Por: Myrna I. Martínez
Para el director escénico David Olguín el teatro mexicano vive una realidad contradictoria: por un lado hay una gran cantidad de producciones y compañías, pero por otro, todavía falta que el público pague. La gran falla del teatro es no haber conseguido volverse popular.
En 2012, David Olguín coordinó el libro Un siglo de teatro en México, donde además escribió el texto El cacharro, sobre el teatro El Ulises fundado en 1928 por Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, integrantes del grupo Contemporáneos. En este pequeño espacio de la calle de Mesones 42, inspirados en los teatros franceses, fundaron en una ciudad posrevolucionaria y anti intelectual, explica Olguín, un teatro íntimo. Pero no lograron atraer gente. La crítica los apabulló. Dieron menos de 10 funciones.
“Ellos hacían cosas que ahora hace el teatro posdramático 100 años después: una aventura intelectual. Abren un camino y lo hacen tan bien, que se ha mitificado que son el origen de todo”, reflexiona Olguín. “Lo que no logran es un contacto popular; no logran atraer al público que está del lado de la carpa”.
Aparentemente escribir y hacer teatro en este país es un asunto de minorías, pero en una pequeña temporada te pueden llegar a ver 3 mil personas, lo que equivale a la edición de un libro exitoso.
El teatro universitario de los 60 y 70 y los escenarios del Seguro Social, en los 50, sí lograron atraer a la gente, pero, salvo algunas excepciones -advierte- las compañías independientes aún no logran una autonomía financiera.
“Y es muy paradójico: como en ningún otro momento en la historia se hace tanto teatro, hay tantas compañías, tantos espacios, tantos autores”, considera el también dramaturgo, ensayista y narrador. “Lo que falta es un público que esté dispuesto a pagar su boleto”.
LA BELLEZA EN LO SINGULAR
Cofundador del Teatro El Milagro, escribe y dirige sus obras. Se considera un hombre con suerte por haberse topado con grandes maestros, entre ellos Ludwik Margules, de quien aprendió para qué servía el escenario.
“El teatro es un lugar de conocimiento para explorar el comportamiento humano. Ludwik decía que puede haber más complejidad en un ser simple, que en un hombre de conocimiento”, recuerda el director de Los Asesinos.
En más dos décadas de profesión, ha entendido su disciplina como una batalla interna, que se ha ido transformando. Al principio se centraba en sus obsesiones, pero cada vez observa más al otro y habla sobre temas sociales y políticos.
“Aparentemente escribir y hacer teatro en este país es un asunto de minorías, pero en una pequeña temporada te pueden llegar a ver 3 mil personas, lo que equivale a la edición de un libro exitoso. Eso implica hablarle muy rápido a un público que, si bien minoritario, sí implica una conexión social inmediata”, observa.
Su siguiente batalla escénica es La Belleza, una pieza que fue estrenada el 19 noviembre en el Teatro el Milagro. La historia está basada en la vida de Julia Pastrana, una mujer que nació en Sinaloa en 1834 con el síndrome de hipertricosis lanuginosa, con vello en todo el cuerpo y facciones cercanas a las de un primate.
Pastrana, narra Olguín, fue vendida al empresario circense Theodore Lent, quien se la llevó a Nueva York y la exhibió como la mujer más fea del mundo. Al poco tiempo contrajo matrimonio con ella y se la llevó a Europa, donde Charles Darwin la examinó para ver si era el eslabón perdido.
“Me enganchó la relación con Lent. Julia tenía un confidente, una condesa alemana, quien escribió que Julia le había expresado que Lent fue el único hombre que la había amado por lo que era”, comenta.
Pastrana será interpretada por Mauricio Pimentel y Theodore Lent por Laura Almela. Una decisión que, aclara el dramaturgo, hizo con la intención de ahondar en lo que implica amar desde la perspectiva del otro.
“El tema es la belleza ubicada en la singularidad, en lo extraño, en la eterna discusión platónica de si el objeto es bello en sí mismo o es bello por quien lo mira. Es una reflexión sobre qué hace que dos personas decidan amarse apasionadamente”.
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