lunes, 28 de marzo de 2022

Guillermo del Toro y José Revueltas transmiten las sensaciones de un alcohólico

 

Por: Daniel  Francisco

Beber hasta el desequilibrio, hasta perder los sentidos, hasta que la vista se nuble. Beber hasta que todas nuestras palabras carezcan de sentido. Beber y despertar sin recuerdos, con la neblina de la memoria, necesitados de que alguien nos cuente lo que ocurrió.

Guillermo del Toro en su película El callejón de las almas perdidas, y José Revueltas en muchas de sus obras e incluso en sus memorias, logran transmitir las sensaciones del alcohólico, esa prisión sin escapatoria.

Stanton Carlisle, el personaje principal de El callejón de las almas perdidas, es un embaucador, un mentiroso profesional. Nunca bebe, pero tampoco le representa una ventaja, no hay ninguna introspección de sus dolores. Una llama de fuego alrededor del cuerpo de su padre muerto lo persigue siempre. Su presunción de no probar ni una gota de alcohol por desprecio al padre borracho y a la madre que lo abandonó no lo libran de cargar con los errores de sus padres.

El alcohol no está en su paladar, ni en su torrente sanguíneo, pero sí en sus pensamientos. Es un fantasma que no le da tregua, es un olor que terminará por impregnarse en sus poros.

La película de Guillermo del Toro muestra cómo el alcohol deshumaniza y nos puede convertir en bestias de circo. No hay tregua para el vulnerable, no hay comprensión para la fragilidad. En la batalla por cada centímetro de poder hay que valerse de todas las artimañas. No importa si es un ser humano, no hay segundas oportunidades para los caídos.

José Revueltas lo sabía muy bien. En su novela Los errores, Mario Cobián también trabaja con “fenómenos”, como los personajes de Guillermo del Toro. Las atracciones de feria son, por excelencia, una complicidad entre la audiencia y el ilusionista, el timador, los dueños de las palabras vacías, sin nada que las respalde. 

Cobián también carga en sus espaldas con los “pecados” de sus padres, las herencias que laceran y erosionan las esperanzas. Rodeado de alcohólicos, ladrones, prestamistas, pobres, marginados, indios que reclaman sus derechos (“mi palabra es suficiente para ese préstamo”), sólo tendrá como objetivo conseguir dinero y escaparse para proteger a una mujer.

Ya en sus memorias Las evocaciones requeridas, José Revueltas plasmaba lo difícil que es ganarse la vida escribiendo, pensando, haciendo política desde el lado perdedor. Su vida se desmoronaba, no enviaba dinero a su familia pero aún así no dejaba de preocuparse por el Partido Comunista y sus escritos.

El descenso a los infiernos del alcohol de Stanton es un latigazo de una psiquiatra que conoce las debilidades del alma humana, quien logra descifrar las debilidades del niño abandonado. Un beso con sabor a whisky como caída libre a ese laberinto que lo llevará a tomar las decisiones necesarias para autodestruirse.

Revueltas nos deja en sus memorias ese mismo trayecto, paulatino y, a veces, irreversible: 

“No he bebido una sola copa. No quería decírtelo, pues carece de importancia. Pero acá la vida es nueva, sensata”. 

“Bien. Continúo de abstemio. Lo más que hago es beberme dos vasos de cerveza a mediodía, durante las comidas. Bueno, no constituye ningún mérito”.

“Han pasado muchas cosas. Mariate y yo nos hemos separado. Ahora vivo en un hotel donde soy huésped de Lagos. He bebido días enteros y apenas trabajo. Una soledad y tristeza horribles”

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