jueves, 1 de diciembre de 2022

México VS Argentina, una historia de tango y drama. Un fragmento del libro " Últimas noticias de Futbotitlán. La historia verdadera de la Selección Mexicana de futbol: Un libro de autoayuda", de Xalbador García



Este es un fragmento del libro "Últimas noticias de Futbotitlán. La historia verdadera de la Selección Mexicana de futbol: Un libro de autoayuda", de Xalbador García, publicado por  Katakana Editores.

Por: Xalbador García

Como en todas las historias con tintes de mitología, en la de la Selección Mexicana, debe presentarse un villano. La maldad y la marrullería son su principal característica. El sadismo y la soberbia, sus sellos de identidad. Para el Tricolor, esta figura —mitad pesadilla, mitad jugadores con cabello largo y sensual— es encarnada por el equipo de Argentina. A todos los demás representativos nacionales, sin importar playeras o escenarios, los hemos derrotado en momentos críticos. En cambio, toparnos con los argentinos en algún partido decisivo significa despedirnos del torneo antes de que silbe el árbitro. El tango albiceleste siempre tiene una trampa o una genialidad en el instante más álgido del encuentro. Luego de las últimas notas del bandoneón, “el cielito lindo” se tiñe de gris.

Es insoportable la humillación de perder cíclicamente contra quienes se supone representan a los malos de la película. Aunque posiblemente estamos leyendo mal la trama y, en realidad, ese rol de infames lo hayamos desempeñado nosotros durante los últimos 80 años, de ahí nuestras derrotas. Desde Uruguay 1930 los argentinos nos zapean hasta que les duele la mano. Si en aquel Mundial la albiceleste nos metió seis goles, la peregrinación de infortunios que le siguieron sigue alimentando nuestra desgracia.

De 35 partidos disputados hasta 2019, Argentina ha ganado en 18 ocasiones y convirtió 42 goles, mientras que México apenas tiene cuatro victorias con 27 salmones en la red. Y por más que, en el amistoso de septiembre de 2015 con “El Tuca” Ferreti en la banca (¿con quién más podríamos?), hayamos puesto un baile a Messi y diez más, la albiceleste se ha convertido en el verdugo del Tricolor en los momentos más importantes de nuestra tradición pambolera.

Barrio, barrio, que tenés el alma inquieta de un gorrión sentimental…

Como todo el mundo lo sabe, en el futbol los argentinos son miserables, tramposos, insufribles, absurdos, irracionales. Maradona confesó que durante los octavos de final de Italia 90 frente a Brasil, la escuadra comandada por Carlos Bilardo —él mismo un mafioso de las canchas— preparó una sustancia con somníferos que los asistentes le brindaban a los cariocas cuando se acercaban a pedir agua:

“Alguien había echado un Rohypnol a una botella de agua. Estaban todos y venían a tomar agua los buenos de ellos. Yo les decía: ‘tomá, tomá Valdito’, y Branco se la tomó toda. Después tiraba los tiros libres y se caía”, aseguró El Pibe años después durante una entrevista donde el alcohol y las drogas eran la dieta diaria de D10S. Por supuesto Argentina derrotó al Scratch Du Oro y se enfiló rumbo a la final contra Alemania.

Ejemplo de las mismas prácticas cancheras son los madrazos al “Bofo” Bautista en la serie Chivas­Boca Juniors de la Copa Libertadores de 2005, así como la final robada a los ¡Puuuuuuummmmas! en la Sudamericana de 2011, también disputada en estadio de La Bombonera. En el primer caso los narradores argentinos justificaban las agresiones al mexicano. “Logró lo que quería: enojar a todos los hinchas”, decían en la transmisión hasta que se dieron cuenta que aquello era un pandemónium.

La explicación del hecho es simple: debido a un problema de calambres en la mano luego de un codazo, Bautista se levantó del césped con cuatro dedos erguidos. La Doce tomó la señal como burla de los cuatro goles que el Rebaño Sagrado les había propinado en el Estadio Jalisco y se soltó El Chamuco en el barrio de La Boca. Algunos aficionados saltaron a la cancha para golpear al “Bofo”, mientras que el técnico xeneize, Jorge “Chino” Benítez, tan gris como su cabello, le escupió en el rostro.

En el segundo de los ejemplos, la final de los gloriosos Pumas de la UNAM, el árbitro vistió una remera azul con una línea amarilla en el pecho. A nadie le sorprendió lo sucedido. Es común que el arbitraje sudamericano vaya contra las escuadras mexicanas, incluida el Tricolor. Luego del empate a un gol que conduciría el partido a penales, Ismael Íñiguez se lanzó en una descolgada mítica en contra de la portería de Boca. Iba solo contra el arquero. El gol que le daría el triunfo y el campeonato continental se preparaba en la garganta del narrador. Al ver la embestida, el “Pato” Abbondanzieri salió de su área para achicar el ángulo. De nada le sirvió. Íñiguez le quebró la cintura con una gambeta que merecería, por lo menos, una milonga.

Al verse superado, el portero se tiró al suelo y con un manotazo desvió el balón. Una mano afuera del área por parte del arquero siendo el último hombre entre el delantero y el marco inevitablemente conlleva la tarjeta roja. No había objeción para nadie. Sólo la hubo para el nazareno uruguayo Jorge Larrionda, quien con una excelsa racionalidad de verdugo simplemente amonestó al “Pato”. La decisión fue un factor a favor de Boca Juniors. Abbondanzieri no sólo atajó penales en la ronda final, sino que además cobró el último frente a Sergio Bernal, lo que puso una estrella más al universo xeneize.

Varón, pa’ olvidar agravios… varón, pa’ desearte el bien…

Como todo el mundo lo sabe, en el futbol los argentinos son luchadores, aguerridos, poéticos, apasionados, maravillosos, genios. Si “El Diego” hizo de la cancha una fiesta y de la pelotita una amante, Di Stefano demostró que, como todo verdadero arte, al buen futbol no se le pueden endosar banderas o nacionalidades. Lionel Messi nos ha recordado que todavía hay espacio para los sortilegios en tiempos de oscuridad pambolera, cuando los intereses económicos enlodan cada vez más el campo de juego.

Mario Alberto Kempes que iba sembrando jugadores a su paso y los manotazos al aire de Ubaldo Matildo Fillol; las definiciones de Batistuta y las asistencias de Riquelme; la inteligencia de Valdano y los cortes de Burruchaga, demuestran cuánto Argentina ha nutrido al futbol mundial.

En México hemos sido testigos del talento albiceleste. Hernán Cristante que, junto al once de Cardozo, le regresó la seriedad al Toluca, o “El Piojo” López que logró en 2005 lo que parecía imposible en el siglo XXI: hacer campeón al América (nota: no cuento el campeonato en 2001 porque fue contra, en ese momento, su primo el Necaxa del “Ratón” Zárate, otro argentino que volaba en la cancha). En Coapa también jugó Héctor Miguel Zelada y Daniel Brailovsky, mientras que, en el Cruz Azul, Miguel Marín se convirtió en leyenda.

Por su carisma, por su calidad, por sus logros y porque no necesitó escaparates de grandes escuadras para demostrar su valía, el mejor argentino llegado a la Liga MX es Antonio Mohamed. Debido a sus inverosímiles gambetas nos enteramos que existía un lugar llamado Neza que además tenía un equipo de futbol. Los Toros marcaron una época entre 1994 y 1997. En una liga que muchas veces emula la sobriedad eclesiástica, ellos supieron divertirse siempre. Máscaras de luchadores, cabello multicolor, jugadas de barrio y golizas a favor y en contra los definieron. El grandioso argentino Ricardo Antonio Mohamed nos enseñó que el futbol no es un asunto de vida o muerte, sino algo aún más importante: el futbol es un asunto de felicidad y gozo.

Por una cabeza…

Este mate futbolero, combinación de trampas e ingenio, es la pócima que atraganta una y otra vez a la Selección Mexicana. Si los primeros enfrentamientos eran por goleada a favor de la albiceleste, a partir de los sesenta los marcadores dejaron el escándalo para definirse por uno o dos tantos.

De esos goles, el par que más duele es el de Gabriel Batistuta a Jorge Campos en la final de la Copa América de 1993. Nos quedamos sin el campeonato más importante del continente, pero sobre todo ahí empezó a marcarse la serie de infortunios contra Argentina que, durante los últimos 30 años, nos tiene de hijos.

La albiceleste fue la responsable de la eliminación del Tricolor en los mundiales de Alemania 2006 y Sudáfrica 2010. Tal vez la más sufrida fue la del Zentralstadion, en Leipzig. Tras la degradante humillación contra Estados Unidos en 2002 y luego de que “El Vasco” Aguirre partiera a España, Ricardo La Volpe tomó las riendas del equipo. “El Bigotón” es otro de los argentinos que ha hecho exitosa carrera en el futbol mexicano, no sólo colocándose como uno de los más destacados porteros de la liga, sino también como un excelente publicista para las chilenas de Hugo Sánchez. Al igual que hiciera su compatriota César Luis Menotti en los años noventa, La Volpe tomó en serio el puesto y se convirtió en uno de los mejores técnicos que ha tenido México.

En la época moderna del equipo, pocos entrenadores han completado su ciclo mundialista con la Selección Mexicana, y sus números en partidos oficiales no han sido tan exitosos más allá de la siempre insufrible CONCACAF. Si los directivos, con esa sagacidad que los que caracteriza, despidieron a La Volpe por su carácter tras el Mundial de Alemania, los medios también mostraron una altura intelectual extraordinaria cuando criticaban a su equipo, no por perder, sino por “no jugar bonito”. Frente a las agresiones de los periodistas, la escuadra del “Bigotón” respondía con un desempeño que empezaba a ganar simpatías en todo el mundo.

No era casualidad el éxito. Muchos de los jugadores que nutrían la escuadra gozaban de una continuidad que se había iniciado en las fuerzas inferiores del Atlas, impulsadas precisamente por La Volpe. Con Rafa Márquez como el mejor de los ejemplos de ese seguimiento deportivo, el Tricolor del “Bigotón” retomó su verdadero nivel en el área. “Caminando” se obtuvo el pase a la cita mundialista y todavía pudo exhibir ante los gigantes del orbe su mejor juego en la Copa Confederaciones de 2005.

El torneo desarrollado en Alemania dejó tres conclusiones. La primera, la carencia de fuerza a la ofensiva: quitando a Jared Borgetti, nuestros crakc’s eran el “Kikín” Fonseca, “Guille” Franco y Omar Bravo, cuya fama era tan grande como sus deficiencias de juego. La segunda, que el nivel de la Selección Mexicana estaba entre los diez mejores del mundo como no se había demostrado desde 1993 y, la tercera, la más triste de todas: que ante Argentina ni cagando íbamos a ganar. Si bien el equipo derrotó a Japón, con Oliver Atom en la banca, y luego al Brasil de Ronaldinho, Kaka y compañía, en la semifinal los argentinos volvieron a someternos.

Tras un cero a cero en los noventa del reglamento, de nada valió un extraordinario contragolpe de Salcido por la banda izquierda durante el primer tiempo extra que terminó en gol. El empate se dio cuando ya agonizaba la justa. El autor del tanto fue Luciano Figueroa (quién otro abonaría a nuestra derrota sino uno que jugó con el Cruz Azul). En la serie de penales los mexicanos anotaron los primeros cinco. Luis Pérez, Pável Pardo, Borgetti, otra vez Salcido y Pineda, con un cobro al estilo Panenka, demostraron que las penas máximas ya no eran estigma nacional. Vino Ricardo Osorio (mira qué casualidad: no hay que olvidar este nombre) para fallar el tiro. Nuevamente Argentina nos hacía probar el chile nacional.

Aquella tarde de domingo del 25 de junio ni falta hizo el mariachi para llorar junto a José Alfredo. En el fondo sabíamos que la Selección había jugado de manera excelsa. Pensábamos que, al siguiente año, en el Mundial, con este equipo podríamos dar la gran campanada del torneo. Muy buenos augurios se alimentaban de lo visto en el terreno de juego.

Ya en la cita mundialista, el tres a uno frente a Irak con que el tricolor abrió su participación en Alemania confirmó lo pronosticado. El cuadro de La Volpe pintaba para alcanzar las rondas finales. El enlodado empate a ceros contra la escuadra de Angola y la derrota con Portugal, donde Omar Bravo falló un penal para demostrar que era un verdadero fenómeno en las canchas, no menguaron la esperanza mexicana. Lo que en realidad abolló la “ilusión nacional” (saludos a Olallo Rubio) fue el contrincante en la siguiente ronda: otra vez el destino, siempre ensañado con el Tricolor, ponía a los argentinos en la senda rumbo a la gloria.

Los jugadores mexicanos tras el partido que las selecciones de Argentina y México jugaron en el estadio de la Copa del Mundo de la FIFA de Leipzig, correspondiente a los octavos de final del Mundial de Fútbol Alemania 2006. Argentina venció en la prórroga por 2-1.EFE/Marcos Delgado

Los octavos de final frente a la albiceleste lucían realmente complicados. Sin embargo, La Volpe —finalmente argentino— también gozaba de recursos a la hora de jugar a la pelota. En la media cancha echó mano de un jovencito que apenas había alineado algunos partidos con el equipo. Cuando se dieron las alineaciones nuevamente llovieron las críticas. Lo que pocos sabían es que esa noche veríamos el nacimiento de una leyenda llamada Andrés Guardado.

Ese pequeño muchacho de cabello rizado fue escribiendo su historia desde el instante en que sus tachones besaron el césped. Con gran inteligencia tocaba el balón y por las bandas le daba salida al equipo. Hasta que apareció Rafa para anotar el primer gol, Guardado había sido el jugador que nos convencía que en ese enfrentamiento México era más que Argentina.

El empate de Crespo a los diez minutos de la segunda parte mandó el encuentro a tiempo extra. Con entradas ríspidas, la victoria del juego empezó a tornarse ambivalente. Cualquiera de los dos equipos podía ser el ganador. Faltaba sólo un error o una genialidad. Y las genialidades al parecer sólo florecen en la cuenca del Río de la Plata. A pase de Juan Pablo Sorín, en el límite del área, Maxi Rodríguez, que nunca en su vida había anotado un gol, bajó la bola de pecho y de bolea le pegó para vencer a Oswaldo Sánchez.

“A lo largo de los años, uno va teniendo un poquito de consciencia. Después lo pude ver, llegaba a mi casa y lo ponía. Creo que de cien intentos iguales, sólo entra uno. Hasta la fecha, me sigue generando ese cosquilleo. Marcó mi carrera”, aseguró Maxi en una entrevista con Excélsior años después de aquel juego.

La FIFA eligió ese portento de jugada como el mejor gol de Alemania 2006. Para los mexicanos que lo vimos no sabíamos si festejarlo o mentarle la madre al destino. Nos quedamos en silencio. Esa noche de sábado un pueblo acostumbrado a la algarabía decidió enmudecer. Argentina, a lo Argentina, nos echaba del Mundial.

Con la frente marchita…

Desde que “El Vasco” Aguirre dio la conferencia de prensa la noche antes del juego contra la albiceleste comprendimos que íbamos a perder. A diferencia de cuatro años antes, ninguna esperanza se germinaba en la afición mexicana durante el Mundial de Sudáfrica 2010. No sólo teníamos enfrente a un gigante llamado Lionel Messi, proveniente del mejor club del mundo en ese momento (Barcelona), sino que además nos dirigía un técnico encabronado, con una gorrita que le cubría la mirada y con una actitud prepotente. Estábamos perdidos. Durante lo que fue un funeral disfrazado de rueda de prensa, a cualquier pregunta sobre el partido a disputar, “El Vasco” respondía: “nadie cree en nosotros, pero vamos a verlo”. Y sí, lo vimos.

Aguirre había salvado nuevamente al equipo de un proceso desastroso que empezó por el cese de La Volpe, la elección y despido de Hugo Sánchez (incluido el famoso affaire Nery Castillo), y la designación e igualmente salida del sueco Sven­Göran Eriksson, de quien sólo se acuerdan los que pueden pronunciar su nombre.

Al igual que en el camino rumbo al Mundial de Corea-Japón en 2002, “El Vasco” logró que México se calificara al Mundial. Aunque con mesura, se confiaba en su trabajo. Era un tipo alegre, inteligente, que decía lo que pesaba y malhablado. Es decir, un chingado mexicano aguerrido. Nos caía bien hasta que metió al “Conejo” Pérez en la portería y a “Guille” Franco en la delantera, y dijo en una entrevista para medios españoles que el futbol mexicano y el país no valían un carajo.

Ya en la Copa del Mundo, con todas las críticas a sus espaldas, el equipo calificó a octavos con lo mínimo. En la primera ronda pudo empatar frente a Sudáfrica, derrotar al poderoso Francia y caer por un gol contra Uruguay. Los resultados nos daban la revancha de encarar a los archienemigos albiazules y vengar la derrota de cuatro años atrás. Así es como lo hubiera visto la afición si no fuera por la actitud de Aguirre que nos mandaba muy claro el mensaje: contra Argentina no se puede. Y menos si metes a jugar al “Bofo” Bautista en su peor nivel, como él lo hizo.

Los primeros 20 minutos del juego fueron de dominio Azteca. Un tiro de Salcido que dejó abollado el larguero y otro de Guardado que le pintó una línea al poste fueron las aproximaciones de los nuestros. Hasta que sucedió lo pronosticado por “El Vasco” y su gorrita donde se leía: “ya valimos madre”.

Argentina se comportó como Argentina. Inició con la trampa: el gol de apertura se presentó en un fuera de lugar más grande que el obelisco de Buenos Aires, a lo que el anotador Carlos Tévez declaró: “pero mientras ellos [los árbitros] marcaran el gol, está bien para mí y el equipo”. Cerró con la genialidad: el propio Tévez metió una raya que se anidó en el ángulo derecho que nadie, y mucho menos el “Conejo” podría haber sacado.

Y en medio volvió a exponerse el México cobarde, desconcentrado, obtuso ante Argentina. En una salida controlada Ricardo Osorio (mira qué casualidad en el apellido: les avisé que lo recordaran) le entregó el balón a Higuaín que, con un gambeta de ensueño, dejó atrás a Pérez y definió el partido. El “Chicharito” respondió con una jugada de riñones. No a lo Chicharo, sino a lo crack, para meter el único tanto nacional. La Chichanotación fue al minuto 71, es decir, el partido aún permitía la remontada. Pero no se olvide que estábamos contra Argentina. Contra Argentina, y menos esa Argentina que tenía a su mejor generación en décadas, resultaba imposible intentar alguna reacción.

El tiempo fue desfalleciendo mientras Messi, Di María, Heinze, Tévez, Otamendi, Demichelis, Burdiso y el chingado de Maxi Rodríguez se dedicaban a tocar. En las tribunas, la hinchada festejaba. En su banco, los suplentes derrochaban alegría. Como consuelo, al verlos, por lo menos supimos que no ganarían esa Copa del Mundo: Maradona era su entrenador.

Los jugadores de la selección de México escuchan el himno nacional antes de comenzar el partido ante Argentina en el estadio de la Copa del Mundo de la FIFA de Leipzig, correspondiente a los octavos de final del Mundial. EFE/Marcos Delgado

Mi Buenos Aires querido…

Sólo una vez hemos derrotado a la Selección Argentina de manera humillante. Tanto, que la albiceleste se perdió el Mundial de 1970. Para organizar este torneo, la FIFA tenía a dos finalistas. El país sudamericano con su dictadura militar y nosotros con nuestra dictadura priísta. La diferencia entre los dos países: ellos tenían el futbol; nosotros, el dinero.

Lo demostraba la construcción del Estadio Azteca en 1966. Les ganamos la organización de la Copa del Mundo del 70, al que ni siquiera pudieron calificar. Estábamos felices. En ese momento no sabíamos que, en las canchas, la pelotita no respeta al de los billetes sino al del talento. La furia caería en nuestras espaldas ante tal desmesura. Después de 47 años seguimos facturando la osadía de haber dejado sin Mundial a nuestros hermanos genios del Río de la Plata.

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