esta muestra duró 15 años.

La exposición es resultado del proyecto “La lapidaria del Templo Mayor: estilos y tradiciones tecnológicas”, desarrollado por los doctores Emiliano Melgar Tísoc, Víctor Monterrosa Desruelles y Reyna Solís Ciriaco, quienes han abierto perspectivas novedosas sobre estos materiales que eran altamente valorados en Mesoamérica, de acuerdo con Matos.

Algunos de estos aspectos, yacimientos, rutas de obtención, tributo, comercio y simbolismo entre los nahuas, a la par de semejanzas y diferencias de su uso con respecto a otras sociedades mesoamericanas, son los que aborda la exposición que permanecerá en el Museo del Templo Mayor (Seminario 8, Centro Histórico) hasta marzo de 2019, de martes a domingo, 9.00 a 17:00 horas; la muestra cierra el año 2018 de ese recinto museístico.

Emiliano Melgar Tísoc, profesor investigador del Museo del Templo Mayor, comentó que los análisis derivados del proyecto, así como la relectura y reinterpretación de menciones en fuentes históricas, como la Matrícula de tributos y el Códice Mendocino, han demostrado que los nahuas y en general las sociedades mesoamericanas, hacían una distinción entre las “piedras azules” y las “piedras verdes”.

No obstante, en contextos arqueológicos se han recuperado “turquesas verdaderas” y “jades verdaderos” mezclados con otras piedras azules (amazonita, crisocola, malaquita y azurita) y verdes (serpentina, crisopasa, cloromelanita y diversos tipos de cuarzo). Es por ello que la exhibición pone énfasis en la geología de la turquesa y la jadeíta verde imperial.

El hecho de que la turquesa procediera de zonas desérticas le dotaba de un carácter cálido. Esta propiedad asociaba al mineral con el fuego, la hierba, el tiempo, el poder real y la sucesión política, caso del “atado de años” (que representaba el cumplimiento del ciclo de 52 años) y los ornamentos de divinidades ígneas y belicosas, como Xiuhtecuhtli, Huitzilopochtli y Mixcóatl.

Mediante el empleo de arqueología experimental y la observación de modificaciones arqueológicas con microscopía electrónica es posible reconstruir los procesos llevados a cabo en la manufactura de elementos lapidarios de origen arqueológico. En el caso de los objetos de turquesa, localizados en el Templo Mayor, Melgar Tísoc dijo que se han establecido ciertos patrones.

Durante la fase preimperial, cuando los mexicas tributaban a Azcapotzalco, las piezas de turquesa eran sencillas y venían preelaboradas desde su lugar de origen. Tras el establecimiento de la Triple Alianza entre Tenochtitlan, Tlacopan y Texcoco, y la posterior consolidación del imperio mexica con Moctezuma Ilhuicamina (1440-1469), en ofrendas aparecen pocos objetos de turquesa de origen mixteco, entre ellos un mosaico circular de la Ofrenda 48, que podrían ser parte de botines de guerra.

Todos los demás mosaicos y ornamentos de turquesa registrados, sobre todo en ofrendas de las etapas constructivas IVb a VII del Templo Mayor (1469-1520), no son traídos de provincias sujetas al imperio, sino que muestran una iconografía netamente tenochca, de deidades del centro de México, muchas de ellas nahuas. Esta particularidad iconográfica, de la forma del armado y de la tecnología que se replica en objetos elaborados con otros materiales, indica que el estilo imperial tenochca fue local y centralizado.

Una obra maestra es el disco de turquesa recuperado en la Ofrenda 99 del Templo Mayor, donde están representadas siete deidades del fuego, la caza y la guerra, entre ellas Mixcóatl, Tlahuizcalpantecuhtli y Huitzilopochtli, cuyos rostros se conforman de dos piezas de distinta tonalidad que simulan pintura facial, mientras el tronco, los brazos y las piernas están compuestos por varias teselas que dotan de movimiento a las figuras.

Por su parte, el doctor en arqueología, Víctor Monterrosa Desruelles, explicó que con el análisis químico empleando la técnica Micro-Raman, se determinó que poco más de 300 piezas recuperadas en depósitos rituales del Templo Mayor de las que presentan color esmeralda son “jadeíta verde imperial”, proveniente de los yacimientos del Valle del río Motagua.

En el acto, la doctora Reyna Solís Ciriaco, quien ha abordado las esferas de producción y consumo de objetos lapidarios en las estructuras próximas al Templo Mayor, comentó que a partir de estos estudios detallados se detectó que hay objetos distintivos del Huey Teocalli (Templo Mayor) y otros exclusivos de los edificios aledaños, por ejemplo, llama la atención que los cetros sean mayoritariamente destinados a la Casa de las Águilas y al Templo Rojo de Sur, mientras los instrumentos musicales se concentran en el Tzompantli y en el Templo Rojo del Norte.

Fue Moctezuma I quien convocó la creación de un taller de artesanos, el cual surtiría de estos dones a la parafernalia político-religiosa del recinto sagrado. Para elaborar estos bienes, los maestros lapidarios tenían una comunión con sus deidades, trabajaban con el “corazón endiosado”. ?La elaboración de los bienes lapidarios procedentes de las edificaciones próximas al Huey Teocalli, formaba parte de las producciones controladas y monopolizadas por la élite.

NTX/JCC/LRL

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