No sólo leerlo nos garantiza entender un poco más sobre la importancia que el cacao tuvo –y tiene– para las culturas mexicanas, leer este cuento también contextualiza. De la mano de la intrépida protagonista, Mahetsi, podemos sumergirnos en el mundo prehispánico, revivirlo, y descubrir objetos de uso común y labores cotidianas.
La atmósfera del relato está repleta de sabiduría y es, en cierto grado, misteriosa; aunque no tanto como lo es el rumor sobre su origen:
Cuentan los abuelos que esta historia fue encontrada dentro de una olla de barro con siete granos de cacao, por maestros albañiles, mientras abrían las canaletas para la barda perimetral de la refinería de Tula, en la comunidad de Doxey de Tlaxcoapan, Hidalgo.
Entre tradiciones, sabores y aromas, conocemos el proceso de la elaboración del cacao: desde la pieza en crudo, hasta la divinización de la bebida. El mundo de los dioses también se hace presente. Así otro de los elementos importantes de esta historia lo desenvuelve el amor vivo ente Quetzalcóatl y Mayahuel.
Esta breve lectura es una tierna y profunda forma de conectar con los antepasados y preguntarnos no por lo que ellos dejaron para nosotros, sino por lo que nosotros podemos hacer con lo que dejaron.
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