Por: José Juan de Ávila
Diego El Cigala jugaba en su infancia en una plaza del barrio madrileño de Lavapiés cuando el 13 de mayo de 1975 llegó una estatua del veracruzano Agustín Lara, que se inauguró en una ceremonia con mariachis de trajes vistosos y sombreros chulos, que cantaron “El rey”, de José Alfredo Jiménez. Nunca imaginó ese niño que 45 años después iba a estar rindiendo homenaje a esos compositores y a su país.
El cantante de flamenco, que ha fusionado su voz gitana con el tango, el bolero y el son, recuerda en la entrevista que conserva una fotografía de aquel niño, trepado y abrazado a la escultura del Flaco de Oro, ubicada en la calle de Sombrerete, en el centro de Madrid, obra del mexicano Humberto Peraza.
Ese fue su primer contacto con la música mexicana, “El rey”, que considera una obra de arte. Y ahora le llevó finalmente a grabar en 2020 Cigala canta a México, un disco donde interpreta a compositores como Armando Manzanero, José Alfredo Jiménez, Juan Gabriel, Consuelo Velázquez, Roberto Cantoral, Alfredo Domínguez, Manuel Wello Rivas, Federico Méndez y Alfredo Gil, entre varios más.
La promoción en México del álbum producido por Jaime Calabuch Jumitus se pospuso debido a la pandemia, pero finalmente podrá completarse el homenaje también a cantantes como Chavela Vargas y Vicente Fernández, con un concierto el 5 de mayo próximo en el Auditorio Nacional, que contará con la participación del Mariachi Gama 1000, La Sonora Santanera, Los Panchos y Los Macorinos.
Entre las composiciones clásicas que incluye el álbum y cantará en el concierto están: “Somos novios” (Manzanero), “Soy lo prohibido” (Cantoral), “Se me olvidó otra vez” (Juan Gabriel), “Vámonos” y “La media vuelta” (José Alfredo), “De qué manera te olvido” (Méndez), “Cenizas” (Wello Rivas), “Si tú me dices ven” (Gil), “Perfidia” (Domínguez), “Verdad amarga” y “Bésame mucho” (Velázquez), entre otras.
Nacido en Madrid en el turbulento 1968, El Cigala deja su paraíso en República Dominicana, su país adoptivo, para cantar en México, donde él acumula amistades y recuerdos, como cuando conoció a Gabriel García Márquez, en el restaurante Siqueiros, quien se volvió asiduo a sus conciertos, como aquel del 2013 también en el Auditorio Nacional, al que el Nobel de Literatura 1982 lo acompañó, en una de sus últimas apariciones en público antes de ser hospitalizado y morir el 17 de abril de 2014.
“Mi querido Gabo. Qué bonitos recuerdos de Gabo. Órale. Don Gabriel García Márquez, qué bonitos recuerdos con mi esposa Amparo, que en paz descanse, con Mercedes Barcha. Fue una noche mágica en el Auditorio. También entraron por las puertas Julieta Venegas y su hermana. Fue una noche emotiva, divina de estas de recuerdo, la última noche que se le vio en escena a don Gabo”, rememora.
El Cigala, que fácilmente suelta las carcajadas y una que otra expresión mexicana como “órale” o “mero, mero”, también se conmueve cuando se le contesta que el autor de Cien años de soledad murió ya hace ocho años. “¡Madre mía! ¡Qué fuerte! ¡Qué rápido ocho años! ¡Cómo pasó el tiempo!”
—¿Cómo conoció a García Márquez?
Gabo, junto con Mercedes, amaba nuestra música. Nos conocimos en un homenaje que me hicieron en el Siqueiros (Bohemian Bar), donde se hacen las mejores caricaturas del planeta y están todos los grandes de la música, del cine, del mundo (actualmente se encuentra cerrado). Me pusieron una chula de bailaor, como si fuera Joaquín Cortés. Y teníamos que estirar una cortina, Gabo de un lado y yo del otro. Di gracias al público y le pasé el micrófono a Gabo. Y él me dijo: “Yo cobro por hablar”. Por la noche fuimos a cenar y había un piano y me puse a cantar, celebrábamos. Se me acerca Gabo y me dice: “¿Me podrías cantar ‘Lágrimas negras??”. Y le digo: “Yo cobro por cantar”. Esa fue la anécdota en la que nos hicimos carnales, ja, ja, ja.
Eso debió de ser en 2004, en los primeros conciertos míos en México, estábamos en pleno bullicio de Lágrimas negras, fue una noche maravillosa. Estaba la entonces embajadora de España Cristina Barrios, a quien le gustaba muchísimo el flamenco, nos llevó a Joaquín Sabina y a mí a una comida en la embajada; también comencé a conocer a Francisco Céspedes, mi querido Pancho. Fueron momentos muy bonitos, una época bonita. La gira del disco con Bebo Valdés, que ya tenía 87 años, era inacabable, empezó en España y terminamos en Tokio. De película. Órale.
—Hay algo irónico en que haya tenido que pasar una pandemia para que volviera a México.
Sí, un poco de ironía, ha tenido que pasar una pandemia. El proyecto del disco incluso ya estaba desde antes de la pandemia, en los estudios de Sony, cuando vino todo esto y se quedó parado ahí como dos años. Y ahora resurge en el mero mero México con el concierto en el Auditorio. Es un gran gozo. Es un homenaje a los grandes de México: José Alfredo, Juan Gabriel, Armando Manzanero, Vicente Fernández, Chavela Vargas, todos están en la memoria de uno, en lo poquito que he podido vivir con todos ellos, sobre todo con Chente, Armando y Chavela, un homenaje a ellos siempre respetuoso.
Vamos a ver una puesta en escena con el Mariachi Gama 1000, que son maravillosos, con Los Macorinos, Los Panchos, La Sonora Santanera, el 5 de mayo en el Auditorio Nacional. Esperemos que sea un concierto cargado de emociones, estará el recuerdo de nuestro querido amigo y hermano Armando Manzanero. Esperemos que en Guadalajara y México sean noches mágicas.
—¿Recuerda cuál fue la primera canción mexicana que escuchó en su vida?
“El rey”. Cuando era niño vinieron a poner una estatua de Agustín Lara a un parque en el que me crié y mi niñez la viví junto a esa estatua de Agustín Lara. Cuando la pusieron, vi cómo llegaba un grupo de mariachis tocando y rindiendo honores a Agustín Lara, jamás se me olvidará. Me quedé prendado de esos gorros mexicanos, de esos vestidos de charro, de esos guitarrones. Y quién me iba a decir que con el paso de los años yo iba a terminar haciendo un disco para México. Tengo una fotografía muy emotiva, en la que estoy subido en la escultura abrazando a Agustín Lara, jugábamos los niños.
—¿Ahora qué es para usted “El rey”?
Es uno de los temas más bonitos y clásicos que hay dentro del mundo de las rancheras. El rey es un icono, tienes que tener una fuerza, un coraje, una valentía para cantarlo. A mí me da cosa y se lo dejo a los grandes. Es una obra de arte genial como la interpretaba José Alfredo o mi querido Vicente Fernández.
—¿A qué mujer del mundo, viva o muerta, le gustaría cantarle algo de su disco, que presentará en el Auditorio Nacional?
Pues, hombre, ahora mismo siempre se lo cantaría a mi compañera Amparo, en paz descanse, que le gustaba mucho la música mexicana y ranchera y la descubrió conmigo. A Amparo le cantaría. Sería muy bonito porque descubrimos juntos la música mexicana, sería un buen homenaje. Le cantaría “Cenizas” o “Verdad amarga”.
—La canción mexicana aborda el amor, pero también la muerte. Y en esta década murieron varios de los grandes compositores, entre ellos Manzanero. ¿Cómo fue su relación con él?
Con Manzanero teníamos una amistad muy buena y muy carnal de muchos años atrás, desde mis comienzos con México, desde el primero de los conciertos en Campeche que yo toqué con él, como a él le gustaba mucho y me hablaba del flamenco. Cuando yo estaba grabando “Somos novios” con el Mariachi Vargas, yo tenía ese respeto de mostrársela a él, porque se han hecho tantas versiones, que me daba cierto temor de ver qué le parecía. No se había hecho una versión así. Y quedé muy satisfecho cuando me dijo que tirase pa’delante y que lo pusiese de sencillo. Me dijo: “Abre el álbum con ‘Somos novios’ porque está bien padre”. Fue una de las cosas más bonitas que me han pasado en la música. Cuando te pasan momentos mágicos se quedan para el recuerdo.
—¿Y con Vicente Fernández?
Sí, estuve con el maestro, tuve el privilegio de poder convivir con él. En un almuerzo, gracias a don Martín Urieta —mi querido hermano y presidente de la Sociedad de Autores y Compositores—, conocí a don Chente y estuve en Los 3 Potrillos, su rancho. Era una persona excepcional, yo qué sé, una genialidad, mejor imposible. Y con una calidad humana y una belleza que transportaba el hombre, que transmitía luz, era maestro y figura hasta la sepultura. Para mí ha sido un placer haberle conocido, y en especial cuando se estaba fraguando Cigala canta a México. Fue para mí todo un honor.
—Dice que la canción mexicana es una obra de arte. En Estados Unidos se considera poetas a músicos populares como Leonard Cohen, Patti Smith o Bob Dylan, quien incluso fue reconocido con el Nobel de Literatura en 2016. ¿A qué atribuye que a la canción mexicana e hispanoamericana no se le dé este estatus de poesía a letras como las de los compositores incluidos en Cigala canta a México?
No sé por qué no se le pueda catalogar como poesía al bolero, a la música romántica. En la música o se tiene o no se tiene corazón, y traspasa o no traspasa, su naturaleza es que sea una música que venga del alma. Somos unos privilegiados, en el caso de poder tener y arrastrar con eso que es esa asignatura del flamenco, que cuando se escucha te estremece y se goza, y puede transmitir y traspasar los olés, los olés de verdad. El flamenco es una música que te traspasa, que te sorprende y que te emociona, y es una emoción que muy pocos pueden llegar a transmitir.
—¿Ha pensado en fusionar el flamenco con el rock?
No. En su día hicieron un intento que estuvo súper chulo, muy bonito, el grupo Alameda y la banda Triana, que fueron del rock andaluz, fue una pequeña fusión ahí, pero ya está, cada uno va a lo suyo. No se le puede quitar al César lo que es del César.
—¿Qué opina de la violencia hacia la mujer en las letras de canciones?
En Cígala & Tango incluye “Tomo y obligo”, de Carlos Gardel, que ahorita no sería muy bien vista. No se debe cantar así; si se mira desde ese punto de vista, no se canta. A mí me gusta la letra por la tragicomedia que tiene en el sentido como tal; no como cantarla con fetichismo ni insulto para la mujer. Hay que cantarla como “Corazón loco”, que es un desafío, querer a dos mujeres a la vez, eso está bonito, pero hasta ahí. “Tomo y obligo”, qué letra más trágica, tan sublime y tan bien explicada. Es tanta tragedia, que al final te traspasa como una tragicomedia de lo bien contada que está. Cuando hay letras así, me gusta, pero luego es difícil de llevar al escenario. Siempre te deja esa emoción de poderla coger y llevarla al escenario, porque es tango y copla, a mí me recuerda también a la copla, es una maravilla. Dentro de lo que es el tango se pueden hacer cosas muy bonitas. He escuchado cantar a Edith Piaf, nunca se ha cantado tan bello, parecía una flamenca.
—Como en el cante jondo y su disco Lágrimas negras, justo en “Tomo y obligo” se alude a las lágrimas. Dice: “Yo sé que un hombre no debe llorar”. ¿Qué son para usted las lágrimas?
Las lágrimas siempre están presentes, las personas deben tener siempre las lágrimas y el llorar presentes, la persona que llora es porque siente, porque está viva, porque tiene un lamento, un decir en la vida; la que no llora, mal, es que no entiende, el llorar te limpia el alma, es necesario. Y, además, es muy bonito.
—¿Para cuándo su nuevo disco de flamenco?
Es esa etapa mía de hacer un disco flamenco, se lo debo a la afición y a mí mismo, tengo muchas ganas de hacer otro disco de flamenco. Desde 2005 con Picasso en mis ojos no he vuelto a hacer una producción así. Tengo mucha emoción y ganas. Tendrá música inédita, pero abordará la leyenda del flamenco y sus orígenes. Apenas estoy en la grabación.
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