Eduardo Monteverde
[Con el patólogo y novelista Eduardo Monteverde (Ciudad de México, 1948) sostengo ahora este diálogo para abordar los tiempos pandémicos, extraños, inusuales, inéditos que, por lo mismo, luego son complejos de explicar, de detallar, de cronicar. El convocado a esta conversación es especialista en los asuntos de la ciencia. Con sus conocimientos acaso vayamos comprendiendo este mal que nos aqueja por la demasiada información contaminada. La rebosada erudición de nuestro invitado nos hace, luego, zigzaguear por caminos impensados de la cultura mundial desviándonos a veces del eje central pero volviendo, una y otra vez, al tema central…]
Pido al profesor universitario, editor responsable en los títulos bibliográficos sobre ciencia del Fondo de Cultura Económica, Eduardo Monteverde, médico reconocido en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, que mantengamos un diálogo abierto acerca de esta calamidad sanitaria que nos ha inundado de pronto dejándonos en la soledad casera mientras el mal infeccioso acaba por diluirse en la intemperie global. Platiquemos sobre este asunto que ha alzado un miedo indecible en las sociedades del mundo. Los caminos del diálogo con este ilustrado médico pueden conducirnos, lo sé, a temáticas irreconocibles e inusuales.
Animales transgresores, sólo en las fábulas
Inicio la conversación:
El contacto con los animales salvajes, Eduardo, es lo que ha causado la contingencia sanitaria, pero esta, digamos, transgresión entre animal-humanos es consentida en ciertos canales culturales como Discovery donde apreciamos de manera normal la convivencia transgresora incluso en programas en los cuales la gente, para estar a tono con la naturaleza, aparece desnuda tratando de sobrevivir en las selvas…
La transgresión de la naturaleza humana está en vestirse ?indica el autor de Lo peor del horror, un libro de crónicas que da cuenta de las calamidades sociales vertidas a diario?. Darwin creía que en la evolución no pueden ocurrir cambios perjudiciales. Alfred Russel Wallace respondió que el humano, al ser lampiño, era vulnerable a la lluvia, al frío, al viento, un factor negativo al que sobrevivió por cubrirse, hasta hacer del vestido un producto de la imaginación más abstracta, como la indumentaria punk.
“Los desnudos de Discovery están cubiertos por un equipo de producción que, invisible al público, tiene a un médico detrás de las cámaras y asistentes para cualquier suceso cuando falle alguno de los cálculos. La ruptura está en el lenguaje. Una transgresión sería andar por la selva con los vestidos de la corte de Luis XIV.
“Por cierto, la gabardina, inventada por el sastre Thomas Burberry a mediados del siglo XIX, hizo posibles a transgresores como Allan Quatermain en Las minas del rey Salomón, y su cohorte de exploradores, hasta el transgresor Humphrey Bogart y detectives que le han sucedido en los transgresores del filme noire”.
Y no se detiene ahí su conocimiento sobre la transgresión visual:
Como en el Globe Theatre de Shakespeare, me vuelvo un personaje secundario y hago “aparte”. Transgresión… ya hay una República de Transgresores: Jenófanes puede ser uno de los fundadores, Diógenes de Sinope y su masturbación pública en el Ágora, Lully y su inmensa peluca verde, Wilde y su clavel verde, Georges Sand vestida de caballero, Baudelaire vestido como un dandy exagerado con el cabello verde, los guantes rosas y recitando vehemente: “Te golpearé sin cólera / y sin odio, como un carnicero”. Dylan Thomas ebrio e insolente, Lenny Bruce perseguido por la policía en el cabaret por usar las picardías con el modo de hablar de los obreros y la secuela de transgresores con palabras altisonantes como Polo Polo, La Pelangoche y Leo Zuckermann y Jorge G. Castañeda que dicen “son chingaderas” al aire.
A propósito de transgresores sociales, Eduardo, no creo en algunos de los que mencionas, de los mexicanos, que sólo siguieron el rumbo del peladaje para sumar a sus carreras una aceptación, digamos, masiva. Los que participan en Big Brother son mal hablados, no transgresores; el cine mexicano incluyó “insultos” en sus actuaciones porque con uno solo incorporado en el guión cinematográfico se ganaba la jocosidad de la gente; Molotov compuso la canción “Puto” porque sabía que la gente corearía con gusto esa pieza (ya Álex Lora había corroborado la festividad del insulto en el escenario, después de todo) y la bailaría, la canción “Puto”, incluso el propio Azcárraga Jean tal como lo hiciera, en efecto, en alguna ocasión; los standoperos insultan por todos lados no por transgresores, sino porque son mal hablados; la FIFA no entiende que cuando la afición grita “puto” en los estadios quiere decir “cobarde”, “poco hombre”, “coyón” o “timorato”, menos homosexual o afeminado. Verdadero transgresor, en todo caso, José Agustín, que incluyó un lenguaje callejero cuando nadie se atrevía a hacerlo; transgresor el diario unomásuno que incluyó “insultos” en su práctica periodística antes que ningún otro medio; transgresor Fernando de Ita que por incluir estas palabrotas en sus crónicas tuvo que ser hospitalizado cuando fue agredido por una turba ofendida que le lavó la boca con detergente para que no volviera a usar palabrotas en su escritura periodística. No son transgresores los que comercian con las palabras, Eduardo…
Los que agredieron a De Ita son, sencillamente, hijos sin madre. Pero animales transgresores, además del humano, sólo en las fábulas. Se discute si los chimpancés transgreden por placer y asesinan a sus semejantes. Sería una transgresión hiperbólica del lenguaje corporal de la naturaleza. Hablas de una transgresión buena, luego los transgresores deben ser moralistas y virtuosos...
Fernando De Ita
La infodemia
Dices que hay una transgresión anecdótica precisa el médico narrador Eduardo Monteverde? cuando te dije, en una plática previa a este diálogo, que los narcos son transgresores de la ley para cumplir los anhelos de Janis Joplin, Jimi Hendrix, Timothy Leary y la inmensa nebulosa de los que claman por el derecho a los estados alterados de conciencia. Así, cuando Eric Clapton canta “Cocaine”, la canción de J. J. Cale, y fascina al público es un travieso desobediente sin una salpicadura de sangre. Cuando un narcotraficante viola la norma y es el surtidor del músico es un transgresor anecdótico que vende la droga que aparece en la canción ya íntegra y purificada, libre de la sangre. Cuando compuso “I shot the sheriff”, en la voz de Bob Marley vibra la emoción del asesinato porque el policía lo amenazaba por sembrar marihuana. Mató al transgresor de la libertad
“En La consagración de la primavera, una joven virginal es sacrificada ante la tribu. El público se estremece. Cuando los terroristas de Boko-Haram raptan chiquillas, los lectores tiemblan de ira y consternación. La transgresión también es canalla”.
Como cuando amenaza a la humanidad transgrediendo las fronteras entre el conocimiento básico y la ciencia ilimitada. Te hablaba de la transgresión animal-humano porque, entiendo, de ahí se deriva el Coronavirus…
En esta charla, cuya deriva va por manglares serpentinos, me preguntas por la epidemia del Coronavirus. ¡Zaz! En un tropo forzado, en una metonimia vulgar, asumo que es un transgresor que violenta las mucosas de la respiración. El cuerpo responde y en la respuesta inflama los tejidos y asfixia. Dices que infecta al mundo, bien por el tropo, pero en realidad infecta a los pulmones.
“Te remito a un artículo de hoy [1 de abril de 2020] en The New York Times: Covid-19 Changed How the World Does Science, Together. Es un alarde literario de divulgación, escrito por un par de periodistas que, sin ser científicos, dan hasta ahora la mejor crónica de la pandemia. Lejos de la cantidad de barbaridades que aparecen en los medios, en lo que ya se conoce como infodemia.
“Lo que se mira en los medios no es ciencia, son acciones de salud pública, basadas, sí, en las teorías de la lesión tisular, celular, en la teoría microbiana y los postulados de Koch, todo en el siglo XIX. El médico alemán se refería a bacterias, los virus eran desconocidos. En el escenario de hoy, que tiene poco que ver con el pasado, los científicos no aparecen. Están muy ocupados en la biología del bicho y su contención, no a partir del aislamiento de los ciudadanos sino en la biología molecular y en la genómica. En su mayoría no son médicos y tampoco dan consejos. Trabajan sin importar países ni costumbres para desentrañar un acontecimiento que no tiene comparación con otras calamidades microbianas. Han roto la perversión de los secretos académicos para ganar premios, publicaciones y elogios, dice el artículo del NYT. Lo dudo.
“La vacunación no es importante para las grandes farmacéuticas. La ganancia es poca y es un problema del subdesarrollo. Pero el Covid-19 no es un brote que empezó en aldeas exóticas de continentes miserables, como la malaria, el ébola o el VIH.
“Esto está brotando en nuestra misma casa dice el profesor Adrian Hill, de la Universidad de Oxford.
“Nadie sabe bien a bien cómo se comporta esta partícula de ARN, perniciosa y transgresora de las células para poderse replicar”.
De los intérpretes y de la alimentación animal
Entiendo, Eduardo, que lo irrazonado puede conducir a la ilegalidad (el razonamiento económico para continuar con la ilegalidad de la droga, por ejemplo), mas la transgresión, entonces, conserva dos caras y todo dependerá del ángulo en que la observes o del bando en que te halles para observarla…
Mira, entre las numerosas necedades que vierte Derrida, que le dan prestigio por ser ininteligible, hay algunos aciertos cuando plagia, por ejemplo: “Intérpretes hay por todas partes. Cada uno habla su lengua aunque conozca poco la del otro. Las argucias del intérprete son muy amplias y nunca prescinde de sus intereses”. Este lugar común lo ha escrito mejor, mucho mejor, George Steiner y en él caben los discursos sobre la transgresión. De transgredir hizo su vida Foucault, que quizás, si hubiera sido un buen escritor, sería interesante, pero con tantos intérpretes…
Ciertamente, la transgresión visual puede ser atroz, pero yo quiero referirme a esa otra transgresión de la convivencia animal-humano que ha puesto en riesgo a la vida en el planeta. En una de tus novelas el médico Almagro se interna a lugares donde nadie, o casi nadie, se da el lujo de cuidar a las personas, porque es como el confín del mundo. ¿No es como esta enfermedad que pese a situarse en las urbes necesita de médicos transgresores? Mi inquietud es saber si esta convivencia animal-humano (animal salvaje, se entiende) podrá seguir permitiéndose a pesar de las calamidades que puede traer consigo. Hay ciertas regiones donde la gente tiene de mascotas a una serpiente, a un jabalí, a un bisonte o a un lagarto. Como médico, ¿qué te mueve a pensar esto? Y retorno al mercado de Wuhan chino, de donde han salido estas bacterias infecciosas. A pesar de las diversas interpretaciones, ¿la propia ciencia está impedida de restringir esta asociación animal.
Almagro no es un transgresor, transgresores son los chamanes que se visten de indios cuando llegan europeos progres a darles medicinas. Les hacen la representación de una ceremonia de curandería autóctona. Cuando se regresan los progres, que se creen transgresores de lo eurocéntrico, los chamanes les venden las medicinas a sus pacientes. Son más eficaces que las hierbas.
“La convivencia del hombre con los animales sí ha puesto en riesgo al planeta. Para producir un kilo de carne de res se necesitan 15,000 litros de agua. Para la alimentación y transporte se arroja una treintena de kilos de dióxido de carbono al aire, además del metano que producen sus flatulencias. Los rancheros conviven con las vacas, los humanos con el cadáver que absorbió litros y litros y kilos de alimento.
“Con aquello de la transmisión de las enfermedades de los animales a los humanos, sí que se da. Se le llama zoonosis, del griego zoo y nosis, enfermedad. Pero el hombre también es un animal y el término es arrogante, con el sofisma de Protágoras de que el hombre es la medida de todas las cosas. El argumento tiene sustento. Sería difícil medir con las dimensiones con las que se guía una ameba.
“Con los europeos llegaron las lombrices intestinales a Mesoamérica, la tenia (o solitaria) y los cisticercos con el puerco. Este animal también albergó el virus porcino que mutó hasta invadir otras especies. La salmonela de la tifoidea se origina en las aves, la viruela en las vacas. Las pulgas son portadoras, o vectores, de la peste bubónica a través de los roedores. Los mosquitos, que también son animales, transmiten la malaria y el dengue, entre otros males, aunque por ser insectos no se les toma en cuenta dentro de las zoonosis. Sí a los animales que les sirven de reservorio, como el tifo a través de roedores y piojos. Tampoco al humano que arroja con su aliento millones de partículas virales a otro semejante. Para mitigar lo poco eufónico del zoo para el hombre, se le podría llamar al humano transmisor de Covid-19, un fenómeno antropozoomórfico. Se averigua con tenacidad el reservorio. Mencionas el ya tristemente célebre, recuerda que fui reportero de policiaca, mercado de Wuhan. En sus puestos hay animales en extinción, muchos de contrabando como el pangolín, para curar por igual el cáncer o el acné, y probable reservorio del Covid-19. También cuerno de rinoceronte o glándulas de tigre, y otros supuestos afrodisiacos. Se suponía que el viagra y similares terminarían con ese mercado que en su entraña lúgubre lleva la materia para darle luz a la felicidad. No ha sido así, a pesar de campañas en Estados Unidos como Descorcha una píldora y salva a un rinoceronte”.
Mercado de Wuhan
Y los duendes se hicieron realidad
Bien, las transgresiones entonces son de diverso tipo y naturaleza (¡al grado de fundar esta inesperada efervescencia sanitaria una infodemia al no saber con exactitud qué decir ante los conflictos de la enfermedad!), pero, digamos, esta transgresión corporal está dejando cadáveres en las calles de Guayaquil, por ejemplo, donde ya se empiezan a contar centenares de víctimas. Como las ha habido ya en Italia, China, Estados Unidos o España. ¿Qué es el Covid–19, finalmente, una estructura de seres vivos o partículas de ácidos nucleicos? Son tiempos muy raros, Eduardo…
La muerte es más duradera que la medicina. Los cadáveres en las calles de Guayaquil son otro escenario con los mismos actores de El triunfo de la muerte, de Brueghel, con otro vestuario. Aunque el microbio es diferente el epitafio es la señal de que el nihilismo se ha ganado la victoria. Sin tener conciencia, virus y bacterias se replican para matar a sus huéspedes.
“Si la historia se repite dos veces, la primera es tragedia y la segunda es comedia… cuando se multiplica, independiente de las cadenas de las causas, se puede agregar que es una tragicomedia. El Covid–19 devasta Estados Unidos, el país con más poder en ciencia y medicina, eficaz en la recolección de los cuerpos. En su patio trasero, los cadáveres se asolean con los rayos del Sol ecuatorial.
“Los microbios, no los virus, se conocen desde el siglo XVII con el microscopio de Van Leuwenhoek. Les llamó animaculus. En el siglo XIX Gottfried Ehrenberg les puso el mote de bacterias, del griego bakterion, bastoncillo, por la forma… aunque no todos los bichos de esa categoría tienen esa imagen se quedó la palabra.
“Hacia finales de ese siglo Koch y Pasteur, en disputa por la acción de las bacterias, unifican y verifican las observaciones de los científicos de la época con la teoría bacteriana como generadora de enfermedades infecciosas. Lepra, sífilis, neumonías, gastroenteritis, tuberculosis y otros males empezaron a ser descifrados. Entre éstos la peste, que acaparaba los miedos más pavorosos desde la antigüedad. Y continúa como sinónimo de plaga de cualquier tipo, aunque se trate de virus, molécula que poco tiene que ver con las bacterias.
“Enfermedades como la gripe, el sarampión o la viruela aparecían sin un agente que pudiera ser visto en los microscopios de la época. Un espectro acechaba a la ciencia. La superstición de los miasmas cobraba vuelo, esa transmisión ya descrita por Varrón, donde el mal aire, la malaria, venía de partículas misteriosas que emanaban de los palus, pantanos, y provocaba el paludismo. Dos nombres para la misma enfermedad, causada por un protista, un microbio que no es virus ni bacteria.
“Hay algo de cierto, aunque no sea científico, en las conjeturas de Varrón y en las creencias populares y supersticiones de toda suerte. Algunos virus se transmiten por el aire, por el mal aliento humano cargado de veneno. Virus, del indoeuropeo que deriva al latín en ponzoña que emana de las plantas. Celso, filósofo romano del siglo II, lo utiliza para la rabia. Siglos después se vuelve a usar con sustento científico.
“Ya con la noción de microbio y enfermedad, hacia finales del siglo XIX llegó la sospecha de una partícula más pequeña aún que las bacterias. La planta del tabaco desfallecía en los laboratorios. Sus hojas se manchaban con lesiones amarillentas. La enfermedad se transmitía por los cultivos como si se tratara de una plaga microbiana, pero no aparecía ningún bicho en los microscopios ni en los cultivos para las bacterias. Pasteur inventó filtros de porcelana tan finos que las bacterias quedaban atrapadas. Cuando el jugo purificado se inoculaba en otras plantas se infectaban. A la partícula se le llamó virus filtrable. Con pruebas, pero sin evidencia, surgió la teoría viral. A principios del siglo XX una pequeña parte del mundo se enteró de que había virus que parasitaban a las bacterias, los fagos. En 1930 llegó la evidencia. Fueron vistos en el microscopio electrónico. El surgimiento de la genómica encontró pequeños fragmentos de ácidos nucleicos, ADN y ARN cubiertos por una cápsula de proteína y en algunos casos de lípidos y entonces el mundo se enteró de la transmisión de enfermedades como la poliomielitis, el sarampión, la rabia, el Sida, el ébola y un enorme espectro de males en el que los fantasmas se revelan con los ácidos que forman los edificios de la vida. Y los duendes se hicieron realidad.
“Si se trata de entes vivos o inertes lleva ya años de discusión. Richard Dawkins, el autor de la hipótesis del gen egoísta, habla metafórico de los genes mentales que transmiten la superstición. Si es así, transgreden la certeza”.
Me ilumino de inmensidad
Sí, la transgresión no sólo es humana (la buena transgresión, no la anecdótica de las sustancias ilegales que han coronado reinos de la violencia a través del mercado negro), sino también animal, pero esta contemporaneidad, Eduardo, de confinamiento por una pandemia no se había dado en un siglo: la gripe española se dio en 1918 y no es sino hasta ahora que un virus ha vuelto a infectar al mundo (aunque me aclares que es a los pulmones). ¿Qué hacer en estos casos de febril epidemia, a quién recurrir, cómo informarnos? La pandemia evidentemente causa estragos políticos y económicos: Ni la ciencia ni los científicos pueden prevenirla porque no son pronosticadores, ni los epidemiólogos saben cómo controlar de inmediato las nuevas epidemias. ¿Es el destino de la humanidad, sencillamente, sufrirlas ocasionalmente? Además, los medios no saben cómo manejar estas circunstancias que, al parecer, los rebasa. La desinformación sólo causa miedo, mucho miedo…
“Señor Granadero del Rey, no hay absolución… ¡Yo no absuelvo a los cobardes!” Valle Inclán cuenta el momento en que, en una lúgubre capilla, un clérigo que fue guerrero confiesa, a un valiente militar que tiembla, cuando en el sepulcro de un caballero se escucha chocar entre sí los huesos del esqueleto. Le ordena abrir el ataúd y sacar la osamenta: “Al fijar los ojos, la sacudí con horror Tenía en ella un nido de culebras que se desanillaron silbando mientras la calavera rodaba por todas las gradas del presbiterio. El prior me miró con sus ojos de guerrero que fulguraban bajo la visera de un casco”. Así se revela “ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero escalofrío del miedo”, la emoción que convierte un instante en eternas eternidades. El laberinto de las salidas en el miedo tiene dos opciones: fugarse o perecer, y ambas son un escape.
“El miedo hacia las epidemias siempre ha sido enorme, todo lo contrario al poema de Ungaretti: ‘M’illumino d’immenso’. Me ilumino de inmensidad: poesía engañosa, síntesis anfibológica, porque lo inmenso causa inquietudes y pavor. La gigantesca polución de las tropas nazis, el quedar excluido de la bonanza inmensa de la sociedad contemporánea que la convierte en la sociedad del miedo y no hace mucho, la expulsión del Paraíso. Inconmensurable es el pavoroso hongo de la bomba nuclear, que está hecha por lo más pequeño, el átomo y sus partículas aún más ínfimas al grado de carecer de dimensión.
“Monstruosa es la lepra y la tuberculosis. Mínimos son los microbios que las producen y en el caso de la rabia y la neumonía por Coronavirus, partículas aún más pequeñas que las bacterias, capaces de generar la más grande de las incertidumbres.
“Así describe Stanley B. Prusiner, en su libro Demencia y memoria / El descubrimiento de los priones: un nuevo principio biológico de la enfermedad [editado en México por el Fondo de Cultura Económica 2020], a las infinitesimales partículas que cubren buena parte del planeta: ‘los virus son agentes infecciosos que sólo pueden verse bajo microscopios electrónicos. Los virus son una décima o centésima del tamaño de las células bacterianas como el estafilococo o el estreptococo, mismos que pueden verse en un microscopio de luz. Todo virus tiene un centro interno de genes. Un gen es la unidad más pequeña de material genético. La mayoría de los genes codifican proteínas, que son las moléculas de la vida. Los genes por el ácido nucleico ADN, salvo los genes de algunos virus. Tales virus pasan genes de ARN en lugar de ADN; tanto el virus de la polio como el del VIH son virus de ARN, mientras el herpes es un virus de ADN. Los genomas de ADN o ARN residen dentro del apretado centro del virus que también contiene proteína codificada por el genoma viral. Estas proteínas participan en la producción de nuevas copias del virus. El ácido nucleico del virus contiene todas las instrucciones necesarias para la producción de genes emergentes. La superficie exterior de un virus se compone de proteínas virales y, en ocasiones, de proteínas y lípidos que han sido tomados de las células huéspedes…
“Este biólogo molecular, Premio Nobel de Medicina, es descubridor de otra minucia aún más pequeña que los virus: el prión, agente de la enfermedad de las vacas locas que, relacionado, puede ser con demencias tipo Alzheimer. A diferencia de los virus, es una proteína que carece de los ácidos nucleicos que son la materia de la vida, y, sin embargo, es capaz de replicarse y reproducirse. Se ha abierto otra puerta a lo minúsculo que engrandece al miedo.
“Los virus se clasifican en familias, como si se tratara de algo viviente, en un debate que oscila entre lo vivo y lo inerte, entre vivos y no vivos de donde brota, inevitable, la alegoría barata de compararlos con zombies, esa epidemia de espantos que se originó en la novela La isla mágica, de William Seabrook, reportero de The New York Times, caníbal y viajero, ocultista, suicida alcohólico que se tenía a sí mismo por psicópata. Inspiró el filme El zombie blanco, de 1932, primera cinta en el género de los no muertos. El tema se ha vuelto viral, con toda suerte de metáforas, chismorreos y maledicencias, como el Covid-19. George Romero conocía la obra de Seabrook
“El Covid-19 es, por lo pronto, una sustancia, un ente entre la docena de familias virales que se clasifican según sus ácidos nucleicos y su forma. Mide alrededor de 100 nanómetros. Un nanómetro es la milmillonésima parte de un metro. Con el grosor de apenas la membrana de una célula, con sus púas semejantes a una corona de ventosas, se adhiere a una proteína específica de las células que abre una puerta y entra con permiso. Es la trampa para la transgresión de la homeostasis, que es la estabilidad del metabolismo.
“Ya dentro, toma los ácidos nucleicos del huésped y se reproduce en una aglomeración que hace estallar a las células. En el tejido de los pulmones, el paisaje muestra un cuadro desolado. El orden esponjoso de los alvéolos, donde se realiza el intercambio de gases semejante a la estética de un panal, muestra los nichos destrozados, las finas películas de células del epitelio destrozadas. El nicho se llena de una secreción serosa, pus, digamos, y los alrededores del tejido con trincheras que albergan los cadáveres de los glóbulos blancos de la defensa. En los alrededores grandes células, macrófagos, una especie de artilleros, merodea impotente. Son los encargados de lanzar sustancias para activar a los linfocitos, asesinos por naturaleza, responsables de la inmunidad primaria. A su vez secretan un complejo de citosinas, que en la defensa destruyen a las células infectadas. A esto se le llama tormenta de citosinas, y es la causante de la fiebre, el dolor. Puede ser leve, moderada, grave o crítica. En las primeras la actividad es controlada. Entra una segunda línea de combate, los linfocitos de la inmunidad adquirida contra agentes patógenos específicos. Se producen anticuerpos IgM o IgG y el paciente se cura o queda inmune. El cuerpo ha fabricado una reserva de alerta especializada en destruir al veneno si vuelve a entrar.
“Si esto no se autolimita, la estrategia sale de control, genera cúmulos de escombros celulares, entra el lexicón de las palabras mágicas para oídos legos: linfocitosis histiofagocítica. La expansión y contracción del órgano se vuelve torpe, en los epitelios de las vías respiratorias se extiende el combate, el pulmón ya no respira, la falta de oxígeno daña otros órganos: corazón, riñones y el resultado de la acumulación de las defensas, la explosión de las citocinas, es la agonía del sitio molecular, del cerco defensivo, lo que mata. Agonía, del griego ?γ?ν, lucha, reyerta en la que la aglomeración de los defensores es derrotada. Así se mira el cuerpo en las autopsias, como el envoltorio de un desastre microscópico. La muerte es el resultado de la inflamación.
“Celso ya la había descrito no con el discurso de la ciencia, pero sí en el de la observación en bruto. Dijo que la inflamación se manifiesta con dolor, calor, tumor y rubor. Los vasos sanguíneos dilatados, el calor como fragor del combate, el tumor por la acumulación de los detritus y el dolor por la liberación de prostaglandinas. Esto no lo sabía. Tampoco el papel del jabón. A los enfermos de fiebre se metía en tinas de agua fría. No era suficiente”.
Celso
El agua y el jabón
La enfermedad va y viene, cíclicamente, con distintos nombres y partículas o cepas nuevas, o desconocidas, que afectan indudablemente a la humanidad…
Las epidemias descritas por los antiguos griegos eran, al parecer, bacterianas. El cuadro extremo es común y semejante a las plagas por bacterias o virus: “Los que estaban sanos se veían súbitamente heridos sin causa alguna precedente que se pudiese conocer. Primero sentían un fuerte y excesivo calor en la cabeza; los ojos se les ponían colorados e hinchados; la lengua y la garganta sanguinolentas y el aliento hediondo y difícil de salir, produciendo continuo estornudar; la voz se enronquecía y, descendiendo el mal al pecho, producía gran tos, que causaba un dolor muy agudo; y cuando la materia venía a las partes del corazón provocaba un vómito de cólera que los médicos llamaban apocatarsis, por el cual con un dolor vehemente lanzaban por la boca humores hediondos y amargos; seguía en algunos un sollozo vano, produciéndoles un pasmo que se les pasaba pronto a unos y a otros les duraba más. Al tacto, la piel no estaba muy caliente ni tampoco lívida, sino rojiza, llena de pústulas pequeñas; por dentro sentían tan gran calor, que no podían sufrir un lienzo encima de la cama, estando desnudos y descubiertos”: Tucídides. en la Historia de la guerra del Peloponeso.
“Los cuidados de la medicina occidental de hoy evitan estos extremos del sufrimiento en el Covid-19, no así en el ébola. Pero el primero, con todo y los avances de la ciencia, puede tener evolución catastrófica. El cuadro aparece con la temible coagulación intravascular diseminada, como lo presenta un artículo reciente de The Journal of Thrombosis and Haemostasis. Aunque ocurre en sólo 2.5 por ciento de los casos graves, es suficiente para alimentar falsas noticias, conjeturas y catastrofismos. Para eso existe la primera línea de defensa en los núcleos de la razón. El jabón, el agua y el alcohol. El furor por los geles antisépticos los ha convertido en amuletos y sortilegios. No hay tal.
“Desde antaño se sabe que el vino cicatriza, aunque más por los taninos y el fenol que por el alcohol. Cuando el etano o el propanol en concentraciones de 70 por ciento se aplican en la piel, desnaturalizan la proteína que envuelve al virus. El agua y el jabón son más efectivos. En combinación se usan, al menos desde hace 3,000 años, en Mesopotamia. Lo emplearon los sumerios, egipcios, hititas, caldeos y toda civilización. Era objeto sagrado para los druidas y hasta el siglo XIX se desentrañó su fórmula de sencillez candorosa que evita buena suerte de males. Es una mezcla de grasa animal, plantas con ácidos grasos como el olivo, se hierven y disuelven en cenizas vegetales con sales de sodio o de potasio. La molécula presenta dos polos, uno con carga, afín al agua, y otro neutro afín a las grasas. Se produce una reacción que las disuelve, como a los lípidos de la envoltura del Covid-19 y una vida se salva y se ahorran sollozos vanos. A menos que sean los de la inquietud que causa el aislamiento, la gran recomendación de la revolución epidemiológica, o los estremecimientos del miedo, la emoción que se contagia y el claustro suele ser peligroso y los enfermos aislados se vuelven ofensivos…”
El jabón en Egipto
El número 40, la cuarentena
A eso irremediablemente se tiene que llegar Eduardo, en una epidemia mundial, a las soledades humanas…
“Manda a los hijos de Israel que echen del campamento a todos los leprosos, a los que están impuros por flujo seminal y a todos los que están impuros por haber tocado algún muerto”, le dijo Yahvé a Moisés en Los Números. En el Levítico aparecen rituales complejos para el diagnóstico de enfermedades de la piel que se transmiten y a lo que llama zara’at y se ha interpretado como lepra. Si no hay cura con los conjuros y pócimas, el destino del leproso y el miedo de quienes lo expulsan está ya ceñido.
“La cuarentena, en su origen, tiene un sentido a la vez práctico y esotérico. En lo empírico una infección mata o desaparece en 40 días, pero esto se fue comprobando en los laboratorios a lo largo del siglo XIX. Boccaccio se refugió en una finca en las afueras de Florencia durante la peste negra de 1348., que acabó con un tercio de la población europea. Escribió El Decamerón, los acontecimientos durante la plaga contados por sus personajes durante diez días. La cuarentena es de 40 días y quizás tenga un origen esotérico en el resguardo de los enfermos que eran alejados de las ciudades para morir en el campo. Regresaban los que lograban sobrevivir 40 días. Los primeros datos, confusos, sugieren la aparición en Venecia durante la peste del siglo XIV. Aparece en el Renacimiento para aislar a los leprosos en una isla veneciana. El número 40 se atribuye a recomendaciones de los alquimistas, o los 40 días de la Cuaresma, del latín cuadragésima, días de guardar. Moisés pasó 40 días de soledad en el Monte Sinaí hasta que bajó con la nueva en las Tablas de La Ley. Cuarenta días duraba el puerperio medieval y actualmente 80 días, dos veces 40, la licencia por maternidad en las trabajadoras.
“Se dice que es una ofrenda a Pitágoras y su amor por el valor de los números. El filósofo y matemático huyó de una conspiración. Pasó 40 días refugiado en el templo de las musas en Metaponto en un ayuno que lo mató. El número pasaría a los gnósticos, entre los que había médicos y, luego, en la línea de Hermes Trismegisto. El guardián de la Tabla Esmeralda era intérprete y vigilante de los 42 textos, legado de los antiguos magos egipcios. El presagio se representa en el tarot egipcio como el Arcano 40. Su vigilancia supone riesgos y la interpretación es peligrosa si no está en manos de los iniciados. Como sea, la cuarentena supone cautela. Para los creyentes de cualquier credo produce resquemores, al igual que la lepra o los apestados medievales”.
Las sociedades progresan, el miedo no
Pero el miedo probablemente sea el mismo hoy que hace varios siglos…
El Covid-19 da miedo, aunque se desconozca la ciencia en una partícula la naturaleza que para la humanidad le es nociva. Se mira lo grande, las muecas, se escuchan los estertores, las manifestaciones del miedo vuelto el pavor de lo inmenso, no al del minúsculo agente que todo lo causa. “Tengo la costumbre de hacerme a la mar cada vez que empiezo a tener la vista borrosa y empiezo a ser demasiado consciente de mis pulmones”, escribió el profético Melville. Una forma de librarse del aire enrarecido de la tierra adentro, de aislarse por voluntad y necesidad. El aislamiento tiene dos direcciones: la del aislado y la del aislante.
“El miedo al Covid-19 hace consciente a la respiración cuando se trastocan y alteran las cerca de 20,000 veces que un humano respira a diario durante la vigilia y en el sueño. Es un circuito de 20,000 litros de aire que ahora perturba con pavor una partícula minúscula. Es el miedo como metáfora. Los tropos de la retórica abundan en medicina. Susan Sontag los usó para el cáncer y el Sida por actitudes de la sociedad, o el miedo de alguien con cáncer temeroso por recibir la factura del hospital y no por la emoción ante la muerte.
“Charles Darwin lo describió como un producto de la evolución: la cautela de los antepasados que habitaban entornos en los que reinaban los depredadores. Y sigue, como a las ratas en La Peste, de Albert Camus, novela puesta al día a partir de la declaración de la alerta que empezó en un mercado de Wuhan. La peste como metáfora del miedo social, a los chinos, a los ricos que viajan en avión, a los pobres que no han levantado el vuelo y se enferman. Las sociedades progresan, el miedo no: permanece con el ritmo que golpea los tambores de la historia desde los tiempos más oscuros. Se rompen los parches del tam–tam y surge un virus en medio del bullicio callejero en lo más bajo de los rascacielos de Nueva York.
“El miedo es un objeto, una secreción del cerebro que transforma ‘en experiencias mentales los estados corporales’, escribe el neurólogo Antonio Damasio. Desde luego que tiene que ver con las creencias y es autobiográfico, ya sea por lo que se lee, lo que se oye o se ha visto y aun por lo que se desconozca la emoción existe. Está arraigada en el cuerpo. No en la desnudez transgresora de aquellos que pululan desnudos para sobrevivir en la jungla adversa en los programas de Discovery.
“El miedo está anclado en las profundidades del cerebro, no descansa pulsiones en el diván del psicoanálisis. No todo el mundo tiene un diván, pero sí un cerebro. Encéfalo adentro, existe un conjunto de núcleos neuronales del tamaño de una almendra. Es la amígdala, en lo profundo del lóbulo temporal. Se comunica con vastas zonas del cerebro, entre ellas la corteza prefrontal que racionaliza la conducta, el hipotálamo y el bulbo raquídeo que ayudan al proceso. Es parte del sistema límbico un reino con un mapa que indica la dirección e intensidad de los instintos, emociones, sentimientos y sensaciones. En los años treinta Klüver y Bucy seccionaron los lóbulos temporales de unos macacos. Tras la cirugía mostraron una conducta desaforada con ‘ceguera psicológica’, no mostraban temor a las serpientes, a los humanos y a otras causa u objetos que habitualmente les producían miedo.
“Ocurre también en los humanos por lesiones o tumores en el cerebro en el síndrome que lleva su nombre. En la enfermedad de Urbach–Wiethe, rara y logada a la herencia, la amígdala y sus alrededores se calcifican y la persona es inmune al miedo. El miedo es la más trepidante de las emociones, dijo Darwin, aunque visual o despertada por el aprendizaje de aquello que es nocivo tiene una huella universal en el cerebro. El estímulo se recibe y procesa para la huida o el ataque, o para el placer en la belleza del horror. Los ciegos de nacimiento también experimentan miedo cuando leen en braille literatura de horror, misterio y terror. El miedo en el tacto, o cuando escuchan las arengas de las autoridades sanitarias que exhortan al aislamiento, a la cantidad ascendente de muertos, al origen invisible de un mal que azota, por lo pronto a su barrio antes que al mundo. La ceguera que hace visible a lo invisible en los ciegos y en los que miran, el virus del Covid-19 vuelto monstruo. Será interesante, y mórbido, un programa estilo Discovery con transgresores desnudos pero ciegos en las adversidades de la jungla”.
La adopción de una nueva enfermedad
El contagio finalmente, para el transgresor o para el transgredido, puede ser letal, como lo puede ser, no sé si metafóricamente o no, el aislamiento No se sabe, de golpe, cómo enfrentar la situación…
En una nube de moco y saliva es la forma de transmisión entre humanos: el transgresor viral sale expelido por un portador a una distancia de ocho metros en gotitas que alcanzan los 50 kilómetros por hora si estornuda, y a seis metros cuando tose. En las emisiones puede haber 3,000 gotitas en aerosol, cada una con cerca de dos millones de virus.
“Los virus permanecen tres horas sin destruirse en las secreciones, tres días en superficies de plástico y acero inoxidable, un día en cartón y textiles. Los libros pueden convertirse en un fómite, materia contaminada, al coger la cubierta o pasar las hojas. Recuerda la ponzoña del libro en El nombre de la rosa de Umberto Eco.
“Señor Granadero del Rey, no hay absolución… ¡Yo no absuelvo a los cobardes! El cura guerrero, la iglesia y la milicia representan los poderes coercitivos de Dios y sus ejércitos. Son los jueces encarnados de las emociones. La cobardía es un miedo con traición a uno mismo, a su comunidad, y el miedo se convierte en vergüenza. En el Apocalipsis, con variaciones de interpretación esotérica, la Peste encabeza el contingente fúnebre. En un corcel blanco y brioso es seguida por la guerra, el hambre y la muerte bajo las órdenes del Dios de los Ejércitos.
“Enfrentar al Covid-19 ha despertado el lenguaje bélico, propio de los guerreros con bajas mortales, sobrevivientes y victorias, la primera línea de médicos y enfermeras coronados con laureles. No es un acto de valentía en el sentido griego de agathos de los himnos homéricos. El ?γαθο?ς como la virtud de quien responde a las preguntas: ‘¿Ha peleado, conspirado o reinado con éxito?’ No se trata de ser Juan sin Miedo, o de ajustarse al nativismo cultural para desafiar a la pandemia: ‘Sangre brava y colorada, / retadora como filo de puñal, / es la sangre de mi raza, / soñadora y cancionera, / sangre brava y peleonera, / valentona y pendenciera / como penca de nopal’. [fragmento de la canción “Tequila con limón” de Jorge Negrete].
“Sí, la pandemia es universal y con agregados culturales. La reina Isabel II de Inglaterra, con un pasado de guerras y colonias, que le tocó la peste devastadora de 1348, la del cólera en 1854, que ha injuriado con calamidades de ida y vuelta, esclavista y llena de transgresores como Oscar Wilde o Dylan Thomas, declaró desde su confinamiento en el castillo de Windsor: ‘Espero que en los años venideros todo el mundo pueda estar orgulloso de cómo se respondió ante este desafío… Y que los que vengan después de nosotros comprueben que los británicos de esta generación fueron tan fuertes como cualquier otra. Que nuestros atributos de autodisciplina, determinación calmada y con buen talante y nuestra compasión de los unos por los otros sigan siendo los que caracterizan a esta nación’.
“La periodista Marina Hyde respondió en The Guardian: ‘El horror del Coronavirus es tan real que no debemos convertirlo en una guerra imaginaria’, para arremeter contra los políticos pendencieros estilo Boris Johnson y a quienes critican a la reina por hablar desde un mullido sillón, con la flema nativa del inglés aristócrata. En todos hay miedo, en el valiente altanero y en la noble del sillón. T. S. Eliot se los muestra: ‘… y te enseñaré algo que no es / ni la sombra tuya que te sigue por la mañana / ni tu sombra que al atardecer sale a tu encuentro; / te mostraré el miedo en un puñado de polvo’. El poeta murió de insuficiencia respiratoria por ser un fumador empedernido y no por un virus.
“El Covid-19 a la grupa de los caballos del Apocalipsis es tan real como los signos y síntomas de la enfermedad, la crisis económica y la peor fortuna de los depauperados y la calamidad del aislamiento. En tropel entra el Apocalipsis a las moradas del confinamiento del quédate en casa. La violencia doméstica, endémica en el país, desata la espinosa bravura pendenciera y espinosa del machismo cancionero. Durante la Colonia los franciscanos hicieron las capillas abiertas para los indios que temían sucumbir en las bóvedas y muros de los conventos. En lugar de fervor les ocasionaba claustrofobia. Vestigios, diría un multiculturalista, que hoy afloran con la ira aterradora de los hombres en la trifulca del encierro, ya sea en la soledad de la pareja, o en el hacinamiento de los cuartos en las vecindades. Golpizas a las mujeres y niños, abuso infantil y toda suerte de trapacerías han aumentado las denuncias por esta violencia en 7 por ciento durante la contingencia y hay tendencia al aumento, con la cauda de la cifra negra, de los ataques que no son registrados. ¡Yo no absuelvo a los cobardes!, le dijo el viejo guerrero y sacerdote al soldado atemorizado dentro del claustro húmedo y lúgubre de una capilla.
“En 1872 Darwin publicó La expresión de las emociones en los animales y en el hombre: miedo, ira con enojo o cólera, tristeza, sorpresa, felicidad o gratificación, y asco. Seis emociones básicas. En 1906 el francés George Polti, crítico de teatro y literatura, retomó las pesquisas literarias de Goethe y Schiller para ofrecer una lista de 36 situaciones dramáticas. Todas relacionadas con las emociones, destaca el miedo que todo lo trepana, entre éstas: súplica, persecución, desastre, víctimas de la crueldad o la desgracia, locura, enigma, rivalidad entre parientes, discordia entre superiores e inferiores. En el gran teatro del mundo, toda una puesta en escena la del Covid-19: la aleación extraña, tanto como la aparición del nuevo virus, de emociones y un qué hacer evidente en las recomendaciones de los enterados en los asuntos de la salud. La ciencia no absuelve la vergüenza y la normalidad que viene será la costumbre de vivir con una nueva enfermedad, con ciclos, como buena parte de las infecciones virales”.
Las amenazas del monstruo ínfimo
Sí, una nueva enfermedad, adoptada a nuestras espaldas… o el miedo, o el encierro puede producir monstruos irrazonados, Eduardo…
Vivir en una situación dramática que aparece en el lenguaje bélico como víctimas colaterales ampara los sufrientes de un daño no intencional. En México se habla de población vulnerable, eufemismo para evitar el uso de la discriminación enraizada en la cultura. Detrás de la alegoría de la Raza de Bronce, con la pandemia del SARS-CoV-2 se oculta un aseo étnico.
“Las comunidades indígenas son precarias en higiene, agua potable, acceso a la salud en las lejanías del campo. Por la dispersión de las comunidades rurales es menos probable el contagio. El riesgo está en el abandono de las regiones de refugio, a partir de los años cincuenta, que van a dar a las grandes ciudades.
“En el éxodo se acomodan en vecindades con hacinamiento, en campamentos con un tono de gueto. Por alguna razón genética aún no bien estudiada, hay proclividad a la obesidad y a la diabetes a consecuencia de una mala alimentación en la población indígena: 10 por ciento de este grupo en la Ciudad de México. Deambulan en el desempleo y no se les menciona en la pandemia ni siquiera como víctimas colaterales. Fuera del eufemismo de daño colateral, son población despreciada y un núcleo propicio para la infección viral. En el proceso del traslado al campo, no se ha conseguido incorporación o asimilación, una sana convivencia. El fenómeno ha fortalecido la exclusión, entre otras garantías, del sector Salud. Con cifras de Conapred, anteriores a la pandemia, revelan una muy baja proporción de indígenas y discapacitados con contratos de trabajo. Las prestaciones laborales en materia de salud presentan una tendencia similar y, de nuevo, las personas con discapacidad y las personas indígenas registran los porcentajes más bajos de acceso”.
La discriminación y el racismo siempre han sido un problema no resuelto en el país, acaso simulado nada más…
La discriminación en las raíces de la mexicanidad altanera se cumple no sólo en el género y el color de la piel como en los afrodescendientes o en lo oscuro de los tegumentos. La pandemia junto a la violencia doméstica ha desatado la furia contra los que padecen Covid-19, o en quienes los atienden. Al igual que a los pacientes con VIH se les llama sidosos, a los del nuevo virus se les dice pestilentes.
“En el transporte público se evita e injuria al personal vestido como enfermera o médico, la parentela arma trifulcas en los hospitales para exigir la atención. Hay amenazas contra los sobrevivientes cuando se reintegran a la comunidad. La metodología del sector Salud ha sido la adecuada, los desabastos vienen de una corrupción añeja que padecen los más pobres y marginados. No obstante, hay grupos que anhelan incendiar hospitales que atiendan a un apestado. Ni en los lazaretos medievales.
“Y entre rijosos y pendencieros se reclama a la ciencia que ataque con ferocidad el caos de los combates. El virus no tiene oídos; la ciencia no resuelve problemas, los plantea. Esta situación de una pandemia atípica es atroz porque desconoce el número de portadores asintomáticos, de gente que ha desarrollado inmunidad de las probables mutaciones del monstruo ínfimo y veleidoso, de los medicamentos y vacunas en experimentación y de nuevos brotes y vueltas a infección en donde se suponía que ya había pasado.
“H. G. Wells escribió que ‘la ciencia es un cerillo que se acaba de encender pensando en iluminar todas las grabaciones del mundo cifradas en las paredes de un cuarto. Sólo vislumbra la mancha de luz en su mano y, en lugar de lo que pretendía conocer, está rodeado de una oscuridad persistente’. Algo está sucediendo, porque a diario salen conjeturas nuevas sobre el SARS CoV 2”.
Eduardo Monteverde
NTX/VRP/JC
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