martes, 18 de septiembre de 2018

¿A dónde se ha ido la trova?


Por:  Eduardo Bautista
En un mundo en el que las ideologías están en extinción, la trova latinoamericana ya no es un canto de protesta. Músicos consultados por El Financiero sostienen que lo que alguna vez fue un grito contra las dictaduras de América Latina, hoy es una voz más cercana a la balada pop que al canto de resistencia.
Los momentos más convulsos de Latinoamérica sucedieron entre las décadas de los 50 y los 70. 1955: la Masacre de la Plaza de Mayo en Buenos Aires. 1959: el triunfo de la Revolución Cubana. 1964: el inicio de la dictadura brasileña. 1965: la invasión de Estados Unidos a Santo Domingo. 1967: la muerte del Che Guevara. 1968: la Masacre de Tlatelolco, en México. 1971: la instauración de la dictadura de Bánzer, en Bolivia. Y 1973, hace exactamente 45 años: el derrocamiento de Salvador Allende y el ascenso de la dictadura militar de Augusto Pinochet, en Chile.
Fue justo en esa época de luchas en la que la juventud de la región asumió a la Nueva Canción Latinoamericana como su canto de resistencia ante el autoritarismo gubernamental y el imperialismo estadounidense. Un tiempo en el que artistas como Víctor Jara, Violeta Parra, Silvio Rodríguez, Óscar Chávez, Mercedes Sosa y Quilapayún cumplieron a cabalidad aquello de que “toda música es un comentario social”, según Frank Zappa.
“Los movimientos políticos se desmoronan, y los hombres y las ideas junto con ellos. Por eso la trova actual tiene mayor suavidad y menores tintes políticos. La Nueva Canción Latinoamericana ya no existe como tal. Los movimientos de resistencia a través de la canción han perdido fuerza porque las sociedades han encontrado otras formas de arreglar las cosas mediante vías más democráticas, como los derechos humanos, algo que no existía en aquellos años”, observa la antropóloga y cantante de música tradicional Susana Harp.
Hoy, artistas como Edgar Oceransky, Fernando Delgadillo, Belén Cuturi, Alex Ferreira, Alejandro Filio, Camila Moreno, Nano Stern, Jorge Drexler, Raúl Ornelas o Lazcano Malo muestran un gran desapego a los asuntos ideológicos y políticos. “Podemos verlo en el caso de Silvito, el hijo de Silvio Rodríguez. Silvito hoy critica y denosta en Cuba lo que alguna vez sedujo y cobijó a su padre”, afirma Harp.
La cantautora uruguaya Belén Cuturi admite que la protesta no es una característica de su trabajo: “evidentemente hay estragos de las dictaduras en nuestra generación, pero la política ya no forma parte de nuestras convicciones estéticas primordiales. Aunque nuestros mensajes de libertad y democracia no son explícitos, existen. Yo intento nunca idealizar a políticos o movimientos. La escena es muy diversa, y aún hay gente haciendo trova con sentido social, pero creo que lo que verdaderamente está creciendo es el indie y la fusión”.
“1973 fue el inicio trágico del boom de la canción latinoamericana a través de la creación de un mártir innecesario: Víctor Jara, una voz que nos hizo tomar conciencia social a muchas generaciones”, considera el músico Fernando Rivera Calderón.
Y es que, hasta hace medio siglo, cantar a contracorriente se pagaba caro. Víctor Jara murió a punta de salvajes golpizas y 44 balazos. Cuando fue arrestado por los militares de Pinochet el 12 de septiembre de 1973 junto a otros 600 estudiantes y profesores de la Universidad Técnica del Estado (UTE), escuchó a un oficial gritar: “¡A ese hijo de puta me lo traen para acá! ¡No me lo traten como señorita! ¡Concha de tu madre! Vos sos el Víctor Jara, huevón. El cantor marxista. ¡El cantor de pura mierda! Te enseñaré hijo de puta a cantar puras canciones chilenas, ¡no comunistas!”, según consta en el testimonio ofrecido por Boris Navia Pérez ––uno de aquellos presos–– al Consejo Latino- americano de Ciencias Sociales.
A raíz de ese asesinato se consolidó el movimiento de la Nueva Canción Chilena, que después extendería su denominación a Nueva Canción Latinoamericana. En Cuba surgiría la Nueva Trova y en Estados Unidos la bautizarían ––ante la inconformidad de muchos músicos–– como Canción de Protesta.
El objetivo de ese movimiento ––explica Jorge Velasco en El canto de la tribu (2004)–– fue narrar la versión popular de los acontecimientos históricos para luchar contra el olvido represivo impuesto por los gobiernos y las familias en América Latina. En suma, construir una memoria histórica y ofrecer a la gente otra visión de la vida a la que imponía la sociedad.
En México, por ejemplo, el grupo La Nopalera ––afiliado al Partido Mexicano del Trabajo–– cantaba: Carajo, ya no estoy para cerrar siempre la boca / Carajo, ya no estoy pa’ no exigir lo que me toca. El grupo On’ta estaba en la misma sintonía: Voy a cortar este septiembre mentiroso / que viene castrando a mi pueblo. Y el Grupo Víctor Jara ––al que pertenecía Eugenia León–– extendía sus lazos con el Partido Comunista Mexicano.
Todo eso era ––escribe Carlos Monsiváis en Voy a dar un pormenor–– lo que se cantaba en huelgas, marchas, mítines en el Zócalo, mítines en kioskos de pueblos, fábricas, fiestas, reuniones donde los infiltrados por la policía se distinguían por ser los cantantes más entusiastas. Esta música ––agrega–– atravesó por las peñas folclóricas, la solidaridad con los exiliados latinoamericanos, los Encuentros de la Canción Política, los conciertos de 1985 en los campamentos de los damnificados, los encuentros y las amalgamas con los grupos de rock, las tocadas en la UNAM y el Centro de Estudios del Folklore Latinoamericano.
“Nos tomó el año de 1973 en la Escuela Nacional de Música de la UNAM. En La Nopalera hacíamos una especie de desarrollo musical colectivo y teníamos la necesidad de emprender alguna actividad política, algo que en ese entonces nos parecía muy distante. Ese año justo coincide con el Golpe Militar en Chile y con la llegada de Ángel Parra ––el hijo de Violeta Parra–– a México. Él nos enseña la música que hacían en su país, en la que por supuesto estaba su madre. Fue un impacto el ver cómo se podía elaborar música con una temática totalmente diferente al bolero y con el folklore de las distintas regiones de América Latina. La primera presentación de Pedro Luis Ferrer en México fue, de hecho, con nosotros”, afirma Cipriano Izquierdo, fundador de La Nopalera.
Fue justo en las peñas de la Ciudad de México en los años 70 donde se aglutinaron músicos argentinos, uruguayos y chilenos que huían de las dictaduras de sus propios países. Peñas como El Cóndor Pasa, El Mesón de la Guitarra, Los Folcloristas, Tecuicanime o El Mosco Pasa se convirtieron en verdaderos centros neurálgicos para la difusión de la música folclórica latinoamericana y el Canto Nuevo. A propósito, Monsiváis auguró la caducidad de este movimiento con una frase: “el Canto Nuevo, el nombre de una corriente cuyo mayor problema es el envejecimiento del adjetivo”.
“La industria siempre dio los parámetros para catalogar la música en el siglo XX. Y la verdad es que no existen parámetros para definir qué es la trova, qué es el latin jazz o qué es cualquier otro género. La canción como la conocemos es un fenómeno del siglo pasado. Hay grandes diferencias entre la música y la política, la política musical y la música política. Nuestra generación vivió el pentecostalismo contra la izquierda festiva.
Sin embargo, con todos los momentos turbulentos y violentos que vive México actualmente en todos sus niveles, creo que necesariamente debe surgir otro movimiento cultural que acompañe la vorágine”, concluye Izquierdo. “Es inevitable”.

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