Por: Juan Carlos Talavera
"La literatura es un espacio que permite hablar desde la incertidumbre, sin necesidad de resolverla artificialmente ni de congelar los procesos, llegar a conclusiones falsas y sin paralizar el diálogo”, dice a Excélsior Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) el autor chileno avecindado en México que presenta Literatura infantil, su más reciente libro, construido como un diario de paternidad o una carta al hijo que mezcla infancia y ficción para señalar las limitaciones de un mundo adultocentrista, poco solidario con los niños, y donde la memoria se extingue en silencio.
El volumen, publicado por el sello Anagrama, inicia con el instante en que el autor sostiene a su hijo en brazos por primera vez, a los 20 minutos de vida, mientras una enfermera rompe el hechizo filial con una frase demoledora: “A veces a los recién nacidos se les olvida respirar”.
A partir de ese momento el autor de Poeta chileno y Formas de volver a casa explora el significado de la palabra infancia, el tono condescendiente y ofensivo de la frase ‘literatura infantil’, la intolerancia de los adultos frente al llanto de los bebés y la falta de entusiasmo ante la paternidad y la obstinación de los libreros ante el uso de los biberones.
"Siento que hay una intensidad, una ansiedad y un deseo de contacto en torno a la paternidad y la maternidad, pero pareciera que no somos capaces de conciliar lo individual y lo colectivo. Todos esos signos que se leen en la ciudad como la situación ridícula de prohibir el paso a quien entra en una librería porque lleva una mamila; suena cómico, pero es una situación humillante. ¿Así que tenemos una sección para libros infantiles, pero no puedes entrar con tu hijo, porque llevas una mamila? Pero resulta que hay que hidratar al niño”, expone.
Esta imagen es parte de un panorama, acepta Zambra, que pareciera una comedia de equivocaciones con un sustrato trágico, aunque al integrar este libro se convenció de mostrar las conversaciones entre papá y mamá o entre hombres, con esa sensación de inutilidad cuando nacen los niños y les preguntan por su rol.
El autor también lamenta que los hombres no quieren hablar del gozo que les despierta la paternidad. “Como que no estamos dispuestos a hablar de ese gozo porque suena bobalicón y aparece el fantasma de la cursilería”.
¿Por qué le interesó abordar el significado adverso de la literatura infantil? “Es un juego que pongo sobre la mesa para que lo conversemos, porque casi todo el lenguaje depende del tono y de la intención que subyace. Al hablar de literatura infantil designamos una clase de libro que tienen destinatarios precisos, aunque en el español esa palabra también se usa con frecuencia como insulto.
"Veo ahí un espacio interesante que abre otras discusiones. Por ejemplo, si es literatura a secas o si requiere de apellidos, ya que tenemos una excesiva clasificación de la literatura, pues separamos narrativa de poesía y, dentro de la literatura infantil, viene la de 3 a 6 años y la de 6 a 8”.
Y aunque acepta que las clasificaciones pueden ser prácticas, el pretexto es refundar la forma como se enseña la literatura. “Me parece que la literatura se desvincula del placer muy tempranamente, y me interesa esa zona preliteraria. Mi primera educación literaria fue la música y el humor, y luego encontré algo que estaba escrito en esos libros de texto que recibes el primer día de clases”, pero todo eso es un signo de interrogación al que no acceden todos los niños.
Finalmente, se le pregunta al autor de Bonsái si le agrada el mundo en que vivirá su hijo. “Mirar el mundo a través del futuro de un niño, me provoca una especie de alegría mezclada con miedo, miedo del que no paraliza. Mi deseo es entregarle (a su hijo) todo lo que pueda para que él sea capaz de enfrentar esos miedos sin que lleguen a ser suyos, aunque quisiera que no lo fueran y que él nunca tuviera miedo”.
Pero desde la perspectiva del adulto, sólo queda el comprender la importancia de acompañar sin estorbar y aceptar a mediar entre proteger y liberar al niño. En ese sentido, “la literatura me ha mostrado ese espacio de refracción y me ha permitido conquistar otras formas de vida y de temporalidad, donde no hay un final, pero estos sentimientos nos remueven y nos hacen reflexionar”, concluye.
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