Por: Juan Carlos Talavera
Antes de convertirse en barítono y ganar tres premios en Italia, Eduardo Martínez Flores (Los Cabos, 2002) trabajó en un yonke (deshuesadero) que revendía autopartes. También rentaba sombrillas, kayaks y equipo de snorkel en la playa de Los Cabos, pero sólo su rebeldía lo llevó al bel canto.
"Soy muy rebelde. Claro, hay muchos rebeldes, pero soy rebelde con causa. Siempre he sido así en la cuestión musical. Para mí, la música, más que un tema de hacer arte y de contar algo, es un movimiento social y una forma de pensar”, dice a Excélsior luego de obtener tres premios en el 19 Concurso Internacional de Canto Lírico Ottavio Ziino, realizado en Roma, Italia.
Sin embargo, hace seis años Martínez desconocía todo sobre ópera y la música de concierto, porque en su ciudad natal existe poca actividad cultural. Sólo había conectado con grupos como The Vocal People y Pentatonix o sentía algo indescriptible al escuchar Las cuatro estaciones, de A. Vivaldi.
Un día su mamá le sugirió que audicionara en el Coro Polifónico de Los Cabos. Fue e interpretó O sole mio, una pieza napolitana que siempre le cantaba a su mamá o en las posadas familiares.
"Llegué y quise cantar O sole mio, pero cuando llegó el primer agudo se me cerró la garganta por nervios. Entonces me callé y me agüité, pero el director del coro me ayudó a vocalizar y me dijo que era muy afinado”. Al final, fue aceptado.
Para ir a cantar, Eduardo viajaba en autobús 38 kilómetros cada tercer día. “Así que tardaba 50 minutos en llegar. Pero amaba la música y, aunque no me pagaban, la experiencia fue buenísima, porque tuve clases de solfeo, vocalización y sesión de ensamble con música. Fue mi primer acercamiento real a la música”.
Después, tomó algunas sesiones con el barítono Armando Piña –premiado en el 33 Concurso de Canto Carlo Morelli (2015) y quien ha cantado en el Festival de Salzburgo, Austria –, dado que ambas familias se conocían. “Ellos sabían que yo cantaba, pero nadie iba a Los Cabos porque no hay mucho movimiento cultural, más que el coro y un par de orquestas, pero nada profesional. Entonces fue a escucharme”, explica.
"Él vio algo en mí y me dijo que podría cantar ópera e irme a Estados Unidos. Entonces tenía 14 años y me invitó a un curso en Guadalajara, pero no pude ir. Luego pude ir a su curso, pero en Monterrey”, abunda.
Un año después, Eduardo le comentó a Armando Piña que quería irse de Los Cabos y así llegó el momento de audicionar en el Taller de Ópera de Sinaloa, pero, al no contar con estudios de música, fue aceptado sin el pago de una beca, por lo que su mamá corrió con todos los gastos. “En ese momento yo no sabía qué era bueno o malo y mi única idea era que si no cantaba como Dmitri Hvorostovsky… era malo”, reconoce.
"Luego vino la pandemia y no pude entrar a ningún concurso por mi edad. Pasó el tiempo y tomé clases con Plácido Domingo, Javier Camarena, Elīna Garanča, sesiones de perfeccionamiento con el barítono estadunidense Lucas Meachem. Ahora soy del Mexico Opera Studio y este concurso ha sido una sorpresa”, explica.
¿Cuál era la expectativa? “No pensé llegar a la final, y cuando sucedió, sentí que ya había ganado. Claro, no me iba a conformar, pero es mi primera vez en Europa, mi primera vez fuera de México”.
¿Cuál es el siguiente paso? “Por mi edad, tengo muchas oportunidades, pero aún no puedo dar mucha información. Lo que no cambia es la idea de ingresar a un Opera Studio en el extranjero”.
¿Cómo hacer que la ópera llegue a más personas? “Con una ópera bien hecha y bien actuada, porque la ópera también es un show. Nosotros lo vemos como tradición y cultura, pero también es un show, es como ver una película que te pone los pelos de punta o te hace llorar y reír. La ópera es lo mismo. Además, falta un mejor trabajo de marketing.
"También falta apoyo gubernamental y más orquestas en México, faltan más espacios para que los cantantes se desarrollen, falta mejorar el acceso a la cultura y apoyar más la ópera, a estos movimientos, porque es poner un granito de arena a la sociedad y rebelarnos con causa”, concluye.
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