jueves, 29 de diciembre de 2022

Adolfo Castañón, en sus 70’

El escritor Adolfo Castañón.


Por: Javier Garciadiego Dantán 

¿Celebramos la llegada de Adolfo Castañón a los 70 años de vida? En rigor, es la edad promedio del mexicano varón de nuestros días. Lo que celebramos es que sus 70 años llegaron junto a un número parecido de libros. Sí: Adolfo Castañón es un hombre de libros. Parafraseando a Borges, es el mayor escritor y el mayor lector de nuestra generación. Considérese que hace un par de meses se publicó su bibliografía, titulada En una nuez: guía de mis libros (1977-2022), título con una doble alusión a Alfonso Reyes, libro bellamente editado por Bonilla Artigas. ¿Cuántos otros escritores o intelectuales mexicanos han merecido el honor de contar con una bibliografía impresa en forma de libro autónomo? Sólo conozco el caso de dos autores, de quienes, por cierto, Castañón es el mayor discípulo: Alfonso Reyes y Octavio Paz.

Comienzo este texto recordando dos anécdotas. La primera se refiere a don Marcelino Menéndez Pelayo, monstruo de la crítica y la erudición española de los últimos decenios del siglo XIX y el primero del XX —murió en 1912—. De él se decía que no leía libros sino bibliotecas, y que leía de dos en dos los renglones de cada página. La otra anécdota involucra a Alfonso Reyes: una tarde lo visitaron dos parientes en la Capilla Alfonsina, y al ver tanto libro en los anaqueles una le hizo la consabida pregunta, pero con un cambio significativo: no le preguntó si los había leído todos; le preguntó si él era el autor de todos ellos. Pues así Castañón: ha leído bibliotecas enteras y es el autor más prolífico de nuestra generación.

No solo llama la atención el número de páginas que ha escrito. Igualmente impactante es la diversidad de géneros y temas: poesía, ensayo, cuento, crónica, crítica y aforismos, así como literatura mexicana, francesa, europea, sudamericana, cocina, libros de viajes y dos largos etcéteras. Otra llamativa característica de Castañón es que no olvida ni ‘mata’ a sus libros cuando los publica. No: siguen vivos, creciendo y ensanchándose por muchos años. Igual que como Eugenio D’Ors publicó primero el Glosario, luego el Nuevo Glosario y finalmente el Novísimo Glosario, así ha procedido Castañón en sus libros sobre Reyes, Montaigne y Steiner. Basándome en su bibliografía, cuento que su libro sobre Reyes, Caballero de la voz errante, lleva seis ediciones crecientes: la primera data de 1988 y la más reciente de 2016; o sea, casi treinta años después: la primera incluía solo cinco textos y no llegaba a las cien páginas; la de 2016 se acerca a las 800. Por si esto fuera poco, de Reyes ha publicado más de un par de antologías, una de ellas una auténtica aportación: Visión de México, que recoge lo principal de sus escritos de tema nacional; dos correspondencias: la antológica Cartas mexicanas y recientemente completó el imprescindible epistolario con Pedro Henríquez Ureña que había dejado inconcluso don José Luis Martínez. También ha publicado una bibliografía y hasta un índice de todos los nombres de personas y obras mencionadas en las Obras Completas. O sea, Castañón ha publicado, él solo, una enciclopedia o una biblioteca alfonsina. Afortunadamente ésta sigue creciendo: hace muy poco tiempo me envió una bibliografía comentada de las obras de José Emilio Pacheco sobre Reyes. Casi lo mismo podríamos decir de Octavio Paz: su libro Tránsito de Octavio Paz, de 2014, reúne setenta textos sobre el poeta de Mixcoac, en más de 700 páginas.

Castañón también ha sido asiduo lector y comentarista de Montaigne. Si bien son —somos— varios los y las reyistas en México, acaso Castañón, para su honra, sea el único estudioso de Montaigne en el país. Por cierto, sus trabajos sobre Montaigne le han valido reconocimientos en la misma Francia, siendo citado por los más reconocidos expertos. Fiel a su estilo, Por el país de Montaigne nos lo ha entregado en cuatro ocasiones, la primera en 1995 y la más reciente en 2015; consecuentemente, la edición inicial no llegaba a las cien páginas, pero la más actualizada sobrepasa las 300.

Si bien todo esto resulta agotador de sólo imaginarlo, Castañón ha sido un escrupuloso traductor, sobre todo del francés, vertiendo a su espléndido español a autores como Montaigne, Rousseau y Paul Ricoeur (sí, mucho Ricoeur), aunque procede del inglés su traducción más célebre: la de Después de Babel, de George Steiner. La mención de Steiner me obliga a explayarme: acaba de aparecer la segunda edición de Lectura y Catarsis, con doce ensayos sobre Steiner, que rebasa con mucho la primera edición, del año 2000. Sin duda Castañón desarrolló una relación muy especial con Steiner: lector, traductor, promotor y discípulo informal y a distancia, lo que justificó que Steiner convirtiera a Castañón en protagonista de uno de sus cuentos, “A las cinco de la tarde”, hermosa forma de retribuir lo mucho que ha hecho Castañón para difundir el pensamiento de este inmenso crítico europeo.

Generoso y hábil rescatador de textos ajenos, Castañón ha sido un magnífico antologador y un esplendido y longevo editor. Otra vez destaco sólo parte de su ingente labor, pues Castañón también está cumpliendo sus bodas ‘de oro’ como hombre de libros; más bien, de bibliotecas —comenzando por la de su padre, don Jesús Castañón Rodríguez— y de editoriales: no sólo fueron muchos los años que estuvo integrado al Fondo de Cultura Económica, sino que también fueron muchos y muy productivos sus años de asesor editorial en El Colegio de México, y los que lleva, y espero que se prolonguen por muchos años, trabajando en siglo XXI Editores y con Juan Luis Bonilla.

En términos personales, no institucionales, Castañón ha sido editor, entre otros, de Jorge Cuesta, de Ermilo Abreu Gómez, de Jesús Reyes Heroles, de quien hizo una valiosísima síntesis del invaluable El liberalismo mexicano, como también hizo una antología sobre textos guadalupanos, y otras de Emilio Uranga y Ramón Xirau, del ‘transterrado’ José Gaos y del poeta venezolano Eugenio Montejo. La cultura literaria de Castañón no tiene límites, como lo prueba su preciosa antología de poesía iberoamericana y mundial: Lluvia de letras.

Como editor otra vez destaca su labor en favor de Alfonso Reyes: además de una edición enriquecida con textos alusivos a “las Jitanjáforas”, de otra sobre sus páginas cervantinas y de una espléndida versión del entrañable Pasado Inmediato, ha hecho tres ediciones mayúsculas, imprescindibles, para el cabal acercamiento a la obra de Reyes: el primero sería un libro en el que Castañón recoge lo mejor de sus muchos textos de tema francés, titulado Estaciones de Francia. Obviamente, aquí se encuentran sus clásicos textos sobre Mallarmé, pero también están las páginas alfonsinas sobre Montaigne, Descartes y acerca del teatro de Corneille y Moliere; sobre Pascal, Voltaire, Rousseau, Chateaubriand, Napoleón —admiración que el regiomontano heredó de su padre— Balzac, Víctor Hugo, Verne, Anatole France y Bergson —su admirado Bergson, quien guió sus críticas ateneístas contra el Positivismo—; obviamente están incluido escritos sobre Maurras, Proust —quien casi fue su vecino— y Valery, para concluir con sus grandes amigos Valery Larbaud y Jules Romains, este último protegido por Reyes como exiliado en México durante la Segunda Guerra Mundial. Todos sabíamos de la gran cultura francesa de Alfonso Reyes, de su amor por Francia. Pues bien, gracias a Adolfo Castañón contamos ya con un volumen que compendia su gran conocimiento de la literatura francesa, pero también de su filosofía, su historia y su política.

La segunda gran aportación antológica de Castañón en favor de Reyes pasa de Francia a México. Todos sabemos que allá por 1932 Reyes fue injustamente atacado —por Héctor Pérez Martínez y Ermilo Abreu Gómez—, con el argumento de que no se interesaba por el país; de que en su obra estaban más presentes España, Francia y Grecia que México. Obviamente, el reclamo era injusto tratándose de un autor que había escrito Visión de Anáhuac y que precisamente en esos momentos editaba su periódico personal Monterrey, el que siempre incluyó notas sobre México. Para que este debate quedara felizmente saldado, Adolfo Castañón compiló y editó dos gruesos tomos, de cerca de mil páginas cada uno, de las mejores páginas alfonsinas sobre México, con textos memorialísticos, poesía, narrativa, historia y obviamente crítica literaria. Significativamente, esta inmensa antología fue titulada Visión de México, eco evidente de la Visión de Anáhuac, publicada en 1917. Es más, la preparación de esta antología le sirvió a Castañón para justificar su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua en 2005, pues en su discurso inaugural hizo sus Trazos para una bibliografía comentada de Alfonso Reyes, con especial atención a su postergada antología mexicana: “En busca del alma nacional”. Permítaseme explayarme: muy poco antes de morir, Reyes pidió a Gastón García Cantú que preparara una antología de sus principales textos mexicanos, a titularse Horizontes Mexicanos. La muerte de Reyes, a finales de diciembre de 1959, impidió la conclusión de este proyecto, pero sesenta años después, en 2018, Adolfo Castañón lo llevó a cabo. Con esta obra trascendió su carácter de estudioso de Reyes, para convertirse en su colaborador y su heredero. Más aún, con este trabajo Castañón cumplió la última voluntad de Reyes, destino totalmente justificado.

Junto con esta antología, en 2018 Castañón publicó una atinadísima antología epistolar de Reyes, titulada Cartas mexicanas, organizada cronológicamente y que incluye cartas de Reyes a mexicanos, y cartas de Reyes en las que México era el protagonista. Insisto, trabajo valiosísimo, que sin embargo palidece frente a la más reciente aportación documental alfonsina de Castañón. Me refiero a la cuidadísima y erudita edición de su intensa y prolongada correspondencia con su amigo y mentor Pedro Henríquez Ureña. Como se sabe, en el año de 1986 don José Luis Martínez publicó el que creyó que sería el primer volumen de tres; esto es, las cartas cruzadas entre Henríquez Ureña y Reyes desde que se conocieron, allá por 1906, hasta la llegada de Reyes como exiliado a España, hacia septiembre de 1914. Lamentablemente don José Luis Martínez no pudo preparar los siguientes tomos, pero para nuestra fortuna Castañón sí lo hizo: el Fondo de Cultura Económica acaba de publicar, hasta ahora sólo en forma digital pero confiamos en que pronto aparecerán en papel, la correspondencia cruzada entre estos dos gigantes de la literatura hispanoamericana de la primera mitad del siglo XX, con las cartas que intercambiaron entre 1914 y 1924 y entre 1925 y 1944, pues poco tiempo después fallecería el polígrafo dominicano. No es preciso decir que difícilmente existe un material que nos enseñe tanto de literatura, de literatura de aquí y de allá, de ayer y de siempre, pero también de crítica literaria y de los métodos y procedimientos con los que se elabora la buena crítica literaria. Es más, esta correspondencia resulta imprescindible para hacer la historia cultural hispanoamericana.

La mención a José Luis Martínez, bajo cuya dirección y coordinación Castañón había editado el tomo II del Diario de Reyes, el dedicado a los años —1927 a 1930— de la primera embajada de Reyes en Argentina, años en los que nació su amistad con Borges y con Victoria Ocampo, me permite aludir a las grandes semejanzas entre don José Luis Martínez y Castañón. Si Castañón lo es para nuestra generación, el mayor erudito, crítico y editor de la generación anterior fue don José Luis Martínez, de quien Castañón armó un tomo con los primeros escritos de Martínez, libro —Primicias— que no encontré en su bibliografía En una nuez. No importa, Castañón reconoce muchas veces su deuda con don José Luis. Hombre de bien, a Castañón le gusta mencionar los magisterios que lo han formado: además de Martínez, Paz, Zaid, Arriola, Xirau, Rossi, Ernesto Mejía Sánchez, Jaime Labastida y Carlos Monsiváis. Asimismo, a tres instituciones menciona con gratitud: al Fondo de Cultura Económica, a El Colegio de México y a la Academia Mexicana de la Lengua. También reconoce los apoyos de quienes han sido sus editores más constantes: la Universidad Autónoma de Nuevo León, José María Espinasa en Ediciones Sin Nombre y Juan Luis Bonillas, en cuya editorial se publicó este año En una nuez: guía de mis libros, texto que motivó y en el que me basé para redactar estas breves páginas de homenaje, con mi total reconocimiento y agradecimiento a Adolfo Castañón, a quien le deseamos, para gozo suyo y para beneficio nuestro, muchos años y libros más.  

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