Por: Argelia Guerrero
Dentro de un salón de ballet al sur de la Ciudad de México, sobre el banco destinado al maestro, a un costado del piano, se puede ver a Andrés Arámbula. Mira fijamente su teléfono. Por su mirada es fácil adivinar que a quien mira en el teléfono es a uno de sus hijos. Iván, el mayor, está en Cuba y ha logrado conectarse a internet y tener un respiro. En Cuba decidió finalizar su preparación como bailarín y ahí le fue permitido realizar el servicio social bailando con el Ballet Nacional. Este hecho es “insólito y sin precedentes conocidos”, según recuerda Jorge Vega, quien fuera por muchos años primer bailarín de la compañía cubana. Cuba es más bien exportadora de sus talentos, quienes se desempeñan como primeras figuras y solistas en las mejores compañías del mundo. Es insólito y generoso el gesto de abrir el telón a un joven extranjero.
Andrés muestra orgulloso su teléfono. En la pantalla se ve una página del diario Granma que anuncia la temporada de Ballet Nacional de Cuba en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional. En la fotografía que ilustra la nota está la alargada figura de Iván tomando de la mano a una bailarina e interpretando Estudios para cuatro. Este joven bailarín, nacido en una familia de artistas, está despegando una carrera previsiblemente exitosa. Su camino, como el de toda vida en el arte, no ha sido fácil. Fue necesario, incluso, que la familia se disgregara para que Iván y su hermana Valeria realizaran estudios de ballet en la Escuela Superior de Danza y Música de Monterrey. Hortencia, su madre, una bailarina potente y bella cuya leyenda sobre su trayectoria profesional es conocida en el gremio, viajó con los jóvenes, mientras que Andrés continúa su carrera como bailarín, maestro y coreógrafo en el Taller Coreográfico de la UNAM. La familia se vuelve a reunir cada vacación.
Iván Arámbula realizó sus estudios en Monterrey con un desempeño destacado, resultado de las innegables condiciones físicas que lo caracterizan, pero sobre todo del empeño, amor y dedicación que tiene por este arte. No hay ni un ápice de sobrada confianza en el cuerpo privilegiado que habita. Por el contrario, conoce el valor del trabajo cotidiano. Se le mira en clase profundamente concentrado, haciendo consciente cada rincón de su cuerpo y alistándolo para la exigencia íntegra que requiere el ballet.
Hace algunos años, cuando aún era estudiante de la Escuela Superior, lo vi en escena. La potencia de sus saltos, a los que integra una conciencia detallada de los pies, la precisión de sus giros, así como las líneas alargadas y fuertes que posee, llamaron la atención del público de aquella función que reunió en un encuentro a las mejores escuelas de danza del país.
Al llegar a Cuba tocó puertas, esperó paciente y confió en su trabajo hasta que se abrió la puerta indicada. Lo vieron bailar y lo recibieron. En estos días estuvo de gira por Holguín; maestros y ensayadores felicitan su esfuerzo y le asignan mejores roles.
Tal vez sea muy pronto, pero no arriesgado, asegurar que estamos por mirar lo mejor de este joven artista, tanto en términos técnicos como en su madurez interpretativa.
No sé si su trayectoria alcance los niveles mediáticos que otros bailarines y bailarinas mexicanos han tenido. Sí estoy segura que la mirada admirada y amorosa de Andrés y Hortencia al comprobar los alcances del talento y trabajo de Iván tendrá para largo.
Fue la isla de Cuba quien recibió y ha dado los toques finales a esta semilla mexicana.
Enhorabuena por Iván Arámbula, por aquel niño que recordamos sentado tras los telones de la sala Miguel Covarrubias durante los ensayos del Taller Coreográfico: paciente, serio y atento. Enhorabuena por este joven, quien de un sissone levanta el vuelo.
Fuente: Milenio.
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