sábado, 24 de octubre de 2020

Narrar desde la equivocación, Xavier Velasco

Foto: Cortesía del autor/ Fotoarte: Erick Zepeda

Por: Juan Carlos Talavera

Xavier Velasco (Ciudad de México, 1964) quería ser presidente de México, pero cuando descubrió lo que implicaba, abandonó la causa y se convirtió en un escritor incipiente, lleno de dudas, fracasos, miedos y equivocaciones, que aprendió a recibir los golpes con una sonrisa, como cuando pidió un préstamo para escribir Diablo guardián, tal como lo recupera en El último en morir, su más reciente novela, que es una declaración de amor a la literatura, donde rechaza abiertamente el apoyo gubernamental a la literatura, como en el caso del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca).

Nunca en mi vida recibí un apoyo del gobierno y estoy muy contento por eso. No quiero deberle nada al erario, de ninguna manera. Alguna vez pedí una beca al Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), como consta en este libro, y no me la dieron. Al final me sentí a gusto con eso. No creo en los apoyos del gobierno y, en lo personal, trato de mantenerme lo más lejos que puedo del poder. Son asuntos que no me interesan y así como alguna vez quise ser político, ahora quiero estar muy lejos de todo eso”, afirma el ganador del Premio Alfaguara de 2003.

¿No cree en el Fonca?, se le pregunta. “Soy un individualista que no cree en los apoyos del gobierno. Tal cual. Hay gente que tiene todo el derecho a creerlo. A lo mejor si estuviera haciendo poesía y me tuviera que dedicar mucho tiempo, recurriría a éstos. En mi caso no estoy de acuerdo con eso, no me interesa y no lo quiero. No me gusta depender de una instancia como el gobierno”.

¿Por qué una autoficción en tercera persona? “Esta novela me permite el lujo de ver todo desde fuera, desde la tribuna, y no a nivel de cancha, es decir, puedo salirme de mí mismo y mirar hacia alguien que hace varios años se le ocurrió ser presidente de la República y se dio cuenta que eso no servía y no tuvo más opción que tomar la literatura y dar ese salto a un lugar que no conocía”.

¿Coincide con esa idea de Raúl Seixas, quien afirmaba que es mejor adoptar una metamorfosis ambulante a tener una opinión formada sobre todo? “Sí, aquí voy contando la historia de alguien que cambia de objetivos con mucha frecuencia y de forma de pensar. Al mismo tiempo, sí me permite contradecirme. Es más, yo reivindico mi derecho a contradecirme todo el tiempo.

Y agrega: “Alguna vez, platicando con Daniel Sada, me decía: ‘Tú puedes ser artista o intelectual. El intelectual no puede contradecirse, pero el artista de eso vive. Es mi caso. No sé hasta dónde soy totalmente congruente en lo que cuento y cuántos errores pudo cometer, pero no me importa. Finalmente, mi trabajo consiste en equivocarme, en cambiar mi modo de ver las cosas. No soy de los que sufren con esto, la equivocación es parte del conocimiento, entonces, tú encontrarás en este libro una gran cantidad de equivocaciones y fracasos”.

¿Cómo concluyó que la política es el peor recurso para solucionar las cosas? “Alguna vez, un señor al que mi padre conocía, quien era político y muy pagado de sí mismo, no exactamente un amigo, supo que quería dedicarme a la política. Entonces se puso a platicar conmigo y me dijo que no me veía madera de político.

La afirmación me dio coraje, pero era verdad. Yo no tenía madera para eso. No me gustaba y era algo que despreciaba profundamente”. Incluso, recuerda que ingresó a la carrera de Ciencias Políticas porque no existía la de escritor. “Entonces empecé a leer textos de la izquierda radical, me sumé a ellos y me di cuenta que la mayoría de mis compañeros sólo usaban esos conceptos para dar un paso hacia adelante y que yo era el único bruto que se la estaba creyendo, así que salí de ahí con la nariz tapada”, expresó el también autor de Entrega insensata y Los años sabandijas.


EL TRAMATURGO

En El último en morir Velasco hace énfasis en una idea que hasta la fecha resuena en su mente: “tramaturgo”, es decir, insistir en el oficio de trabajar la trama.

Uno se sienta a escribir una trama y, en mi caso, siempre tengo miedo de que no funcione. Es un miedo similar a cuando te subes al escenario y no quieres que la gente se salga o se duerma. Y si alguien lo hace… te quieres morir. Uno es un juglar que mira a su público y sabe que si no se interesa lo suficiente no me dejará una moneda en el sombrero para sobrevivir”.

¿Se inclina en separar la literatura de lo universitario? “Cuando estaba en la universidad se me metió la idea pedante de la novela sin trama, sacada de la nouvelle vague, de esos autores que quieren escribir de nada, pero para cuando lo probé, había demostrado su ineficacia. Al final todo eso fue pedantería y soberbia”.

¿Qué falta en los talleres literarios? “Si yo volviera a empezar, me gustaría que existiera algo así como un taller del Plagio, es decir, vamos a jugar al plagio, a destrozar, a rehacer novelas y a crearles un capítulo extra. Me gusta la idea de desbaratar novelas y rehacerlas. Cada quien tiene su modo de matar pulgas, pero es como los amantes. ¿Cómo se hace uno buen amante? ¡Echándole ganas!”.

¿Habría existido Diablo guardián sin aquel apoyo financiero que recibió de su amigo cercano? “Al principio uno cree que escribirá con apoyo o sin él, pero sí es necesario que alguien te ayude o te acerque a lo que no conoces. Yo no tuve un padre, un pariente intelectual o un escritor que tuviera contacto con ese mundo, por tanto, uno busca lo que puede. En mi caso aquella ayuda funcionó como beca préstamo, que pagué después, y me sorprendió porque no sabía cómo lo haría. Uno busca los apoyos que puede, no importa de dónde vengan”.

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